CAPITULO 1

2124 Palabras
NIKOLAY 24 AÑOS —Teniente, tenemos que evacuar el lugar. Ya no queda nadie aquí —la voz de Zach suena en mis auriculares, retumbando en mi oído derecho. Miro a mi alrededor. Polvo, escombros y silencio. Todo parece indicar que la misión ha sido un éxito. Pero algo en mi interior no me deja salir aún. No puedo irme sin asegurarme de que no quede ningún civil atrapado. Esto no es solo una misión más, no para mí. Nos enviaron a desmantelar un clan de tráfico humano en El Cairo. Estamos con el MI6, trabajando de la mano con la CIA. Mi equipo, mi responsabilidad. Lidero este escuadrón de combate y estrategia, y llevo toda mi vida preparándome para esto. Cadete desde los cinco años, entrenado en la élite militar de Londres, con mi padre como uno de los mayores jerarcas del sistema judicial. Soy el futuro. —¿Todos están bien? —pregunto, mientras una corriente de tensión recorre mi cuerpo. Treinta hombres vinieron conmigo. Treinta especialistas en combate cuerpo a cuerpo, expertos en armamento explosivo, tácticas militares y rescates. Cada uno de ellos es una pieza vital en esta operación, y cada uno ha confiado su vida en mis manos. No puedo fallarles. Mi carrera, mi futuro, está en juego. Con tan solo 24 años, ya he superado las expectativas de muchos de los que se han pasado la vida jactándose de su puesto en la milicia. Y este es solo el principio. Mi ambición va más allá del campo de batalla; quiero escalar, llegar a capitán, apoderarme del sistema de justicia y cambiarlo desde dentro. Pero primero, tengo que traer a mis hombres de vuelta, todos. —Davies, reportándose, mi teniente. —Jones, reportándose. —Smith, reportándose. La lista de nombres avanza, pero uno falta. Johnson. Los segundos pasan, estirándose como cuchillos que me cortan por dentro. Empiezo a impacientarme. Odio perder hombres. No hoy. No ahora, que casi lo hemos logrado. La misión salió según lo planeado: llegamos a tiempo, eliminamos al bastardo que lideraba el clan, liberamos a las mujeres que iban a ser subastadas, y aunque hubo heridos, no hemos perdido ninguna vida. Casi estamos listos para regresar a casa. Pero Johnson aún no reporta. He estado aquí una semana sin dormir, los párpados me pesan como si llevaran una eternidad en guerra con la gravedad. Lo único que quiero es una ducha, un trago, y tal vez algo de compañía que me haga olvidar esta tensión. Pero primero, necesito saber que todos están bien. —¿Dónde mierda está Johnson? —gruño, con un tono más desesperado de lo que me gustaría admitir. —Estaba en la planta baja con diez de nuestros hombres —responde Zach. Un dolor sordo empieza a formarse en mi cabeza, latente, como una bomba de relojería. Siento que el aire me falta. La ira empieza a apoderarse de mí, una vieja amiga que ya conozco demasiado bien. No puedo soportar la idea de perder a alguien en una misión que, hasta ahora, había sido perfecta. Perfecta... salvo por este maldito silencio que Johnson ha dejado. Joder. Todo iba tan bien. —Que alguien lo busque —digo, con la frustración apretando mis palabras—. Quiero largarme de este lugar, y necesitamos echarlo abajo. Mis botas de combate crujen contra la grava mientras comienzo a caminar, cada paso resonando en el aire tenso. Estoy alerta. Aunque ya nos hemos deshecho de todos los hombres, bajar la guardia sería un error fatal. En este tipo de misiones, la calma antes de la tormenta suele ser la más peligrosa. No podemos permitirnos distracciones. —Teniente... —una voz susurrante se cuela por el comunicador. Apenas un murmullo. —¿Johnson? —pregunto, mi tono afilado—. ¿Por qué diablos me hablas tan bajito? Acelero el paso hasta la puerta de la habitación cercana. El olor me golpea antes de que pueda procesarlo por completo: muerte, orina, heces. Todo mezclado en una peste que me revuelve el estómago, pegándoseme en la piel como una capa de suciedad que no puedo sacudir. Me siento asqueado, hastiado, y ansioso por salir de este infierno. —Tengo un problema —la voz de Johnson regresa, ahora algo más firme, pero sigue rota. Cierro los ojos un segundo, el cansancio golpeándome de nuevo, y llevo mis dedos al puente de la nariz, masajeando. Perfecto. Lo que me faltaba. —Resuélvelo y nos vemos en el punto de encuentro —replico, forzando la calma en mi voz. No hay tiempo para más inconvenientes. Tenemos que salir antes de que todo explote y quedemos sepultados bajo toneladas de escombros. Soy demasiado joven y demasiado bello para morir aquí. —No creo que pueda, mi teniente —la voz de Johnson ahora es un susurro, cargado de algo más. ¿Miedo?. Una palabra que detesto. Me detengo en seco, el corazón acelerándose en mi pecho. Algo no está bien. ¿Por qué le tiembla tanto la voz?. El aire a mi alrededor parece más denso. La amenaza que antes era solo una posibilidad lejana empieza a tomar forma. Johnson no es de los que se quiebran fácilmente. Esto no es solo nerviosismo. Hay algo más. Puedo oír su respiración, cada vez más agitada, como si estuviera enfrentando a algo que no puede controlar. Y entonces, como una explosión, se escuchan gritos desgarradores, disparos, maldiciones entrecortadas. El caos se desata. —¿Qué es esa mierda? —grito, mientras el sonido del pánico envuelve el edificio. Mi cuerpo reacciona antes que mi mente. Comienzo a correr, bajando los escalones de dos en dos, el eco de mis botas resonando como golpes de martillo en mi cabeza. —¿Dónde mierda estás? —inquiero, mi voz más ansiosa de lo que me gustaría. —En el sótano —la respuesta de Johnson llega cargada de miedo. ¿El sótano?. Mis pensamientos corren más rápido que yo, intentando comprender. —¿Qué mierdas hacen en el sótano? —ladro, furioso—. ¡Di la puta orden de evacuar el lugar! ¡Una maldita bomba va a explotar en cualquier momento y todos vamos a morir aplastados porque no saben seguir una jodida orden! La ira me consume. Colérica, abrasadora. Maldigo a todos los santos por esto. El plan era claro: entrar, eliminar a los bastardos, sacar a las víctimas, y derrumbar este maldito edificio. Todo era tan sencillo. ¿En qué momento se torció? —Todos al sótano. Johnson está teniendo problemas. Me lanzo hacia el lugar, la adrenalina pulsando en mis venas. Ya no hay vuelta atrás. Los civiles habían sido evacuados, eso estaba asegurado. Me quedé unos minutos más solo para cerciorarme de que no quedaba nadie atrás. Pero ahora esto. Uno de mis hombres está atrapado, y por lo que parece, bajo ataque. No tengo idea de quién o qué está allí abajo. Al llegar a la entrada del sótano, encuentro a mis hombres reunidos. Les hago una señal para avanzar con cautela. Lo que sea que esté del otro lado de esa puerta, es un peligro real. —¿Johnson? —llamo en voz baja. —Estoy aquí —su voz es un eco distorsionado, distante—. Solo tengan cuidado. Las luces están apagadas... no puedo ver nada. Nos colocamos los lentes de visión nocturna y comenzamos a avanzar. Como siempre, lidero la marcha. Puedo sentir la tensión en el aire, la amenaza acechante. Cada paso es calculado, mis músculos tensos, listos para reaccionar. Avanzamos unos metros en la penumbra cuando, de repente, las luces se encienden. La escena frente a nosotros es una pesadilla. Diez de mis hombres están muertos. Sus cuerpos yacen inertes, algunos con disparos precisos, otros con las gargantas brutalmente abiertas. Masacrados. Sin compasión alguna. El suelo está empapado de sangre, y las paredes parecen testigos mudos de la masacre. Jesús. Mi mente se queda en blanco un segundo. La realidad me golpea como un puño en el estómago. ¿Qué mierda acaba de pasar aquí? El odio, la ira, y algo más, algo más oscuro y más profundo, comienzan a apoderarse de mí. Mi cuerpo tiembla de rabia, cada fibra de mi ser grita por venganza. No puede haber sido uno de ellos.... Pero entonces, mis ojos se alzan y lo veo. Lo que jamás habría imaginado. Una niña. Una maldita niña. Debe tener unos 12 años. Su cabello largo, lacio, le cae hasta la cintura, de un n***o tan profundo que parece arrancado de la noche misma. Tiene una apariencia inquietantemente perfecta, como una muñeca sacada de los cuentos. Hermosa, casi etérea. Sus ojos, enormes, están enmarcados por pestañas largas y gruesas, y aunque su piel blanca parece hecha de porcelana, ahora está manchada con la sangre de mis hombres. Sus labios carnosos se curvan ligeramente, mientras sus pómulos altos le dan un aire delicado y peligroso a la vez. Pero lo que me deja sin aliento son sus ojos. Violeta. Un color imposible, casi irreal. Nunca he visto nada igual. Es hipnótica, casi hermosa de una forma que te deja sin aliento. Es como una princesa salida de un cuento de hadas. Solo que esta princesa lleva la muerte en las manos. La mirada que me lanzaba hizo que un escalofrío recorriera todo mi cuerpo. Era vacía, completamente inexpresiva, pero ese vacío no transmitía paz, sino peligro. Su rostro, frío y sereno, podría haber pasado por inocente a simple vista, pero algo en su postura y en esos ojos vacíos me gritaba que era letal. —Que nadie se mueva —ordené, mi voz apenas un murmullo en la tensa quietud. Avancé hacia ella con lentitud, cada paso calculado. La Glock en su mano derecha, una daga en la izquierda. Aunque parecía tranquila, pude notar que su respiración era un poco irregular. No por miedo, sino por el cansancio de haber acabado con tantos de mis hombres. Diez. —Mi teniente... no se acerque demasiado —Johnson advirtió, su voz cargada de incertidumbre. Pero ignoré sus palabras. Me acerqué más, con una mezcla de precaución y algo que no lograba descifrar del todo. La niña me miraba como un animal salvaje: lista para atacar si cometía un solo movimiento en falso. Era peligrosa, de eso no cabía duda, pero algo dentro de mí me decía que no debía hacerle daño. Una extraña sensación de protección y posesividad empezó a crecer en mi interior, enredándose en mi mente como una serpiente. ¿Qué mierda estaba sintiendo? Nunca había experimentado algo así, nunca me había sentido protector con nadie, y mucho menos en medio de una situación como esta. —¿Tú hiciste esto? —pregunté, mi voz baja, casi como si temiera romper el hechizo. La niña no respondió. Solo me miraba. Pude ver cómo la punta de su lengua salía de su boca, delineando su labio superior con lentitud, mientras ladeaba la cabeza. Sus movimientos eran casi... desaforados, pero de una manera inocente y desconcertante. No podía creerlo. Esta criatura, tan pequeña, tan frágil en apariencia, había acabado con diez de mis hombres. No podía ser, eran soldados entrenados, los mejores de mi unidad. —No te voy a hacer daño —dije con suavidad, intentando calmarla mientras me acercaba más—. Solo quiero acercarme un poco. Seguía inmóvil, pestañeando lentamente, como si todo a su alrededor no le importara en absoluto. Era como si nunca hubiera estado rodeada de gente, como si el mundo en el que vivíamos no significara nada para ella. Era como un animal salvaje. —¿Los mataste a todos? —repetí, mi voz ahora más baja, tratando de conectar con ella de alguna forma. Me acerqué un poco más, mi cuerpo tenso, pero no por miedo. Había algo más. Mi mano izquierda se deslizó con cuidado hacia mi bolsillo, donde sentía el frío metal de la jeringa con tranquilizante. Ella no se inmutó. Solo seguía observándome, con esos ojos violeta que parecían atravesarme, como si pudiera leer cada uno de mis pensamientos más oscuros. Y entonces, en un movimiento rápido, le clavé la aguja en el cuello. El cuerpo de la niña se desplomó en mis brazos, y sus ojos, esos hermosos ojos violetas que nunca olvidaré, se cerraron lentamente. Sentí algo arder dentro de mí. Algo que nunca había experimentado antes, algo que se enroscaba en mi pecho como un nudo apretado. No lo entendía, pero sabía lo que significaba. Ahora ella era mía. Iba a protegerla, a cuidar de ella con mi vida. No sabía de dónde venía esa certeza, pero estaba ahí, ardiente e innegable. Ya no había vuelta atrás. Algo en mi mente se había roto o quizás cambiado para siempre. Esta muñeca salvaje ahora me pertenecía.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR