- ¿Segura de que no te quieres quedar otro par de días? – preguntó Candace, mientras miraba la hora en el tablero de la estación de trenes. - Segura, tengo mucho que hacer – hice una mueca. Quería quedarme, ahí me sentía como en casa. Como en una casa embrujada pero era mi hogar al fin y al cabo. – No puedo faltar al trabajo. - Bien – ella suspiró. – No me gusta verte partir. - Candace, no vivo al otro lado del mundo – sonreí. – Estoy a tres horas por si quieres verme la cara. - ¿Tu fea cara? – arrugó la nariz y soltó una risa. – No, gracias. - Chicas – Nate se plantó frente a nosotras, con un vaso de café en la mano. – Tu tren ya llegó, Cass. - Oh, bien – tomé mi bolso y abracé a mi hermana con fuerza. – Ven a verme a Nueva York. - Lo h

