Pov Phoenix.
Camino por la calle, miro el reloj. Justo lo que temía: 3:00 PM.
Aprieto más fuerte la agarradera de mi mochila, color turquesa, y camino más rápido hacia casa. Paso de repente por la cancha de básquet.
Hay un grupo de chicos jugando; su piel es de color oscuro. Camino más aprisa, pero mi entorno se va oscureciendo.
En dos pasos ya estoy en la otra calle, donde una familia en un coche, a gran velocidad, sobrepasa otro auto.
Todo pasa en cámara lenta: el hombre que manejaba, su copiloto y otros niños se estrellan, y el auto gira.
Hay sangre, gritos y alarmas, pero eso no es exactamente lo que hace que mi pesadilla sea horrible.
Es la maldita figura de ese ser que me veía, que sabe muy bien que yo también puedo verlo, oírlo o sentirlo.
Me ve fijamente, aunque empieza a caminar y da unos pasos en dirección a los cuerpos del hombre, la señora y un niño.
Veo cómo los arrastra de las piernas y deja un rastro de sangre que solo yo puedo ver.
Es un hombre de gran musculatura y su rostro es un esqueleto. Me mira y me pica un ojo. Ese es el detonante para gritar y levantarme con una gran taquicardia, faltándome el aire en los pulmones.
— ¡Ahhhh! — Otra vez esa pesadilla con esa cosa.
No hay día que me deje en paz. Si no es que en verdad lo veo, se me presenta en sueños.
Respiro entrecortada y trato de auto calmarme. Ya pasé la etapa en que gritaba, lloraba y hacía todo un show, pero esto solo sirvió para que mi familia creyera que estaba enloqueciendo.
Mi madre hasta me llevó a un psiquiatra. Pero desde ese día que el maldito ángel n***o me vio fijamente y me picó el ojo, comprendí que esto era una guerra entre él y yo. “Y esta vez, yo no sería la loca”.
Hago un ejercicio de respiración que me enseñó mi profesora de deportes en la escuela, y me concentro: inhalo, exhalo.
Junto mis manos en forma de oración y, cuando las despego, con mis dedos índice guío la formación de una sonrisa que llevaré hoy en mi día.
Después de formar mi sonrisa, corro al baño. Ya me tomó cinco minutos auto calmarme. Me aseo y me visto.
Corro a la cocina, tomo jugo y unos cereales, hago un sándwich de mermelada y corro a la esquina, pues mi autobús pasará en 10... 9... 8... 3... 2... y ahí está.
Saludo a Nidia, mi amiga de la escuela. Ella es rubia, con ojos azules, toda una linda muñeca.
Estamos en el último año, y bueno, en realidad no soy la típica nerd, pero tampoco soy la más popular, aunque mi amiga sí lo es.
Yo soy algo así como una friki, o, bueno, más bien invisible. Como las cosas y almas que puedo ver desde que me acuerdo, y que me llevaron a cambiarme de escuela, porque siempre era la loca de la institución.
Sí, como les parece, desde que era bebé he podido ver cosas que los demás no ven. Veo espíritus, ángeles, demonios y seres mágicos.
Ellos saben que los veo, pero no se meten conmigo. Solo algunas almas me buscan cuando necesitan ayuda.
Pero hay un ser que se ha empeñado toda la vida conmigo:
el... el ángel n***o.
Ese que me atormenta en mis sueños y en la vida. Prácticamente por él casi termino en un centro de reposo. Lo he visto desde niña, en los hospitales, y cuando está al lado de las personas que se van a morir.
El día que mis abuelitos murieron en ese accidente, él iba con nosotros. Y aunque le rogué y lloré que no se los llevara, me miró fijamente, sonrió y con su dedo y rostro negó.
Ahí comprendí que era su hora, pero fue horrible y prácticamente me creó un trauma. Aunque en realidad ya no me espanto y no lloro como antes.
— Hola, nena, hoy estás hermosa —le digo a mi mejor amiga de forma coqueta y le pico un ojo. Ella sonríe como si fuera un piropo de verdad, como si fuese su novia.
Aunque no lo soy, así nos tratamos, como si fuéramos pareja.
— Gracias, Prins; tú también, guapa —me contesta ella y me tira un beso al aire.
Nos abrazamos y entramos riendo a clases. Aunque soy invisible, cuando estoy con ella me vuelvo visible por unos segundos. Todos nos ven y saludan, sonríen. Simplemente nos odian.
Pero justo antes de ingresar, nos encontramos con la perfección en persona: Jefferson, mi crush eterno, y su grupito de populares: Martin, Ryan, Haroon y Jackson.
Ryan se acerca, estampa su boca en la mejilla de mi amiga y saluda alegremente.
— Hola, Lib, hola, Phoe —nos dice, y yo solo hago un gesto de sonrisa cerrada.
— Hola, Lib, hola, Fea —le sigue Martin, y después repite mi eterno amor y tormento, Jeff—. Hola, Lib, hola, Fea.
Lo miro mal, hago una mueca y les contesto:
— Fea tu abuela.
Sí, me gusta, pero no me dejaré intimidar.
— ¡No! La fea eres tú, y dinos, Fea, ¿hoy no has visto esa cosa, o ya tu loquero te medicó bien? —me dice Jeff, y mi corazón martillea. Cada vez que Jeff me trata de loca o bruja, es una patada a mi corazón. Es un idiota, maldito estúpido, pero me gusta.
— Ya basta, Jeff, deja a Enix tranquila —comenta Jackson, quien viene a mí, me abraza y de manera dulce me dice—: Tranquila, nena, no le hagas caso.
Me mira fijamente, da un beso en mi frente y, aún abrazándome, me dice:
— ¿Cómo estás, nena? Bien, estás hermosa.
Le sonrío como idiota y asiento.
Mientras pasa esto, me pregunto a mí misma: ¿Phoenix, por qué no podías enamorarte de Jackson? Él sí es lindo y tierno conmigo.
Jackson es el hermano gemelo de mi crush. No son idénticos, pero puedo reconocerlos porque veo sus auras. La de Jacks es más clara que la de Jeff, pero como yo soy masoquista, me enamoré del gemelo malo.
Aunque no es así exactamente. Jack es mi amigo y me gustaba mucho, pero un día me confesó que le gustaba Laud, mi otra amiga, y desde ese entonces, mis ilusiones con los hermanos Costello murieron.
Entramos a clase y mi día sigue, pues las clases están a mitad de curso y faltan proyectos.
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