Capítulo 4:

1108 Palabras
Black Eagles LA VIUDA NEGRA. Libro. 01 Durante años había seducido a muchos hombres. Unos más simpáticos que otros. Unos más atractivos que otros. Unos buenos en la cama y otros que deberían mejor haber tomado como opción de vida el celibato. Pero Ronald Carter era desconcertantemente  descomunal. Alto con un cuerpo bien definido, los ojos verdes más intensos, de cómo los había visto en fotos. La nariz aristocrática que estaba un poco de lado; lo que significaba que una vez fue golpeada, no se fijó antes en ese detalle, ladeó la cabeza con un toque de confusión. Los pómulos altos, la barbilla cuadrada y un pequeño hoyo apenas visible. El cabello que suponía era rubio, pero se veía un poco oscuro por la humedad. Se mordió el labio inferior, estaba claro que venía saliendo de la ducha, su cuerpo húmedo y la toalla alrededor de la estrecha cintura masculina se lo recordaban. No sabía que los hombres podían tener los pies bonitos sin pasar a lo afeminado, hasta que vio los de él. Trago grueso cuando recordó cómo se notaba el bulto de su virilidad debajo de aquella toalla, y que parecía que lo hacía sentir muy cómodo, ya que  no hacía nada por ocultarlo. Tal vez era porque estaba muy conforme con su cuerpo. Sin duda, era un hombre seguro de sí mismo. Suspiró, y luego se encogió de hombros. Era una lástima, tenía la vida del hombre en sus manos y él parecía no darse cuenta de eso. Como siempre hacía cada vez que iba a ejecutar un encargo, exploraba el campo de trabajo, siendo ella misma, sin disfraz había ido a esa habitación. Quería saber qué tipo de espontaneidad tenía Cárter, para tener algo de conocimiento a la hora de abordarlo, y ver con qué lo podía sorprender. Pero por alguna extraña razón, la realidad fue otra, porque fue ella quien había quedado sorprendida. Se miró en el espejo, acariciando la peluca de color rubio platinado que tenía en su cabeza, tan bien puesta que parecía natural. Se colocó los lentes de contactos azules. El maquillaje ahumado con una sombra violeta que iba a juego con el minidress sencillo de tiras y con escote en la espalda del mismo tono, las sandalias eran de tacón de doce centímetros con una fina plataforma de un dedo. La parte delantera de tiras no muy gruesas color plata. Su apariencia física era excelente, un contraste de su herencia latina, que sobresalía en cada curva de su cuerpo con las finas facciones, que al igual que las de su hermana eran europeas. Por parte de su abuela materna que era italiana. Había usado maquillaje de alta calidad para disimular el tatuaje que tenía en la espalda que se había hecho años atrás sobre las cicatrices que le había causado el insubordinamiento ante su padre.  Se dio un retoque en los labios con el dedo meñique. Estaba lista para ir a la caza de Ronald Carter.  Suspiró una vez más. Le daba gracias a Dios, porque ese era el último trabajito para su padre, después estaría completamente libre. Esperaba no tener complicaciones. Se dio una última mirada en el espejo y se pasó la mano por el vientre alisando su vestido y colocándose un poco de lado para verse por detrás. Se ajustó los senos un poco más, y Evelyn Miller salió de la habitación dispuesta a conquistar al mundo, eso incluía a… Ronald Carter.  El sonido de sus tacones resonaban por el largo  pasillo del hotel. Era una mujer de una estatura de uno sesenta, y siete más los doce centímetros de sus tacones, la hacían sentirse como una gigante para su género. No le gustaba usarlos porque a la hora de correr eran demasiado disfuncionales. Lo que para ella era un tanto contradictorio, porque al mismo tiempo le hacían sentir una mujer elegante. Caminó hasta el restaurante y se encontró con dos hombres altos, atléticos y bien parecidos. Vestidos con traje n***o y camisa blanca; con corbatas y zapatos del mismo color de su atuendo. Llegó al lugar correcto porque estaba segura de que esos eran los escoltas de Carter.  —Disculpe señorita. No puede pasar —dijo suavemente uno de los hombres en inglés. En ese momento agradeció su profesión de mercenaria; puesto que hablaba muchos idiomas español, inglés, francés e italiano perfectamente; podía decirse que como una nativa,  un poco de ruso, y un poquito nada más de turco. Fue una de las cosas que aprovechó de  haber viajado por el mundo desde muy corta edad, ya que en su hablar no tenía acento, y en los últimos años había utilizado solo el inglés. —¿Por qué? Estoy hospedada en este hotel —miró al hombre de pies a cabeza con fastidio.  —El restaurante está cerrado para el público —uno de los hombres le habló en tono brusco.  —¿No me digas? —preguntó sarcástica— ¿El príncipe de gales se encuentra aquí y no lo sabía? El hombre inclinó la cabeza, se quitó los lentes oscuros, y entrecerró los ojos para dirigirse a ella.  —Le he dicho amablemente que está cerrado. ¿Me has entendido? —¿Entonces qué? Me muero de hambre porque un… estúpido ricachón le ha dado por cerrar el restaurante. Cuando el hombre iba a contestarle, escuchó una voz grave detrás de ella, que ya había escuchado antes. —¿Qué está pasando aquí?  —Nada señor Carter. Le estoy explicando amablemente a la señorita que el restaurante está cerrado para el público.  Se excusó el hombre que había interactuado minutos antes.  —Es cierto —intervino ella—, pero yo también le estoy explicando “amablemente” —hizo énfasis en la palabra— que soy una huésped del hotel, y que tengo muchísima hambre. ¿En dónde se supone que voy a comer si el restaurante está cerrado? —¡Vaya! Lo siento —se excusó Carter arqueando una ceja al hombre de seguridad—. Tendré que enmendar ese error ya que es por mi causa que está cerrado.  —¿Ya terminó de comer? —indagó la joven curiosa. —¿Por qué pregunta eso? —Cater frunció el ceño.  —Necesito que lo haga para ver si yo puedo hacerlo. ¿No cree usted? —arrugó la nariz en señal de disgusto femenino.  Carter metió las manos en los bolsillos de sus pantalones, y sacudió la cabeza sonriendo de manera galante.  —Hagamos mejor una cosa. ¿Por qué no me acompaña a cenar?  Evelyn lo miró con recelo, hizo gesto de mirar a todos lados.
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