El señor Dávila tragó saliva ante las palabras de Fernanda y es la sonrisa de triunfo sobre él. Maldita bruja, se las pagaría todas a la menor oportunidad posible. Sus manos sudaban el nerviosismo que le provocaban aquellas palabras que su asistente dijo más como una amenaza que como una advertencia. — ¿Qué es lo que quieres? —dijo Dávila con sus dientes apretados simulando una sonrisa amable. Fernanda suspiró. — Quiero tus asquerosas manos a veinte kilómetros lejos de mi y quiero tu auto —dijo Fernanda retándolo con la mirada. Fernanda sabía que el señor Dávila era un aficionado de los autos. Quitarle a su "bebé" era un golpe bajo para él, pero ella no se arrepentía de nada. Se lo merecía. Aprovecharía cada oportunidad que tuviera para hacerlo sufrir como él lo hacía con ella. Tenía

