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Sin amor, no hay valentía que encuentre su razón.
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Conocía a la perfección esa mirada. Incluso antes de que la palabra llegara a sus oídos podía precisar el momento exacto en el que la respuesta iba a ser la misma que llevaba oyendo desde que tenía memoria.
Josie intentaba creer en las palabras de los profesores que habían pasado por su corta vida, pero las reiteradas audiciones con resultados negativos la estaban llevando a perder la fe en sí misma.
-Muchas gracias señorita, cualquier cosa la llamaremos.- anunció el hombre detrás del escritorio con la vista en su computadora y ella sonrió con sarcasmo para bajar del escenario sin aplausos, una vez más.
-¡Estuviste genial!.- se apresuró a decirle Alma, su gran amiga de la vida, la que siempre tenía una sonrisa para ella, una palabra de aliento y la mirada alegre que lograba hacerla pasar el mal trago.
-No me mientas, no hace falta. ¿No viste esa mueca en sus labios? Ni siquiera se dignó a ver el final de la escena. No le gustó desde el principio. Creo que no necesito más pruebas para darme cuenta de que no sirvo para esto.- le confesó Josie, mientras se anudaba las zapatillas y acomodaba su mochila en su hombro.
-No digas eso, no te lo permito. Acá no hay lugar para pesimismos. Nosotras somos buenas, somos buenas actrices que aún no han sido descubiertas.- respondió Alma, alzando su mentón desde su baja estatura y moviendo su delgado cuerpo con gracia. Era una joven divertida, que llevaba una enorme sonrisa siempre en su labios y vestía con colores estridentes porque así, decía muy a menudo, contagiaba su felicidad.
A Josie imitó su sonrisa mientras negaba con su cabeza.
-Comienzo a creer que nunca vamos a ser descubiertas, pero a esos hoyuelos no le puedo responder con sarcasmo.- le dijo riendo al final para luego abandonar por fin ese teatro de la avenida Corrientes que, vacío, se mostraba frío y tenebroso.
-¿Vamos a comer algo?- le propuso la joven una vez que estuvieron afuera y Josie arrugó sus labios con gracia.
-No tengo un peso, amiga. Será mejor que vuelva a casa a ayudar a mi mamá con las entregas. Al menos así me siento más útil.- le dijo resignada.
Josie era la mayor de cinco hermanos, vivía junto a su madre desde que su padre había tenido aquel accidente que las había dejado solas y sin nada. Pero nunca se habían dado por vencidas. Eloisa era la mujer más valiente que conocía, había enfrentado su viudez con la frente en alto, guardando sus lágrimas para las madrugadas oscuras y haciendo todo trabajo que se le presentaba. Había limpiado casas, había atendido una panadería, había dado clases particulares de matemáticas gracias a su habilidad en esa materia y había aprendido en tiempo record a usar una máquina de coser que los vecinos del barrio le habían comprado. Era un ejemplo de vida, la heroína de Josie y sus hermanas, la que había pagado su escuela de arte y siempre había creído en ella. Y justamente por eso, los reiterados rechazos dolían tanto. No quería decepcionarla, no quería que su esfuerzo hubiera sido en vano, no quería bajar los brazos cuando ella nunca lo había hecho.
-De eso nada.- decretó Alma tirando de su brazo para guiarla hasta la pequeña plaza que se presentaba debajo de aquel monumento imponente y alto que adornaba la ciudad de Buenos Aires convirtiéndolo en un lugar icónico.
-Señores y Señoras.- dijo alzando su voz mientras sacaba un sombrero arrugado de su bolsillo y lo apoyaba al revés en el suelo.
-Con ustedes las mejores actrices de Buenos Aires, dispuestas a recrear una de las escenas más emblemáticas del cine contemporáneo. ¿O no Ana Scott?- le dijo mientras recogía su cabello y cambiaba su voz a un tono más grave.
Entonces Josie no perdió tiempo en meterse en la piel de Julia Roberts, para comenzar con esa línea que conocía de memoria, en el que la protagonista le confesaba su amor a un Hugh Grant perplejo, representado a la perfección por su querida amiga Alma.
-Soy solo una chica en frente de un chico.- dijo y la emoción se tradujo en su voz quebrada, capturando la atención de varios transeúntes, turistas y locales, que habían detenido sus pasos para regalarles unos minutos a su actuación.
Y la escena cobró vida, y la piel se puso de gallina, y los aplausos, por fin, endulzaron sus oídos. Y aunque el resultado no se vio reflejado en el contenido de aquella gorra que apenas alcanzó para que ambas compartieran una hamburguesa de la famosa cadena de esa esquina, el alimento llegó a sus corazones tan esperanzador que reavivó la llama de una pasión, que si se sentía tan real, no podía estar tan equivocada, pensó Josie con entusiasmo.
Y al parecer, el buen humor sí era contagioso, porque desde ese momento, ambas amigas no dejaron de sonreír enterrando así, la punzante sensación del fracaso para cubrirla con el impulso de volver a intentarlo.
Y tal alcance tuvo aquella nueva sensación, que casi al finalizar su día, mientras juntaba la mesa de la cena que le había preparado a sus hermanos y terminaba de acomodar la ropa que había remendado junto a su madre, un mensaje de Alma ofreció una nueva oportunidad y esa noche, como tantas otras en el pasado, los motivos para agradecer volvieron a prevalecer frente a los que hacían doler. Y con una sonrisa en sus labios carnosos, se enfundó en sus viejos pijamas, ajustados a sus curvas de recatado tamaño y el sueño placentero no tardó en llegar.