Malakai presenció todo desde las sombras y se acercó a Celeste con pasos silenciosos. Su rostro mostraba preocupación y simpatía, pero sus ojos brillaban con un malicioso triunfo.
—Bueno, cariño —dijo con voz suave —parece que las cosas no salieron como esperabas.
Celeste lo miró, las lágrimas aún corrían por sus mejillas, en ese momento, Malakai parecía ser su único amigo en este mundo extraño y cruel.
—Tienes razón — sollozó — Esto… es terrible.
Malakai fingió simpatía y puso una mano reconfortante en el hombro de Celeste.
—Lo sé, es difícil, pero no te preocupes, estoy aquí para ti, ¿Por qué no salimos de aquí?
Vulnerable, confundida y sin nadie más a quien recurrir, Celeste asintió lentamente.
— Sí, por favor sáqueme de aquí.
Malakai sonrió, una sonrisa que habría helado la sangre de Celeste si hubiera hecho pleno uso de sus sentidos angelicales.
—Por supuesto, querida, ven conmigo.
La sonrisa traviesa de Malakai se hizo más amplia mientras conducía a Celeste fuera del hotel. La primera fase de su plan ha sido un gran éxito, y ahora era el momento de que el inocente ex ángel se sumergiera en las alegrías y peligros del mundo mortal.
Sin que Celeste lo supiera, estába a punto de embarcarse en una noche que pondría a prueba no solo su nueva moral, sino también su propia existencia, Malakai ayudó a Celeste a subir a un lujoso auto n***o.
La limusina de Malakai se deslizó por las calles, Celeste todavía estaba aturdida por su encuentro con Alejandro.
Malakai rompió el silencio disfrutando cada momento de su plan.
—Celeste, querida, no dejes que ese desagradable encuentro arruine tu noche. Tengo el lugar perfecto para que olvides todas tus penas.
Celeste lo miró con lágrimas todavía en los ojos.
—No lo sé… tal vez debería irme a casa.
-—¿Casa? — Malakai fingió confusión — Celeste, ¿De qué estás hablando? ¿No te acuerdas? Me dijiste que no tienes adónde ir.
El rostro de Celeste se llenó de confusión.
—Yo... ¿Lo hice? No... no lo recuerdo —Celeste sin saberlo ya comenzaba a olvidar que alguna vez fue un ángel y las experiencias que como tal había vivido.
Malakai sonrió para sus adentros, su plan iba bien.
— Oh, cariño, no te preocupes, yo cuidaré de ti.
El auto se detuvo frente a un bar de aspecto muy exclusivo. "Infierno dorado", decía el letrero de neón rojo.
—Vamos, tómate un trago para ayudarte a despejar tu mente —dijo Malakai, guiando a Celeste al interior.
El bar estaba lleno de humo y música a todo volumen, y hombres y mujeres vestidos provocativamente se mezclaban, bailando en una danza de lujuria, Celeste quedó inmediatamente perdida.
Aunque era mortal, su cuerpo todavía era puro y se tensó al ver tal depravación.
—No estoy segura —susurró, con la voz temblorosa —Este lugar... no me siento bien.
—Vamos —respondió Malakai con voz seductora —a veces necesitamos salir de nuestra zona de confort para descubrir quiénes somos realmente.
La arrastró hasta la barra, donde un hombre que parecía más una montaña de músculos que un hombre los saludó con una extraña sonrisa.
—Bartender —ordenó Malakai, —danos a mi amiga y a mí un par de bebidas especiales para darnos algo de energía..
El camarero asintió sin decir nada y preparó dos copas de vino tinto brillante que parecía sangre fresca, Malakai tomó los vasos y le entregó uno a Celeste.
—Bebe —la instó, con los ojos fijos en los de ella —te prometo que te hará sentir mejor.
Celeste miró preocupada el líquido, algo dentro de ella le gritó diciéndole que no lo hiciera porque era peligroso, pero la voz de Malakai fue suave y persuasiva, ahogando la advertencia.
Tomó la taza con manos temblorosas y tomó un sorbo, el líquido le quemó la garganta como si fuera fuego líquido, haciéndola toser y jadear. Pero casi de inmediato, una sensación cálida se extendió por todo su cuerpo, nublando sus sentidos y haciendo que el mundo pareciera menos amenazador.
—Eso es todo —sonrió Malakai —deja que la bebida te quite todos los problemas y esta noche eres libre de ser quien quieras ser.
El tiempo pasó entre música ensordecedora, luces intermitentes y más líquido rojo, Celeste, sin experiencia con el alcohol y las drogas con las que Malakai había mezclado cuidadosamente su bebida, pronto se encontró en un estado de euforia casi loca.
Su mente, una vez clara y llena de propósito divino, ahora era una vorágine caótica de sentimientos y deseos que nunca antes había experimentado.
Su cuerpo se movía al ritmo de la música, frotándose contra los extraños que la miraban con ojos de deseo.
—¿Quién soy? —Susurró para sí misma en un momento de claridad, mirando su reflejo distorsionado en el espejo detrás de la barra, sus ojos, que originalmente eran azul cielo, ahora lucían oscuros.
Malakai estaba tan atento como siempre, de pie a su lado como una sombra.
—Sé quien quieras ser, cariño —le susurró al oído —el pasado no importa, sólo este momento, esta noche.
Celeste asintió, con las palabras del demonio resonando en su mente aturdida. Se puso de pie, con las piernas temblorosas:
—Creo que necesito aire —dijo con voz ininteligible —todo está dando vueltas.
Pero cuando dio un paso, el suelo pareció inclinarse bajo sus pies y cayó sobre una mesa cercana.
Las costosas botellas de vino se rompieron en el suelo.
El dueño del bar, un hombre llamado Víctor, se acercó con pasos feroces. Sus ojos estaban tan fríos como el hielo y miró a Celeste con enojo.
—¿Qué diablos hiciste? —gruñó.
Celeste seguía tirada en el suelo, rodeada de vidrios rotos, mirándolo con ojos apagados. El mundo seguía girando a su alrededor y las palabras parecían viajar a través de un túnel hasta sus oídos.
—Lo siento... —tartamudeó, trató de levantarse, pero fracasó estrepitosamente —fue un accidente, no quería...
Víctor la agarró de los brazos con fuerza bruta y la levantó del suelo como si no pesara nada. Su rostro estaba tan cerca del de ella que Celeste podía oler el whisky y los cigarrillos en su aliento.
—¿Lo sientes? —siseó, con la voz llena de veneno —¿Sabes cuánto valen esas botellas? ¿Cómo les vas a pagar cuando eso es más dinero del que gana alguien como tú en un año?
Celeste sintió que el miedo vencía temporalmente su embriaguez.
—Yo... no tengo dinero —susurró, entre lágrimas —por favor, déjame ir, haré cualquier cosa.
La sonrisa que apareció en el rostro de Víctor era como la sonrisa de su peor pesadilla. Sus ojos recorrieron el cuerpo de Celeste, ocultando apenas su deseo.
—Así que cualquier cosa, ¿Eh? —dijo, lamiéndose los labios como un depredador frente a su presa —bueno creo que podemos llegar a un acuerdo, tengo algunas ideas sobre cómo puedes pagarme.
Malakai miró esta escena con alegría y decidió que era hora de actuar. Se acercó con pasos elegantes y una expresión de fingida preocupación en su rostro.
—Víctor, viejo amigo —dijo, poniendo una mano en el hombro del hombre —creo que podemos llegar a un acuerdo más... civilizado —la chica está bajo mi protección.
Víctor miró a Malakai y el reconocimiento brilló en sus ojos, soltó a Celeste, quien volvió a caer al suelo temblando.
—Marcus —dijo, usando el nombre personal de Malakai —no sabía que esta chica era tuya, pero pase lo que pase, alguien tiene que pagar por este desastre.
Malakai sonrió, con un brillo siniestro en sus ojos.
—Por supuesto, por supuesto, si llegamos a un acuerdo, ¿Qué te parece? La chica trabajará aquí para saldar su deuda. ¿Como... Cuatro meses?
Víctor miró a Celeste, consideró la propuesta y finalmente asintió.
—Cuatro meses, sin pago —dijo —será mejor que uses esa cara bonita para atraer clientes. Si no cumples, el trato se rescindirá y tendré que encontrar... otras formas de compensación.
Celeste seguía tirada en el suelo sintiendo como si el mundo se desmoronara a su alrededor.
—Está bien... lo haré —respondió débilmente, sintiendo que no tenía otra opción.
Víctor sonrió con satisfacción.
—Genial, empieza ahora.
Las siguientes semanas fueron un infierno para Celeste, trabajando muchas horas y soportando miradas lascivas y comentarios inapropiados de los clientes. Cada noche dormía en una pequeña habitación detrás de la barra.
Una noche particularmente fatídica, Celeste estaba sirviendo bebidas cuando escuchó una voz familiar.
— Con esta inversión te garantizo que verás retornos sustanciales en menos de un año.
Era Alejandro, sentado en una mesa con un grupo de hombres de traje que parecían beber sus palabras con tanto entusiasmo como bebían whisky caro. El corazón de Celeste se aceleró. ¿La reconocería? ¿Qué pensaría cuando la viera en este lugar?
Sin querer llamar la atención, Celeste se acercó a una mesa cercana y colocó las bebidas. Pero el destino, o quizá algo más siniestro, tenía otros planes, un cliente borracho, con los ojos inyectados en sangre y una sonrisa lasciva, la abrazó con fuerza por la cintura.
—Oye, cariño —gruñó, con el olor a alcohol llenando su aliento —¿Por qué no dejas la bandeja y te sientas conmigo un rato? —Te prometo que te lo pasará muy bien.
Celeste intentó alejarse, llena de pánico.
—Por favor, señor —dijo con la voz temblorosa —tengo que seguir trabajando, por favor déjeme ir.
El hombre no la soltó, sino que apretó con más fuerza y su otra mano comenzó a recorrer el cuerpo de Celeste, haciéndola sentir náuseas.
—Vamos, no te hagas la difícil —insistió, acercando su rostro al de ella —las mujeres fáciles como tú tienen un precio. ¿Cuál es el tuyo, bebé?
El revuelo llamó la atención de Alejandro, y cuando se giró, sus ojos se abrieron con sorpresa al reconocer a Celeste.