Un par de semanas después, la mansión Montero estaba más tranquila de lo habitual y el sol de la tarde se filtraba a través de las cortinas de encaje, iluminando la sala.
Afortunadamente para Celeste, Valeria había tenido que viajar fuera del país debido a su trabajo, era una modelo internacional muy reconocida, por lo que la ex ángel se encontraba tranquila en esos días.
Sofía había asistido a unas clases que estaba tomando, y su marido y Ricardo, se encontraban junto a unos amigos en un lago, pescando.
Alejandro no podía quitarle los ojos de encima a Celeste, tenía el rostro más bello que jamás había visto, la chica se encontraba sentada sobre la alfombra, jugando con Clara, la hija pequeña de su hermana Sofía.
—¡Otra vez, otra vez! —la pequeña Clara reía y gritaba mientras Celeste le hacía cosquillas —la niña gustaba de estar todo el tiempo con Celeste, cuando Sofía no estaba, dejaba sus labores de lado para solo cuidarla.
—¿Está segura? —preguntó Celeste con una sonrisa traviesa —¡Ya voy! —Otro estallido de risas de la pequeña siguió en cuanto Celeste se acercó de nuevo a ella.
Alejandro observó fascinado cómo el cabello rubio platino de Celeste caía en cascada sobre sus hombros y su piel parecía brillar a la luz de la ventana. De repente, sintió un deseo que no había experimentado en mucho tiempo, tan fuerte que tuvo que tragar saliva.
—Esto está mal —pensó— no debería sentirme así por Celeste— pero su cuerpo lo ignoró.
En ese momento, Celeste levantó la vista y sus ojos azules se encontraron con los de Alejandro, fue como si de repente no hubiera aire en la habitación.
—¿Está todo bien, señor? —preguntó Celeste al notar su intensa mirada.
—Sí, yo… —dudó— solo estaba pensando en lo bien que se llevan Clara y tú.
La sonrisa de Celeste desapareció por un momento, inmersa en sus propios pensamientos sobre Alejandro, a él la chica le atraía terriblemente, tal vez era porque la veía tan frágil, tan vulnerable.
A Celeste se le erizo la piel bajo el vestido de lino, nunca me había sentido así por nadie, cuando era ángel, las emociones humanas siempre le habían resultado extrañas y debía comprenderlas para poder realizar su trabajo, pero ahora que podía sentirlas, era diferente.
Alejandro se levantó del sofá y caminó hacia ella sin pensar, intentó controlarse, pero su cuerpo parecía tener vida propia.
—¿Necesitas ayuda? preguntó, extendiendo su mano para ayudarla a levantarse.
—Gracias, yo… —dijo Celeste, pero cuando sus dedos se tocaron, ambos sintieron como si una fuerte descarga eléctrica recorriera sus cuerpos.
Celeste retrocedió y rápidamente retiró su mano.
—Lo siento —susurró, con los ojos muy abiertos.
—No... está bien —respondió Alejandro, su voz era tan débil que ni siquiera se dio cuenta.
Se quedaron allí un momento, mirándose, tratando de entender qué estaba pasando, con el corazón latiendo a mil por hora.
Poco después, Elena, la mamá de Alejandro, los llamó.
—Alejandro, ¿Vamos a misa esta tarde? Tiene tiempo que no acudimos, y me gustaría recibir la bendición del padre.
—Por supuesto, mamá —respondió Alejandro, agradecido por la interrupción.
Elena se volvió hacia Celeste —querida, ¿Podrías ir con nosotros? Necesitamos que nos ayudes a cuidar de Clara, y sirve que te distraes un rato, pasas los días aquí encerrada.
Celeste vaciló por un momento, no le gustaba la idea de ir a la iglesia, algo le decía que acercarse a ese lugar no era una buena idea, era como si por ser humana estuviera en conflicto con Dios, pero no pudo negarse.
—Por supuesto que iré, señora —respondió, tratando de parecer más segura de lo que realmente estaba.
Alejandro la miró discretamente, mientras se ajustaba la corbata, Celeste le causa mucha curiosidad, tal vez demasiada.
—¿Está segura? preguntó suavemente. Si no te gusta… —Alejadro y su madre eran muy condescendientes con ella.
—No, está bien —insistió Celeste, sería bueno salir y caminar un poco.
El camino a la iglesia lo hicieron en completo silencio, Celeste miraba por la ventanilla del auto para evitar encontrarse con la mirada de Alejandro.
Cuando llegaron, la iglesia de arquitectura barroca se alzaba imponente ante ellos, Celeste sintió un escalofrío nada más al entrar, en cuanto lo hizo, una enorme tristeza se apoderó de ella, algo en el aire, en la pureza del lugar, hizo que sus ojos se llenaran de lágrimas, inevitables.
Se cubrió la cara con las manos, tratando de evitar que las lágrimas fluyeran.
Alejandro se sentó en el banco a su lado y notó que ella se secaba rápidamente las lágrimas.
—¿Estás bien? —susurró preocupado.
Celeste sacudió la cabeza, sin palabras.
—¿Quieres salir un rato? —propuso.
—No, yo...Lo siento, no sé qué me pasa.
Alejandro tomó su mano sin pensar. —No te preocupes, estoy a tu lado —sin notar que su madre se daba claramente cuenta de todo lo que pasaba.
El contacto con Alejandro actuó como ancla para Celeste, por un momento, la tristeza pareció disminuir un poco. Miró a Alejandro a los ojos, agradecida pero también aterrorizada por lo que estaba sintiendo.
—Gracias —susurró.
La misa continuó, pero ninguno de ellos prestó atención por completo, estaban demasiado centrados en sus propios pensamientos y en la conexión que parecía existir entre ellos.
Cuando la misa terminó, y salieron, Celeste sintió como si le hubieran quitado un peso de encima. Respiró hondo y dejó que el aire de la noche llenara sus pulmones.
—¿Mejor? —preguntó Alejandro, tomando entre sus brazos a la pequeña Clara que Celeste cargaba.
—Sí, gracias —respondió Celeste con una sonrisa.
Alejandro sin darse cuenta contestó la sonrisa de lado, ese gesto hizo que el corazón de Celeste diera un vuelco.
El viaje de regreso a la mansión fue menos tenso, la pequeña Clara se quedó dormida en las piernas de su abuela, mientras Alejandro manejaba.
Al llegar, Elena se dirigió a la cocina —¿Alguien quiere un té antes de dormir?
—Sí, gracias mamá —respondió Alejandro.
Celeste negó con la cabeza. —Yo…creo que debería irme a la cama, ha sido un día largo, gracias.
—Por supuesto, querida —dijo Elena con una sonrisa comprensiva —ve a descansar.
Antes de alejarse hacia su habitación, Celeste se volvió hacia Alejandro.
—Gracias de nuevo —dijo en voz baja.
Él asintió, sin saber qué decir, la vio desaparecer por el pasillo hacia el área de servicio, algo muy dentro de él quería seguirla, consolarla, comprenderla, pero sabía que no debía hacerlo.
—¿Alejandro? —La voz de la madre lo sacó de sus pensamientos— ¿Estás bien?
—Sí, sí —respondió, forzando una sonrisa, sólo estoy cansado.
Elena lo miró con ojos maternales, como si pudiera entenderlo todo.
—Sabes que puedes contarme cualquier cosa, ¿Verdad?
Alejandro asintió,
—Lo sé, mamá. Es que… —se detuvo, sin saber cómo continuar.
—¿Es por Celeste? —preguntó Elena en voz baja.
Él la miró sorprendido.
—¿Cómo...?
—Soy tu madre —respondió con una sonrisa —me di cuenta de todo.
Alejandro se pasó las manos por el pelo y suspiró.
—No sé qué me pasa, mamá, es como...
—Si de repente todo tuviera sentido de nuevo —Elena terminó la frase por él.
—Sí —admitió Alejandro, pero no debería sentirme así, después de lo de Clara no tengo derecho a hacerlo.
—El corazón tiene su propio tiempo, hijo —dijo Elena, poniendo una mano en su hombro, no te castigues por cómo te sientes —ya te has castigado demasiado.
Alejandro abrazó a su madre y le agradeció su comprensión.
—Gracias, mamá.
—Ahora toma tu té, y ve a descansar un poco", le dijo. Mañana es otro día.
Mientras Alejandro subía las escaleras, no pudo evitar pensar en Celeste, ¿Ya estaría dormida? Suspiró profundamente, y continuó caminando hacia su habitación.
En su habitación, Celeste estaba sentada en la cama, mirando la noche por la ventana. Las lágrimas volvieron a brotar de sus ojos, pero esta vez no era sólo tristeza. Eran confusión, miedo, anhelo de algo que no sabía si podría tener.
—¿Qué estoy haciendo? —se dijo a sí misma— ¿Cómo puedo sentir esto?
Cerró los ojos y recordó la sensación de las manos de Alejandro y el consuelo que le brindaba su presencia. Por un momento, se permitió imaginar cómo sería una vida con él, pero rápidamente desechó esos pensamientos de su mente.
—No puedo —se dijo a sí misma —no debería.
En la oscura noche del exterior, Malakai sonrió, podía sentir la confusión y la lucha interior de Celeste, era justo lo que necesitaba para llevar a cabo su plan.
—Pronto, pronto —susurró, desapareciendo en las sombras —el juego acaba de empezar, Celeste, y yo tengo todas las cartas para ganarlo.