Susurros malvados

1483 Palabras
El regreso de Valeria a la mansión Montero fue recibido con desagrado para la mayoría. Los sirvientes apenas levantaron la vista cuando cruzó el umbral, y el mayordomo arrastró su equipaje con expresión impotente. Para ellos era sólo una visita más de la mimada sobrina de Don Ricardo. Elena miró a la recién llegada desde la ventana de la habitación y suspiró cansada. Sabía lo que significaba: días tensos, caprichos apenas disimulados, la sonrisa falsa que Valeria mostraba a todos menos a ella misma. —Dios nos ayude —susurró para sí misma, cerrando suavemente las cortinas. Para Ricardo, sin embargo, la llegada de Valeria fue motivo de alegría. Su única sobrina, la hija de su difunto hermano mayor, era la luz de sus ojos, tanto como sus hijos. Extendió los brazos y bajó las escaleras con una sonrisa. —¡Mi querida Valeria! —gritó tomándola en sus brazos —¡Estoy tan feliz de tenerte de vuelta! Valeria le devolvió el abrazo, su rostro brillaba con perfecta felicidad Tío Ricardo, te extrañé mucho. Pero detrás de la alegre sonrisa, algo oscuro se agitaba en lo más profundo de Valeria que ni siquiera ella podía entender del todo. Una voz en su cabeza, confundida con sus propios pensamientos, susurraba pensamientos oscuros, alimentando el odio que crecía a cada segundo. Nada más entrar a la mansión, sus ojos se fijaron en una escena que le hizo hervir la sangre, Alejandro y Celeste en el jardín, sonreían con complicidad, junto a la pequeña Clara. Celeste sonreía tímidamente, un suave sonrojo se extendía por sus mejillas, aquello era como una puñalada hacia Valeria. "Mírala", pensó, clavándose las uñas en las palmas. "Tan perfecta, tan pura, es tan repugnante". La inocencia que exudaba Celeste era un recordatorio para Valeria de que lo que había perdido hacía mucho tiempo. Cada movimiento, cada mirada tímida despertaba el odio en su corazón invadido por la malicia. —¿Qué te pasa, querida? —preguntó Ricardo al notar la expresión nerviosa en el rostro de su sobrina. Valeria se obligó a sonreír, ocultando la tormenta que azotaba su interior. —Nada, tío, Solo estoy un poco cansada por el viaje. Pero no era fatiga lo que sentía, el odio puro y visceral la amenazaba, odiaba a la pobre Celeste por muchas razones. Odiaba su belleza, odiaba que su pureza la hiciera parecer inalcanzable, lo peor era como la miraba Alejandro, la veía de una manera, como a ella jamás la había visto. Esa noche, mientras todos dormían, Valeria paseaba por su habitación como un animal enjaulado. Sus pensamientos eran oscuros y retorcidos y no le daban descanso. "Ella no merece estar aquí", se dijo a sí misma, su voz era apenas un susurro en la oscuridad. "Ella es sólo una sirvienta. ¿Por qué Alejandro la mira así? ¿Por qué ella y no yo?" Lo que Valeria no sabía era que esos pensamientos no eran del todo suyos, Malakai, el demonio invisible, le susurraba al oído, alimentando su odio y manipulándola sin que ella se diera cuenta. A medida que pasaban los días, el ambiente en la casa se volvía cada vez más tenso, Valeria observaba cada interacción entre Alejandro y Celeste con ojos de águila, su ira crecía con cada sonrisa compartida y mirada de complicidad. Una tarde, mientras Celeste limpiaba las escaleras, Valeria la observaba desde arriba, con sus pensamientos más oscuros que nunca. "Esta es tu oportunidad", susurró la voz en su cabeza que creía que era la suya. "Nadie lo sabrá jamás. Un empujón y se acabará". Celeste, ajena al peligro, tarareaba suavemente una melodía mientras trabajaba. El sonido de la aspiradora llenaba el aire, enmascarando el sonido de los silenciosos pasos de Valeria acercándose. Antes de que Celeste se diera cuenta de su presencia, Valeria entró en acción, se colocó detrás de ella, y rápida y bruscamente, empujó a Celeste con todas sus fuerzas. El tiempo pareció detenerse en ese momento y los ojos de Celeste se abrieron enormemente, llenos de conmoción y miedo. —¡No! —Gritó Celeste, fue un fuerte grito de pánico mientras caía. Cada golpe de su frágil cuerpo en las escaleras, generaba un sonido que resonaba por toda la mansión. Valeria quedó petrificada por lo que acababa de hacer, y observó con una mezcla de horror y satisfacción como Celeste rodaba al pie de las escaleras hasta quedarse quieta, con su vestido extendido como un abanico sobre el suelo de mármol. Los gritos de Celeste sorprendieron a todos en la mansión, enseguida se oyeron pasos apresurados por todas partes. Valeria salió de su estupor, corrió de regreso a su habitación y cerró la puerta de golpe. —¿Qué hice? —Susurró, respirando pesadamente y con el corazón acelerado —Dios mío, ¿Qué he hecho? Pero otra parte de ella, una parte oscura y retorcida, era feliz. "Hiciste un gran trabajo", susurró la voz en su cabeza. "Esto era necesario". Mientras tanto, Elena bajó corriendo las escaleras, el miedo reflejado en su rostro creció cuando vio a Celeste tirada en el suelo. —¡Celeste! gritó, arrodillándose junto a ella. ¡Dios mío, Celeste! ¡Por favor despierta! Los pasos de Valeria resonaron desde las escaleras, hizo una pausa por un momento, luego bajó, asegurándose de que su rostro mostrara la cantidad adecuada de confusión y pánico. —¿Qué pasó? Preguntó con voz temblorosa. ¡Dios mío, Celeste! ¿Está bien? Elena levantó la vista con los ojos llenos de lágrimas. —No lo sé, Valeria, no despierta, ¿Viste o escuchaste algo? Valeria negó con la cabeza, su actuación era perfecta. N —No, yo estaba en mi habitación, lo único que oí fueron gritos. En ese momento, Alejandro corrió hacia la puerta . había llegado hacía poco de la empresa, y se había quedado un rato en el jardín, el grito lo alertó, y al ver la escena su rostro se puso pálido. —¡Celeste! —gritó corriendo hacia ella y arrodillándose a su lado —¡Celeste, por favor despierta! Elena hizo todo lo posible por mantener la calma, pero su tono revelaba pánico. —No responde, Alejandro, debemos llevarla al hospital inmediatamente. Sin decir una palabra más, Alejandro levantó a Celeste en sus brazos con movimientos sutiles que contrastaban con su evidente desesperación. La abrazó como si fuera la cosa más preciosa del mundo, mirando fijamente el pálido rostro de la joven. —Resiste, Celeste —susurró, con su voz apenas audible, por favor, resiste. Valeria miró esta escena y sintió que la ira invadía su corazón, no podía soportar que Alejandro se preocupara tanto por Celeste. —Alejandro, no tienes que hacer esto —dijo, con la voz llena de veneno apenas disimulado —no deberías preocuparte demasiado por el servicio, otros pueden llevársela. Pero Alejandro la ignoró por completo, sus ojos sólo se centraron en Celeste. Caminó hacia el auto con pasos firmes, seguido de cerca por Elena. —Valeria, por favor tráeme mi bolso —ordenó Elena antes de irse —está en mi habitación. Mientras subía las escaleras para coger el bolso, Valeria sintió que la rabia en su interior seguía creciendo, amenazando con consumirla por completo. —Esto es imposible —murmuró en voz baja, furiosa. No lo soportaré. En el auto, Alejandro abrazó tiernamente a Celeste, con los ojos fijos en su rostro, Elena los observaba, consciente del amor de su hijo por la joven, pero también de los obstáculos que enfrentaba. "Él nunca lo permitirá", dijo para sí misma pensando en Ricardo, "la apariencia y el estatus siempre han sido lo más importante para él, y Celeste no tiene pasado, no sabemos si realmente lo ha olvidado. ¿O esconde algo?". " Alejandro sabía lo que su madre estaba pensando en ese momento, lo más importante en ese momento era Celeste, y mientras el auto se dirigía al hospital, se inclinó hacia ella y le susurró suavemente al oído. —Yo cuidaré de ti, Celeste, todo estará bien. Elena miró por la ventana mientras el auto avanzaba, sus pensamientos se encontraban atrapados en la tensión del momento. Sabía que el destino de su hijo y Celeste están entrelazados de una manera que ni ella ni Ricardo podían controlar. Pero el futuro era incierto, y con Ricciardo tan concentrado en la apariencia, las cosas podrían complicarse aún más de lo que ya estaban. Valeria en la mansión, se había quedado parada mirando hacia la puerta, con los ojos llenos de ira y los puños apretados. —Esto aún no ha terminado —susurró, sus palabras estaban llenas de oscura determinación, haré cualquier cosa para deshacerme de ella. Los susurros de Malakai continuaban en su mente, aunque los confundía con sus propios pensamientos. La tormenta que se avecinaba era sólo el comienzo y, antes de que se diera cuenta, Valeria estaba en el centro de ella.
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