Quizás sea porque he estado súper excitada sin salida, pero ahora que estoy aquí con Gabby me fijo más en ella. Tiene casi diecinueve años y está en perfecta forma. Tiene cintura estrecha, abdominales marcados gracias a su físico de animadora, pechos firmes y redondos, y un trasero tan firme que podría rebotar una moneda de veinticinco centavos. Su cabello es largo y rubio, con ondas sueltas sobre sus hombros.
Observarla está mal. Es mi hijastra. No debería verla de otra manera. No ayuda que ande constantemente por casa con pantalones cortos de ciclista azul bebé que se ajustan a cada curva de su cuerpo y blusas cortas que dejan poco espacio a la imaginación.
Odio admitir que ya he pensado muchas veces en doblarla sobre el sofá y arrancarle los pantalones cortos en la ducha.
Pero hasta ahí he llegado. Siempre me cuido de ser respetuosa. Claro, mi hijastra es un espectáculo, pero no la miro con lujuria. No la toco ni le hago comentarios desagradables. Mi mente divaga y lo dejo así.
Pero ahora... Hay algo diferente entre nosotros.
Desde que Gabby llegó a casa para las vacaciones de invierno, pasa cada vez más tiempo conmigo. Trabajo desde casa y ella llama a la puerta de mi oficina para charlar cuando se aburre, se sienta en la encimera mientras cocino y siempre me invita a ver películas después de cenar.
Pero es más que solo querer pasar tiempo conmigo. Tengo la extraña sensación de que es más retorcido que eso. Veo sus ojos azules escudriñando mi rostro y mirándome de vez en cuando. Tengo cuarenta y cinco años, pero me mantengo en buena forma. Entreno con regularidad y fui nadadora de primera división en la universidad.
Ver a Gabby lamerse los labios, metiendo y sacando su delicada lengua rosada mientras me observa, es, cuanto menos, excitante. Me pone a trabajar. Además, me roza, dejando que sus manos se detengan en mis brazos.
Esta mañana, por ejemplo. Estaba despierta haciendo yoga en la sala cuando salí de la oficina a buscarme un café recién hecho. Estaba en la postura del perro boca abajo, con el trasero a la vista mientras yo intentaba desesperadamente concentrarme en mi café.
—David —me llama Gabby, obligándome a apartar la vista de mi taza humeante—, ¿puedes mirar mi forma un segundo? Necesito asegurarme de que mi columna esté recta para esto.
—Claro —dije nerviosamente mientras caminaba hacia la sala de estar.
Gabby se irguió y me indicó que me colocara detrás de ella. Retrocedió hacia mí, disculpándose de inmediato y dirigiéndome una sonrisa tímida. Un momento después, estaba inclinada, con el trasero pegado a mi entrepierna.
—¿Puedes pasar la mano por mi columna para asegurarte de que esté alineada? Mi instructora suele hacerlo, pero está de vacaciones —dijo Gabby mirándome por encima del hombro.
Saber que su instructora de yoga hizo esto solo me excitó más la sangre que fluía hacia la entrepierna, porque esto ya era suficientemente sensual. Imaginar a una instructora de yoga sexy y ligera de ropa tocándola será fácilmente el tema de mi próxima sesión de masturbación.
Me incliné hacia delante y pasé la mano por su columna, sintiendo cómo sus músculos se tensaban bajo mi tacto. Intenté con todas mis fuerzas evitar imaginarla en el suelo con las piernas abiertas debajo de mí mientras la tocaba, pero no importó. Mi pene se tensaba contra mis vaqueros y no pude apartarme a tiempo para evitar que Gabby lo sintiera.
No sé si esperaba que retrocediera, pero no lo hizo. Juraría que oí un gemido silencioso.
—A mí me parece bien —dije, retrocediendo lo más rápido que pude—. Tengo que volver al trabajo.
Me alejé de ella corriendo y regresé a mi oficina, cerrando la puerta y hundiéndome en la silla de mi escritorio.
Ahora todavía estoy aquí, con miedo de salir de mi oficina porque sé que tan pronto como lo haga, tendremos que hablar de cómo tuve una erección y ella la sintió contra su trasero perfecto y resplandeciente.
Joder, solo pensarlo ahora me está poniendo dura otra vez. Han pasado horas desde que pasó y lo único que puedo hacer es concentrarme en el trabajo. Encuentro un ritmo y consigo olvidarlo todo por un rato. Entonces oigo que llaman a la puerta de mi oficina.
—Pasa —digo mientras escribo furiosamente un correo electrónico para parecer más ocupada de lo que estoy.
Santa mierda.
Gabby está de pie en la puerta, vestida solo con una toalla blanca que apenas le llega a la mitad de los muslos. Está envuelta alrededor de sus pechos y amenaza con romperse y caerse en cualquier momento. Lleva una taza de café en la mano y cruza la habitación a grandes zancadas para traérmela.
—Me di cuenta de que dejaste tu taza en el mostrador, así que pensé en hacerte una nueva —dice Gabby, apoyándose en el costado de mi escritorio mientras extiende su mano hacia mí.
—Gracias —digo, obligándome a mantener la mirada fija en ella.
—¿En qué estás trabajando? —pregunta, rodeando el escritorio para pararse a mi lado. Huelo su champú y gel de ducha con tanta intensidad que quiero lamerla y ver si sabe tan bien como huele. Estoy casi segura de que sí.
—Es aburrido, solo unos informes de gastos —digo, quitándole importancia. Apoyo las manos en el regazo, esperando que no vea la erección brutal que me ha dado.
—Eso no es aburrido —dice Gabby mientras apoya una mano en mi hombro y se sienta en el brazo de mi silla. La toalla se levanta más mientras se sienta y veo más de su piel suave y deliciosa. Daría lo que fuera por meter una mano entre sus piernas y sentir su glorioso coño adolescente contra mí—. Pero te dejo que vuelvas a lo tuyo.
Sale de mi oficina, dejando un rastro de su aroma en el aire. Concentrarme no es una opción ahora mismo. Podría intentarlo, pero jamás lo lograría.
Decido que lo que necesito es una ducha fría. Una ducha fría y un puñado de jabón.
Entro al baño y veo que todavía sale vapor de la ducha de Gabby, así que me preparo para la mía. Me siento en el inodoro unos minutos mirando el i********: de Gabby en mi móvil. Sé que tiene fotos de un viaje a la playa que hizo con sus amigas para su graduación, donde sale en un bikini diminuto.
Con el rabillo del ojo, veo algo en el suelo. Una diminuta tanga de encaje. Me quedo paralizada, con el corazón latiéndome en la garganta. Gabby no dejó más ropa. Se llevó sus pantalones de yoga y su camiseta al terminar de ducharse, pero dejó sus bragas.
Quizás lo estoy leyendo entre líneas, pero mi instinto me dice que son para mí.
Las recojo y las sostengo en la mano mientras recorro la delicada tela con los dedos. Al hacerlo, siento humedad en el centro. Y no es solo del baño.
Gabby dejó sus bragas mojadas en el baño para que las encontrara.