**ADRIANA**
Caminé hacia él, intentando no hacer ruido, pero mis pasos parecían resonar más de lo habitual en el suelo. Sin apartar la vista del juego, notó mi presencia.
—¿Vienes a burlarte de mis habilidades? —dijo con un tono juguetón, sin voltear.
—Tal vez… aunque eres bastante bueno. —Intenté sonar casual mientras me dejaba caer en la cama junto a él. Pero no había venido a hablar de videojuegos, y sabía que él lo notaría tarde o temprano.
Lo observé por unos momentos, dejando que el silencio se acomodara entre nosotros mientras juntaba el valor necesario. Finalmente, respiré hondo.
—Tomás… —comencé, y él, como si sintiera el cambio en mi tono, pausó el juego y me miró, dejando el mando a un lado.
—¿Qué pasa, Adriana? —preguntó con suavidad.
Bajé la mirada, sintiendo cómo mis palabras se atoraban en mi garganta. No sabía cómo empezar, cómo poner en palabras todo lo que sentía. Pero no podía guardármelo más.
—¿Por qué aceptaste irte? —susurré finalmente. Mi voz sonó casi temblorosa, vulnerable, algo que odiaba mostrar. —No será como esas veces que te vas un par de semanas. Ahora hablas de un año, tal vez dos… eso es demasiado.
Tomás inclinó la cabeza, sorprendido por mi reacción. Vi cómo buscaba las palabras adecuadas, pero cuando habló, su tono fue firme y sereno, como siempre.
—Adriana, sabes que es una gran oportunidad para mí. La maestría… podría abrirme tantas puertas. Es algo que debo hacer, no solo por mí, sino por todo lo que nuestros padres han hecho por nosotros.
—¿Y yo? —la pregunta salió antes de que pudiera detenerla. Supe en ese instante que había dicho demasiado, que tal vez había revelado más de lo que quería. Tragué saliva y traté de recomponerme. —Quiero decir, ¿no piensas en lo difícil que será no verte aquí? Todo cambiará, Tomás.
Su rostro se suavizó, y por un momento, la fachada tranquila que siempre llevaba parecía tambalearse.
—Claro que lo pienso. Pero esto no es un adiós para siempre, hermanita. Siempre estaremos conectados, no importa dónde estemos.
“Conectados…” Sus palabras deberían haberme reconfortado, pero en lugar de eso, me dejaron con una sensación amarga. Porque sabía que para él, esa conexión siempre sería la de un hermano cuidando a su hermana pequeña. Para mí, era algo más, algo que todavía no entendía del todo, pero que sabía que se quedaría conmigo incluso después de que él se fuera.
Me quedé en silencio, mirando el televisor que ahora parecía tan lejano, mientras el peso de su decisión caía sobre mí, más real que nunca.
El sol de la mañana bañaba las calles con una calidez reconfortante mientras caminaba junto a mi madre. Habíamos decidido salir de compras, algo que no hacíamos muy a menudo, pero que ambas disfrutábamos. Aunque no éramos millonarias, nuestra vida era cómoda gracias a los terrenos que poseíamos y la pequeña galería que mi madre había construido con esfuerzo y dedicación. Era un lugar acogedor, lleno de arte y belleza, un reflejo de ella misma. Mi padre se dedicaba a los bienes y raíces y le iba de maravilla.
Entramos a una tienda local, con estanterías llenas de telas suaves y vestidos que parecían haber sido diseñados para soñar despierto. Mi madre revisaba con detenimiento algunos artículos, mientras yo, aunque aparentaba interés, tenía la mente en otro lugar. No podía evitarlo. La idea de que Tomás se fuera seguía pesando en mi pecho, como una sombra que se negaba a disiparse.
—Mamá… —dije después de un rato, intentando sonar casual, pero noté cómo mi voz traicionó mis emociones. Ella se volvió hacia mí, con una mirada tierna y paciente. —¿No te duele que Tomás se vaya lejos?
Su expresión cambió ligeramente, como si mi pregunta hubiera tocado algo profundo en ella. Pero entonces, sonrió, esa sonrisa serena que siempre llevaba consigo, como si supiera que todo estaría bien.
—Claro que me duele, Adriana —admitió, dejando la prenda que tenía en las manos. Su sinceridad me sorprendió, pero su voz se mantuvo tranquila, como si ya hubiera hecho las paces con esa idea. —Pero es una oportunidad para él. A veces, como padres, tenemos que dejar que nuestros hijos vuelen, aunque eso signifique que se alejen de nosotros.
Mis ojos se nublaron ligeramente mientras trataba de entender su perspectiva. ¿Cómo podía aceptar algo así con tanta calma? Para mí, la idea de que Tomás estuviera lejos era como perder una parte de mí misma. Sin embargo, allí estaba mi madre, enfrentando esa misma pérdida con valentía y, en cierto modo, con orgullo.
—Lo extrañarás mucho, ¿verdad? —murmuré, más para mí misma que para ella.
—Todos lo haremos —respondió, acariciando mi mejilla suavemente. —Pero al final, lo más importante es que él siga su camino, que encuentre su lugar en el mundo. Y tú también deberás encontrar el tuyo.
Sus palabras se quedaron conmigo mientras salíamos de la tienda. La idea de que Tomás tuviera su propia vida, lejos de nosotros, era difícil de aceptar. Pero en ese momento, viendo a mi madre tan fuerte y serena, me pregunté si algún día yo podría sentir lo mismo. Por ahora, lo único que sabía era que el vacío que su partida dejaría en mi vida sería difícil de llenar.
Era fin de semana y el sol brillaba con fuerza esa mañana, iluminando cada rincón del terreno frondoso que mis padres tanto amaban. Los árboles ofrecían una sombra deliciosa que parecía invitar a relajarse bajo su cobijo. Era una de esas pocas ocasiones en las que todos podíamos estar juntos, sin distracciones, sin preocupaciones. Solo nosotros, la familia.
Desde temprano, mamá y yo habíamos estado en la cocina, riendo y trabajando juntas. Ella mezclaba ingredientes con una precisión casi artística, mientras yo intentaba seguir sus indicaciones sin causar algún desastre. Preparamos empanadas rellenas, una ensalada fresca y jugos naturales que sabíamos serían perfectos para el pícnic.
Cuando todo estuvo listo, Tomás y papá cargaron las cestas y las mantas en el coche, bromeando entre ellos como siempre. Mi hermano estaba de un humor ligero, y no pude evitar sentir un cosquilleo en el pecho al verlo tan relajado y feliz. A pesar de que los días seguían avanzando y el momento de su partida se acercaba, decidí no pensar en eso hoy. Quería disfrutar de cada segundo con él y con mis padres, como si el tiempo pudiera detenerse.
Al llegar al terreno, el aroma de la tierra y el sonido de los pájaros nos envolvió. Papá abrió una de las cestas y comenzó a acomodar la comida en una mesa improvisada hecha de madera vieja, mientras Tomás extendía una manta sobre el césped. Mamá, siempre tan organizada, se aseguró de que todo estuviera perfectamente servido antes de invitarnos a sentarnos.
—Esto es vida —dijo papá, levantando un vaso de jugo y sonriendo con satisfacción.
Estábamos felices, todos riendo, contando historias y disfrutando de la comida que habíamos preparado. Pero lo que más disfruté fueron los momentos con Tomás. Me senté cerca de él mientras hablaba sobre sus últimas aventuras en la universidad, sus amigos, y por supuesto, sus planes para el futuro. Intenté no mostrarlo, pero cada vez que mencionaba su próximo viaje a los Estados Unidos, sentía un pequeño nudo en el estómago. Aun así, me forcé a sonreír y a seguir la conversación, porque sabía que este día era para él, para todos nosotros.
Cuando terminamos de comer, decidimos explorar un poco el terreno. Tomás, como siempre, lideró la expedición con su energía contagiosa. Corrimos, saltamos y reímos como niños, jugando a encontrar formas en las nubes y dejando que la naturaleza nos envolviera. Por un momento, el mundo se sintió perfecto, como si este día de campo pudiera durar para siempre.
El aire silbó con un peligro inminente. “¡Adriana, cuidado!”, bramó Tomás, con la voz cargada de urgencia y temor. Instintivamente, se interpuso entre el peligro y yo, protegiéndome con la totalidad de su cuerpo. Sentí el impacto y, de repente, el mundo se volvió un borrón confuso. Rodamos sin control colina abajo, la tierra y la hierba convertidas en una masa indistinguible que nos golpeaba sin piedad. El abrazo de Tomás, a pesar del caos, se mantuvo firme y constante, como un ancla en medio de la tormenta. Su fuerza me daba una sensación de seguridad, incluso mientras dábamos vueltas y vueltas. Finalmente, con un golpe seco, nos detuvimos abruptamente al llegar al llano.