Minutos después… Stavros, sentado en el lujoso automóvil junto con Hermes, camino hacia el gran edificio de su compañía escuchaba atentamente sus palabras, admirando sus halagos hacia su actuación: ―Señor, verdaderamente usted es un maestro de la actuación. No sé cómo pudo mantener la compostura frente a esa mujer tan mal educada. Pareciera que ella conocía sus secretos más oscuros, me morí cuando ella le dijo “Stav” ¡Ay, Dios mío, estaba aterrado, rogando para que usted no le arrojara las galletas a la cara o algo peor! Pero... déjeme preguntarle algo. ¿La conoce usted? ¿O tal vez ella lo conoce a usted? Stavros, con la mirada fija en su Tablet, intentando sofocar cualquier sentimiento hacia Jennifer, respondió con sequedad: ― No, no la conozco. Y, obviamente, ella tampoco me conoce a

