Jennifer desnuda se acercó a él con los brazos abiertos, invitándolo a entrar en su cálido abrazo. Una sonrisa tierna curvaba sus labios, iluminando su rostro con una calidez que derretía siempre el hielo en el corazón de Stavros. Él, que rara vez mostraba signos de afecto, sintió cómo su rostro se suavizaba, dejando atrás la máscara de frialdad que solía portar como un escudo protector. «¡Ah, pecosa... no sé qué has hecho conmigo, pero... ya sé que eres mía!»― pensó, aún reacio a expresar sus sentimientos en voz alta. Las palabras se atascaban en su garganta, ahogadas por años de mantener sus emociones ocultas bajo capas de indiferencia. Entonces, Stavros se fundió en el abrazo de Jennifer, dejándose envolver por la ternura de su gesto. Su cuerpo se relajó, perdiendo la tensión que solí

