La llave se atoró, como se le había atorado cada vez que había intentado abrir aquella puerta durante los meses que llevaba viviendo ahí. Era un modelo de cerradura viejo. Le encantaba, aunque necesitaba varios minutos y mucha paciencia para abrirla. Un gentil empujoncito hacia arriba y pudo entrar.
Alejandra sintió que algo suave rozaba sus medias de lana. Duquesa maulló. El primer ser tierno y cariñoso que le daba la bienvenida aquel día.
—Hola, belleza, ¿cómo has pasado el día? —Se inclinó emocionada e intentó alzarla, olvidando que la gata no se dejaba coger por nadie que no fuera su dueña. Como era de esperar, se alejó maullando enfadada—. De acuerdo, de acuerdo, no te cojo, pero no te vayas.
Sin hacerle el menor caso, el animal se precipitó por el corredor en dirección a la cocina, desde donde salía un delicioso aroma a comida caliente y un alboroto de trastos restallando. Su estómago gruñó y se dio cuenta del apetito que tenía. Se adentró en el pequeño espacio, y los ojos verdes de su compañera de piso la recibieron con simpatía.
—Hola, Xisca. Hum, ¿qué estás preparando esta vez?
—Pulpo a la gallega. Hola, ¿cómo fue la entrevista? —Bueno, me temo que nada bien. —Arrugó su nariz con pesar.
—Ay, lo siento. Coge otro plato y ponlo en la mesa, que nada como una buena cena para aliviar las penas.
Para apoyar las palabras de su ama, Duquesa rozó sus piernas con el lomo y maulló.
—Estoy de acuerdo, y contigo también —observó Alejandra, mirando el iris amarillo del animal—. Quiero besarte, pero sé que no puedo hacerlo. —La gata maulló otra vez.
Disfrutaba de ser una de las pocas privilegiadas a quien la mascota de Xisca se acercaba. Era selectiva y recelosa en sus afectos. Su amiga la había rescatado de las calles en condiciones lamentables, por lo que era probable que su comportamiento se debiera a que había sido maltratada antes.
Cogió un plato y unos cubiertos y se dirigió al comedor. V olvió a la cocina y le preguntó a Xisca si llevaba zumo o agua a la mesa.
—Vino. —Con un gesto apenado, le explicó—: Lo compré para celebrar… Pero celebremos que has logrado que te llamaran de una compañía reconocida.
—Bueno, yo no diría que lo que hizo posible la gentileza de una conocida fuera mérito mío, pero aprecio tus intenciones.
Xisca era una española con una diplomatura en Educación Primaria. A comienzos de la recesión en España, había perdido su trabajo y había decidido probar suerte en Finlandia. Desde el primer momento se había establecido una conexión especial entre Alejandra y ella, como calzarse un par de botas viejas; sin embargo, la amistad no había llegado al punto de compartir confidencias profundas, mucho menos las inseguridades que yacían ocultas tras esa imagen de confianza en sí misma que Alejandra intentaba exhibir. Como un acuerdo tácito, la relación entre las dos se cocía a fuego lento.
El sonido del móvil las sobresaltó.
—Disculpa, Xisca. Empieza sin mí —le pidió después de revisar su smartphone.
—No te preocupes, te espero.
Alejandra asintió y se dirigió a su cuarto para hablar en privado.
—Hola, Salo, ¿cómo estás?
—Hola, renacuajo, hasta que por fin escucho tu voz. Imaginé que el resultado de la entrevista te dejó golpeada y que necesitabas tiempo para hablar conmigo.
—Sí, bueno, ya me siento mejor, no te preocupes. Ya sabes que primero me repliego en mí misma, pero, una vez pasada la desilusión, puedo hablar.
—Sí, te entiendo. ¿Podemos charlar por Skype?
—De acuerdo, espera unos minutos a que me conecte.
Alejandra abrió y encendió su portátil, introdujo la clave y presionó sobre el icono con la imagen sonriente de su novio.
—Hola otra vez. Me alegra verte por fin, renacuajo.
—Lo mismo te digo. —Alejandra sonrió.
—Qué mala suerte que no hayas conseguido trabajo todavía, qué país tan complicado ese.
Habría sido mejor que estudiaras en Inglaterra o en Estados Unidos, ya tendrías trabajo allá, pero no, a ti te gusta lo raro y lo difícil.
—Bueno, Salo, no olvides que me interesaba aprender sobre el diseño de esta parte de Europa.
Entre todos los tipos de diseño que Alejandra había examinado a lo largo de su vida profesional, el de Escandinavia, y en particular el de Finlandia, siempre le había gustado. El estilo simple, funcional y en sintonía con la naturaleza característico de la mayoría de los proyectos de aquel país, había supuesto una fuente de inspiración para ella. Había leído con interés su historia y era una admiradora de los modelos del escultor finlandés Tapio Wirkkala, además de toda la gama de colores y bocetos en los textiles de Marimekko.
—Qué va, tú lo que hiciste fue cerrar los ojos, dar tres vueltas y, tambaleante y sin abrirlos, te acercaste a un mapa. Y donde cayó el dedo, ahí fue donde decidiste estudiar. Tu intención era hacer que tu novio te extrañara y que tu abuelo no te alcanzara.
Alejandra rio con ganas.
—Hasta te rimó. No, Salo, tú sabes que eso no es verdad. Bueno, ¿cómo has estado?
—Genial, tú sabes: produciendo dinero, haciendo dinero y, la mejor de todas, consiguiendo dinero.
—¿Y nada de diversión? —Sonó escéptica.
—No, qué va. Desde que tú no estás he desarrollado un placer desmedido por quedarme en casa viendo televisión y… trabajando.
—Ah, no te creo, tú te mueres si no sales un fin de semana.
—Te lo juro, palabra de hombre enamorado. —Levantó la mano derecha reforzando su voto—.
Solo salgo con el grupo a montar bicicleta y… a una que otra reunión. No te niego que… Ya sabes cómo son las mujeres…, se te tiran, pero te juro que yo te soy completamente fiel.
Se rio, pero un parpadeo de inseguridad en su corazón la inquietó. Se sintió mal por dudar. Se había prometido a sí misma que la desconfianza no iba a controlar su vida. Durante el tiempo que pasó en la universidad había visto muchas parejas, demasiadas, diría, mintiéndose y engañándose, por no hablar de las constantes infidelidades a las que su hermano Enrique sometía a su novia. Era un hecho que los seres humanos no eran monógamos y que, por consiguiente, la fidelidad era una decisión personal, a veces difícil de mantener. Como la mayoría de las mujeres, Alejandra anhelaba tener una relación con un hombre que la amara y le fuera fiel, aunque se lo negara a sí misma debido al miedo, pero había sido siempre una escéptica. Creía que era muy raro el compañero que de verdad quería respetar un compromiso y, aunque había escuchado a sus amigos decir que era culpa de las mujeres de hoy, porque eran ellas quienes los perseguían hasta el cansancio, la verdad era que había sido testigo del sufrimiento de muchas de sus amigas por las infidelidades y por el desamor de un hombre. Para Alejandra no había sido fácil abrirle su corazón a Salomón, sin embargo, él había llegado en un momento en que ansiaba sentirse una mujer en todas sus facetas. Necesitaba, quería explorar el amor, y él… Él había sido tan alegre, tan persistente…, tan sincero que había minado todas sus defensas.
—No tienes que quedarte encerrado, Salo, tienes que divertirte.
—Lo haré, lo haré. Ahora que mi novia me dio permiso, lo haré —rio.
Se sintió incómoda con el comentario y, por un segundo, no supo qué decir. Salomón debió de notarlo, porque cambió de tema.
—Si necesitas dinero, ya sabes que yo te puedo ayudar, renacuajo.
—Salomón… —No seas tan seria y correcta, ni te preocupes sin razón. Puedo enviarte dinero para tus gastos. Así podrás concentrarte en sacar excelentes notas, gozar de la vida nocturna y de los viajes por Europa. No tienes por qué sufrir rechazos, renacuajo.
—Te lo agradezco, Salo, pero no… Agradecía la oferta de su novio, pero le aterraba depender de él. Le aterraba depender de un hombre otra vez. No, tenía que salir adelante por sí misma. Era preciso seguir esforzándose y librar sus propias batallas; como lo había venido haciendo hasta ahora. No se dejaría tentar por el fácil panorama que él le planteaba.
—Sí, ya sé que tú quieres probar que puedes salir adelante sin la ayuda de las personas que te queremos.
—Salo…, necesito hacer esto sola. Te agradezco tu ofrecimiento, pero no soy ni manca, ni coja, y tengo la cabeza bien puesta. Sé que encontraré algo. Esta tan solo ha sido mi primera entrevista fallida.
V alientes palabras en las que en realidad no creía, y que no eran del todo verdad. Había enviado sus datos a varias ofertas para cuidar niños, y hasta para limpiar en un hotel, pero nadie la había llamado. Le costó sostenerle la mirada.
—Quizá la vida te está diciendo que ese país no es para ti, y que quizá es mejor que te regreses a mis brazos y nos casemos. Después podríamos irnos unos años para los Estados Unidos, para que estudies diseño allá. Piensa en lo que te divertirías; además, queda cerca de Colombia, y tu madre podría ir a visitarte con frecuencia.
—Salomón, por favor, sabes que esta decisión fue muy importante para mí, y tú estuviste de acuerdo. Te pido por favor que me apoyes. —Sintiéndose inquieta y a la defensiva, escondió las manos bajo las piernas para no empezar a moverlas de acá para allá, como siempre hacía cuando se sentía intimidada.
—Está bien, lo siento, renacuajo, es que… te extraño mucho. Esta separación se me está haciendo eterna.
—Lo entiendo, Salo, a mí también, pero me anima saber que vendrás en el verano.
—Sí, bueno… Espera un momento, por favor.
Salomón se volvió mientras se escuchaba la voz de su secretaria preguntándole algo acerca de un fax.
—Escucha, renacuajo, tengo que irme.
—Bueno, yo también tengo que irme; Xisca me está esperando para cenar. Hablamos luego entonces. —Le envió un beso.
—Hasta pronto —se despidió distraído.
Alejandra apagó el ordenador, pero de repente un sentimiento de desconfianza sin definir la acosó, mezclándose con su cansancio y su inseguridad.
—¿Pasa algo malo? —le preguntó Xisca cuando regresó al comedor.
—No, es solo que… —Se dio cuenta de que ya estaba todo servido y se sentó en una silla frente a su compañera, agradecida—. Tengo miedo de no encontrar trabajo. No sé… Creo que no tengo lo que se necesita para encontrar un empleo en este lugar.
—V enga, levanta ese ánimo, ya lo encontrarás. Tienes que entender que este es un país muy pequeño y que, a pesar de que tu inglés es muy bueno, es fundamental hablar finés para ejercer la mayoría de profesiones; pero creo que en lo tuyo hay oportunidades. Eres una chica preparada y culta, ya hallarás tu sitio. Debes tener paciencia.
—No lo sé, Xisca… —Yo sí lo sé. Pase lo que pase, debes ser positiva. V enga, brindemos por el trabajo que pronto llegará.
—De acuerdo. ¡Salud! Y gracias.
Conversaron durante una hora. Después, entre las dos limpiaron la cocina, seguidas de cuando en cuando por la mirada de la gata, que aseaba con esmero su n***o pelaje.
Más tarde, mientras estudiaba en la soledad de su cuarto, luchaba por avivar la pequeña llama de esperanza en su interior. El mañana siempre se arreglaba por sí solo, le había escuchado decir a su madre. Sí, si las cosas se ponían feas, siempre podría pedirle prestado dinero a su hermano Samuel. Sabía que la ayudaría con gusto, aunque no quería molestarlo. También él luchaba por mantener su independencia económica, y ya bastante tenía con sus propios problemas; sin embargo, era la única persona en quien confiaba por completo.
Más tranquila, continuó con el estudio hasta la madrugada.