Calum estaba quejándose con su madre, como cada día desde que habían salido de Falowen. El viaje parecía interminable, y cada paso alejándolo de su hogar le pesaba más que el anterior. No era solo el cansancio: era la sensación constante de que algo suyo estaba quedando atrás, arrancado poco a poco sin que él pudiera hacer nada para evitarlo. —Madre, ¿falta mucho para que lleguemos? —dijo con voz cansada—. Estoy harto de viajar, la comida es horrible y además hace frío. —Cariño, falta poco para que lleguemos —respondió ella con paciencia—. Si no tenemos ningún percance, en tres días estaremos allí. —¡¿Tres días?! —exclamó Calum, indignado—. ¡Eso es muchísimo tiempo! —Sí, pero cuando lleguemos te encantará ese lugar. Es realmente maravilloso. Verás cosas muy interesantes y únicas. Por

