Bandidos

1322 Palabras
A medida que se iban acercando al sur, el clima empezaba a cambiar. Los caminos ya no estaban cubiertos de nieve y el frío era más llevadero, lo que hacía que su viaje no fuera tan malo. Entre más lejos estaban de Falowen, Katherine dejó de preocuparse tanto por los guardias y comenzó a relajarse un poco. Habían parado a descansar cerca de un río. El caballo bebía agua y pastaba cuando Daniel le dijo a Katherine: —Saca tu espada. Te enseñaré a usarla sin que te arranques los dedos en el proceso. Katherine sacó la espada que llevaba atada a la cintura y preguntó: —¿Y qué se supone que tengo que hacer? Daniel se acercó a ella y le dijo: —Primero, sostén la espada con la mano derecha y mantén la espalda recta. Coloca el pie izquierdo detrás del derecho. Cuando ataques, empuja con el pie izquierdo, desliza el derecho por el suelo y levanta la espada. Katherine escuchaba con atención, pero cuando intentaba hacerlo su cuerpo no respondía muy bien y hacía movimientos bastante extraños. Aquello le causó mucha gracia a Daniel, pero aun así continuó explicándole: —Cuando ataques, mantén el brazo derecho extendido y dóblalo cuando la espada llegue a la altura de tu cabeza. Practicarás esto cada día hasta dominarlo por completo. Katherine estuvo practicando toda la tarde lo que Daniel le había enseñado, pero siempre se equivocaba y él tenía que corregirla. En un momento incluso le dijo que parecía más bien que estaba tomando una extraña clase de danza en lugar de entrenar con la espada. Daniel no era precisamente un profesor paciente. Cuando empezó a anochecer, encendió una fogata y comenzó a preparar la cena mientras Katherine seguía practicando. Cuando terminó, la detuvo. —Eso es todo por hoy. Ven a cenar. Katherine se sintió muy aliviada. Ya no podía más: los brazos y las piernas le dolían por el esfuerzo que suponía usar la espada. —No me había imaginado que usar una espada fuera tan difícil —dijo. —Eso es porque nunca has usado una. Tu cuerpo no está acostumbrado a este tipo de esfuerzo. A medida que te recuperes, el entrenamiento será más riguroso. Por ahora solo te estoy enseñando lo básico, para que si nos atacan puedas defenderte sin lastimarte a ti misma. Daniel le había enseñado a atacar y a bloquear golpes, ya que dudaba que, en caso de un ataque, Katherine se quedara inmóvil. Mientras hablaban, escucharon la voz de alguien pidiendo ayuda. Daniel frunció el ceño. —¿Has escuchado eso? —Sí, parece que alguien está pidiendo ayuda. —Al parecer nuestro viaje no será tan tranquilo. Daniel tomó su espada y le indicó a Katherine que se quedara detrás de él en todo momento. Siguieron la dirección de donde provenían los gritos. Cuando estuvieron lo suficientemente cerca para ver qué ocurría, se encontraron con un grupo de bandidos que había atacado a unos viajeros que habían parado a descansar. Cerca de una carreta yacían los cuerpos inertes de un hombre y una mujer. Un niño lloraba desconsolado, intentando despertarlos mientras pedía ayuda a gritos. —¡Por favor, ayúdenme! —Cállate, maldito mocoso, si no quieres terminar igual que los demás —gruñó uno de los bandidos. El hombre se acercó al niño y le propinó una patada que lo lanzó varios metros. —Si no te hemos matado es porque, si te vendemos como esclavo, podremos sacar algo de dinero. Pero si no te callas, te mataremos como a los demás. Eres demasiado ruidoso. El niño quedó acurrucado en el suelo, llorando, mientras los bandidos revisaban los fardos que los viajeros llevaban en la carreta. Daniel y Katherine se escondieron detrás de unas rocas. Daniel le dijo en voz baja: —Quédate aquí. Yo me encargaré de los bandidos. Katherine pensó que estaba loco por querer enfrentarlos solo. —Son muchos, no podrás con todos tú solo. Déjame ayudarte. —Ahora mismo solo serías una carga. Aún no sabes usar bien la espada. Quédate aquí hasta que te diga lo contrario. Katherine sabía que tenía razón, pero aun así no quería dejarlo ir solo. —Pero... —No insistas. Tengo que ayudar a ese niño. Estaré bien, no te preocupes. Daniel salió de entre las rocas justo antes de que el bandido que estaba cerca del niño le diera otra patada. —¡Oigan! ¡Dejen a ese niño en paz! —gritó. Todos los bandidos se giraron para ver quién había hablado. Uno de ellos, más grande y corpulento, con varias cicatrices surcando su rostro, parecía ser el líder. —Vaya, vaya... chicos, miren a quién tenemos aquí. Un niño bonito que quiere jugar a ser héroe. Los bandidos rodearon a Daniel. Él desenvainó su espada, y ellos hicieron lo mismo. Uno atacó primero, pero Daniel interceptó el golpe y hundió su espada en el vientre de su agresor, que cayó al suelo sujetándose el abdomen. Los demás se quedaron sorprendidos. El líder escupió al suelo. —Te arrepentirás de lo que has hecho. Me aseguraré de que tengas una muerte lenta y dolorosa. Daniel pensó: Vaya idiotas. Son ellos los que morirán. —Los que se arrepentirán de haberse topado conmigo son ustedes. Los mataré a todos. —Somos más que tú. ¿De verdad crees que puedes contra todos nosotros? —Para mí no son más que basura. No tardaré en acabar con ustedes. Los bandidos atacaron al mismo tiempo. Daniel se movía con una velocidad increíble, interceptando cada golpe. Era como un tornado de acero: cortaba y desgarraba la carne de sus enemigos hasta que todos quedaron en el suelo, retorciéndose de dolor. Daniel se acercó al líder, que intentaba arrastrarse para escapar. —¡Eres un monstruo! ¡No eres humano! ¡Aléjate de mí! —gritó desesperado. —Te lo dije. Para mí ustedes no son más que basura. He hecho un favor al mundo al acabar con escoria como ustedes. Daniel se inclinó y le cortó el cuello. El bandido cayó al suelo sujetándose la garganta hasta quedar inmóvil. Katherine observaba la escena en estado de shock. Daniel tuvo que llamarla varias veces para que reaccionara. —Katherine... Katherine. Ya puedes salir. Ve a ver cómo está el niño y si hay más sobrevivientes. Yo me encargaré de estas basuras. Katherine se acercó al niño. Estaba hecho un ovillo, temblando de miedo. Por suerte solo tenía algunos moretones en el rostro y arañazos en los brazos. Ella puso una mano sobre su espalda. —Tranquilo, ya pasó todo. No tienes que tener miedo. ¿Cómo te llamas? —Me llamo Calum —respondió entre sollozos—. Por favor, ayuda a mis padres. Katherine se acercó a ellos para comprobar si seguían con vida, pero era demasiado tarde. Ambos estaban muertos. Se le partió el alma al tener que decírselo al niño. —Lo siento, Calum... ya es demasiado tarde para tus padres. El niño se arrojó sobre los cuerpos y comenzó a llorar desconsoladamente. Katherine lo dejó solo un momento y fue a buscar más sobrevivientes, pero había sido una masacre. Solo el niño seguía con vida. Regresó junto a Daniel y habló en voz baja para que Calum no escuchara. —Daniel, todos están muertos. —Lo mejor será que volvamos al campamento. —¿Y qué haremos con el niño? —Lo llevaremos con nosotros. Tal vez tenga más familia que pueda hacerse cargo de él. —¿Y si no la tiene? —Si no tiene a nadie, lo llevaré a mi aldea. Allí será bien recibido. —Deberíamos enterrar a sus padres. No me parece bien dejarlos así. —Tienes razón. También tomaremos lo que pueda servirnos para el viaje. Esa noche enterraron a los padres de Calum. Daniel prendió fuego a los cadáveres de los bandidos y, cuando terminaron, tomaron la carreta y regresaron al campamento.
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