Capítulo 8

1391 Palabras
Valentina Dami iba callado, mirando por la ventana, mientras Vittoria no dejaba de hablarle sobre algo que tenían que ensayar para la escuela. —Tienes que practicarlo otra vez —le decía, con ese tono autoritario que había heredado de su padre—. Es importante. Damiano solo asentía de vez en cuando, mientras su atención parecía más interesada en el paisaje que pasaba por la ventana. A mi lado, Bianca suspiró y se acomodó en el asiento, cruzando las piernas. —¿Siempre es así de intensa? —me preguntó en voz baja, señalando a Vitto con un movimiento de la cabeza. —Siempre —respondí, sin poder evitar una sonrisa. —Es la hija de Nicola. No sabe ser de otra manera. El otro coche nos seguía de cerca, con Gabriella y los gemelos dentro. Augusto y Marcello siempre estaban juntos, un par de pequeños tornados que no sabían el significado de la palabra calma. Podía imaginar a Gabi negociando con ellos para que se comportaran, algo que nunca lograba con éxito. Los niños no eran malos, habían nacido con una cuota de travesura mayor a los demás. Nicola había insistido en que Vittoria, Damiano, y los gemelos asistieran al mismo colegio. No porque fuera conveniente, sino porque era suyo. "Un lugar seguro", decía. Aunque todos sabíamos que era el único lugar seguro porque él podía controlarlo. Cuando llegamos al colegio, hicimos la misma rutina de todos los días. —¡Vamos, principessa! —dije, girándome hacia mi pequeña demonio. —Ya voy, mamá —respondió, con ese tono altivo que tanto me recordaba a su padre. Damiano era un contraste total. Era silencioso, con una calma que no se veía en mi hija ni en los gemelos que venían en el otro auto. Bianca miró a su hijo con una mezcla de amor y preocupación mientras le entregaba su mochila. —¿Tienes todo, cariño? —le preguntó bajito. —Sí, mami —respondió él, con una sonrisa. Bianca le acarició la mejilla antes de abrir la puerta. Gabi y los gemelos ya estaban bajando del segundo auto. Augusto y Marcello salieron corriendo hacia la puerta del colegio, riéndose entre ellos mientras la rubia intentaba mantenerlos bajo control. —¡Niños, esperen! —gritó, levantando las manos. —Siempre hacen lo mismo —murmuró Bianca, sonriendo. Vittoria salió primero de nuestro auto, con su mochila colgando de un hombro. Caminó hacia la entrada como si fuera la reina del lugar, con Damiano siguiéndola de cerca. —¡Espera! —le dije, levantando la voz. Ella se giró, frunciendo el ceño. —¿Qué? —Ven aquí. Rodó los ojos, pero volvió sobre sus pasos. Me agaché un poco y le di un beso rápido en la frente. —Compórtate. —Siempre lo hago —respondió, aunque la sonrisa en sus labios decía lo contrario. Damiano se detuvo frente a Bianca, y ella lo abrazó con cuidado. —No corras mucho, ¿de acuerdo? Y si te sientes mal, dile a tu maestra. —Sí, mami —respondió él, con la misma paciencia de siempre. —Augusto, Marcello, ¡vuelvan aquí! —exclamó Gabi, atrapando a los gemelos antes de que cruzaran la puerta sin despedirse. Se agachó frente a ellos, mirándolos directamente a los ojos. —¿Qué les dije sobre correr? —Que no lo hagamos —dijeron los dos al mismo tiempo, aunque sus sonrisas traicioneras mostraban que lo harían de nuevo en cuanto tuvieran la oportunidad. Gabriella les dio un beso rápido a cada uno en la frente y se enderezó. —Entonces recuerden portarse bien. Los niños entraron al colegio, y yo me quedé mirando la puerta por un momento más, asegurándome de que Vittoria estaba segura antes de suspirar. —Otro día más —murmuré, girándome hacia mis amigas. Estábamos a punto de volver a los autos cuando una voz familiar nos detuvo. —Señoras, un momento. Nos giramos para ver a la directora del colegio, una mujer alta con el cabello perfectamente peinado y una sonrisa profesional que nunca abandonaba su rostro. —Directora —dijo Bianca, con una sonrisa cortés. —Buenos días —respondió ella, ajustando los papeles que llevaba en las manos. —Quería hablar con ustedes sobre la fiesta del Día del Padre. —Por supuesto —dije, aunque por dentro ya estaba suspirando. —Sabemos que la escuela no necesita realmente una recaudación de fondos —comenzó, con una sonrisa nerviosa—, pero siempre es bueno mantener las tradiciones. Este año, pensamos que sería una gran idea que las madres de cada grupo se encargaran de los puestos. —¿Puestos? —preguntó Gabriella, cruzando los brazos con curiosidad. —Sí, para vender cosas durante la fiesta. Comida, juegos, ya saben. Algo simple pero divertido para las familias. Bianca asintió entusiasmada, ella era la primera que se postulaba a cualquier actividad que tuviera relación con Dami. —Me imagino que ya pensó en un puesto para nosotras, ¿no? —pregunté intentando disimular mi frustración. —¡Claro que sí! —respondió, con una sonrisa tensa—. Había pensado en un puesto de dulces. Gabriella y Bianca intercambiaron miradas, y yo solo asentí. —Nos encargaremos de eso —dije, sabiendo que no había forma de escapar. —Perfecto. Les enviaré los detalles más tarde —dijo, inclinando la cabeza antes de regresar al edificio. Cuando estuvo fuera de vista, Gabriella dejó escapar un suspiro y se giró hacia nosotras. —¿Dulces? ¿En serio? —Podría ser peor —respondió Bianca, encogiéndose de hombros. —Podrían habernos pedido organizar todo el evento. —Dulces —repetí, como si la palabra me pesara. —No puedo creer que estemos haciendo esto. —Es por los niños —dijo la rubia, sonriendo y negando con la cabeza. —Siempre es por los niños —respondí, aunque no pude evitar sonreír también. —¿Listas para yoga? —preguntó Bianca, mientras nos dirigíamos al coche. —Listas para lo que venga —respondí, aunque sabía que no íbamos a yoga por el ejercicio. Nos subimos las tres al mismo coche, esta vez solas, y el chofer arrancó rumbo a la clase de yoga. El local era todo lo que Nicola había querido que fuera: discreto, funcional y seguro. No porque le importara la actividad, sino porque no soportaba la idea de que fuera a un lugar donde “otros machos” pudieran mirarme. Había usado esas palabras exactas, como si yo no pudiera matar a cualquiera que se atreviera a cruzar la línea. Cuando llegamos, el salón principal estaba lleno de mujeres estirándose en poses complicadas. La música suave y el aroma a incienso flotaban en el aire. No habíamos entrado más que unos pasos cuando una mujer nos interceptó. —¡Hola! —dijo, con una sonrisa radiante que parecía pegada a su rostro. La reconocí de inmediato. Se llamaba Alessia Contini, madre de una de las compañeras de Vitto. Siempre parecía demasiado interesada en nuestras vidas, tal vez estaba deseosa de formar parte de nuestro círculo íntimo. —Alessia —dije con una sonrisa tensa. —¿Qué haces aquí? —Lo de siempre, mantenerme en forma. —Se giró hacia mis amigas con el mismo entusiasmo. —Por cierto, quería contarles que mi novio llegó hace unos días. —¿Novio? —preguntó Bianca, arqueando una ceja. —Sí. Me encantaría presentárselos. —Bajó la voz, como si estuviera confiándonos un secreto. —De hecho, estará en la fiesta del colegio. Ya saben, una familia feliz. Gabriella soltó un leve suspiro, intentando mantenerse cortés. —Eso suena... encantador. —¿Verdad que sí? —continuó Alessia, sin darse cuenta del tono de Gabi. —Bueno, las dejo. Seguro que necesitan calentar antes de la clase. Nos sonrió una vez más antes de girarse y unirse al grupo principal. En cuanto estuvo fuera de alcance, Bianca murmuró: —¿Qué haríamos sin mujeres como ella? —aunque en su sonrisa había algo más. —Vivir más tranquilas —respondí rodando los ojos con un toque de diversión. —¿Alessia Contini? —pregunto Bianca mientras tecleaba rápidamente su nombre en el teléfono. Asentimos con una sonrisa juguetona, intercambiando miradas cómplices, mientras caminábamos hacia la puerta del fondo de la sala, que llevaba al sótano...
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