Capítulo 2

1453 Palabras
Alexander Durand, acababa de cerrar un trato muy ventajoso para el consorcio Spencer & Durand, su pericia y astucia para los negocios lo habían llevado a triplicar la fortuna de su esposa Christine, que ya era bastante considerable cuando él tomo la presidencia del consorcio Spencer, al día siguiente de haber regresado de su luna de miel y su esposa, como regalo de bodas le obsequió añadir el apellido Durand a la razón social del consorcio que había heredado de su padre. Alexander, era antes de conocer a Christine, un simple empleado destacado en el área de finanzas, pero su inteligencia y habilidad para manejar los asuntos financieros del consorcio, además de su atractivo físico aunado a su juventud, lo pusieron en la mira de la mujer, 25 años mayor que él, acostumbrada a obtener todo lo que se propusiera sin importar lo que tuviera que pagar para obtenerlo. Se casaron después de firmar un acuerdo matrimonial dónde Christine le cedía a Alexander los derechos de manejar el consorcio como si fuera propio, con todos los beneficios y obligaciones que aquello implicaba, y con la única condición de que él le guardara fidelidad durante el matrimonio; la cláusula en el contrato especificaba que de comprobarse que él tenía una amante lo perdería todo incluyendo la ropa que llevaba puesta. Alexander era un joven ambicioso y firmó el contrato, sabiendo que siempre existirían formas de satisfacer sus deseos sexuales sin necesidad de involucrarse con una amante de planta, y Christine a pesar de haber cumplido ya 50 años, seguía siendo una mujer bastante atractiva que no sería difícil complacer en la cama. Era un día de festejar, el negocio que acababa de cerrar le añadiría al capital del consorcio, varios cientos de millones de dólares y además en unos días sería su cumpleaños número 30, pero ya habría tiempo de festejar a su manera, esa noche, se debía a su esposa quien había organizado una cena en la mansión para festejar su quinto aniversario de bodas. Normalmente, Alexander solía disfrutar de conducir él mismo algunos de sus autos deportivos de lujo, pero cuando se trataba de acudir a una cita de negocios, prefería llevar el majestuoso roll Royce con chofer, cuando llegó a la mansión en Bel air, una de las zonas más exclusivas para vivir en los Ángeles California, ya la fiesta había comenzado, había una gran cantidad de autos premium estacionados en la entrada de la propiedad. A Christine le gustaba organizar grandes reuniones para presumir lo feliz que era con su joven y apuesto marido. Alexander inhaló y exhaló varias veces antes de entrar, a pesar de llevar ya cinco años casado, no lograba acostumbrarse a este ambiente tan frívolo y aburrido, la mayoría de la gente sólo hablaba de sus viajes, de sus yates nuevos, y de los millones que habían acumulado en el último mes, si bien en ese aspecto él también contaba con bastante tema de conversación, en el fondo deseaba no tener que estarlo presumiendo a cada momento. Cuando entró en el salón, la orquesta se quedó en silencio, el presentador anunció su llegada y su esposa salió a recibirlo con los brazos abiertos y un regalo en la mano, un apasionado beso, para que los invitados pudieran ver que después de cinco años seguían siendo muy felices, era obvio que todo el mundo murmuraba sobre la gran diferencia de edades, las mujeres con envidia hacia Christine por ser la dueña de ese delicioso bocado y poder comérselo todas las noches, y los hombres del gran sacrificio que debía ser para el joven, complacer a la mujer cada noche en la cama, pero sin duda el estilo de vida que tenía, bien valía la pena. Él, sacó del bolsillo de su traje un estuche con una joya, una gargantilla de diseño exclusivo que había mandado a hacer especialmente para Christine, si había algo en el mundo que ella adoraba más que a su joven esposo, eran las joyas de diseños únicos que nadie más pudiera tener. Ella a su vez le entregó como obsequio las llaves de un nuevo auto deportivo para su colección, bailaron y brindaron con el más caro champagne y deleitaron a sus invitados con exquisitos aperitivos. Alexander estaba cansado y aburrido, pero sabía que esa noche no podría negarse a intimar con su esposa, Christine, era una señora elegante y en su juventud debía haber sido muy hermosa, pero su afán de conservar un poco de esa belleza abusaba del Botox y de las cirugías estéticas, lo cual cada vez resultaba más desagradable que alentador para su joven esposo quien a sus 30 años, llevaba el fuego en la sangre. Enzo Ferrer, su abogado, socio y único verdadero amigo se acercó para felicitarlo por su aniversario, pero sobre todo para darle un adelantado obsequio de cumpleaños. —     ¡Feliz aniversario amigo! ¿O debería decir infeliz? —     ¡No te burles Enzo! Tu sabes que cada vez la convivencia íntima con ella es más difícil, en su afán de mantenerse joven está abusando de los tratamientos clínicos, y ya ni ella se aguanta. —     Te compadezco brother, yo si estuviera en tu lugar no sé qué tendría que hacer para que “Mi amigo reaccionara”, por eso te traje un obsequio. —     ¿Qué es esto? — preguntó mirando el pequeño sobre que Enzo le entregaba. —     Es un pasaporte al paraíso mi amigo, lo único que tienes que hacer es darle al capitán del helicóptero, la tarjeta con las coordenadas y una buena propina para que sea muy discreto. Yo como tu abogado, lo único que te puedo decir es que pagar por placer, no es lo mismo que tener una amante y no podría ser usado para invalidar tu contrato matrimonial. —     ¿Me estás sugiriendo un prostíbulo? —     ¡Te estoy dando la solución a tus problemas de insatisfacción s****l! No me lo agradezcas ahora, pero me puedes corresponder el obsequio más adelante, una vez que qué te hayas decidido. Alexander guardó el pequeño sobre en su billetera, no era más grande que una tarjeta de crédito. Poco a poco los invitados se fueron retirando hasta que no quedó ninguno. —     Es hora de que festejemos a solas — dijo Christine en un tono meloso. —     ¡Por supuesto querida! — contestó él tratando de parecer convincente e interesado. La tomó por la cintura y la besó, los labios inflamados por el Botox, no le provocaban el menor deseo, subieron a la habitación, ella había enviado a colocar pétalos de rosas sobre la cama y velas encendidas en toda la habitación en un intento por conservar algo de romanticismo, Alexander le agradeció aquél gesto, aun cuando ella ya no le provocaba deseo s****l, le guardaba cierto cariño y agradecimiento. Christine comenzó por quitarle el saco y la corbata, mientras él se encargaba de la cremallera del vestido dejándolo caer al piso, cerró los ojos y se concentró en sentir las manos y los labios de su esposa recorrer su torso ya desnudo, mientras besaba su pecho, ella le desabrochó el cinturón, y el pantalón cayó al suelo junto con su bóxer dejando al descubierto su grande y grueso m*****o que comenzaba a despertar ante la húmeda boca y la lengua experta de Christine, él tomo la cabeza de ella que se había arrodillado ante él para saborear mejor la suave y dura virilidad de su hombre, una vez que él estuvo listo para cumplir con su parte, la tomo por los brazos y la acostó en la cama boca abajo, ella entendió o que él quería e inmediatamente adoptó la posición preferida de él para penetrarla por detrás, si había algo que Alexander agradecía de las tantas cirugías de su mujer, era precisamente haberse sometido a una vaginoplastía, lo cual la hacía lo suficientemente estrecha para placer de su marido.   los voluptuosos pechos rellenos de silicón bailaban rítmicamente ante cada embestida, con manos expertas, Alexander tomaba con una las caderas y con la otra le alcanzaba el clítoris para llevarla pronto al orgasmo tan deseado, en cuestión de minutos la mujer se corría en un grito de placer mientras a él, le tomaba un poco más de tiempo alcanzar el clímax. Una vez que terminó, le dio un beso en la frente y se metió al baño para darse una ducha. Respiraba profundamente, no era el sexo que él deseaba, era solo un trámite, era algo con lo que tenía que cumplir de vez en cuando, era su parte del trato. Entró en el vestidor y tomó su billetera, sacó el pequeño sobre que le había obsequiado Enzo, lo abrió y  leyó la tarjeta donde se encontraban las coordenadas de algún punto en el mar de Cortés, dedujo que se debía tratar de un Yate, el sobre también contenía una tarjeta dorada que únicamente decía “Paradise Cabaret”
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