Capítulo 09

1099 Palabras
¿Dónde te escondes? —Se preguntó el noruego mentalmente viendo una gran lista de ubicaciones tal cual lo haría un detective. La armada roja había tratado de capturar —o de matar si era sumamente necesario— a una criatura que simplemente surgía, destruía, y desaparecía mientras Tord estaba ausente dejando a Paul y Patryck a cargo. Sí, bien vivía de nuevo con los chicos, pero no podía dejar sus responsabilidades como líder; así que Tord había mudado su oficina a la casa, ahora había una habitación llena de planos y archivos de gran importancia y rezaba por que este lugar no explotara al igual que los dos anteriores. Había pasado los últimos días centrado en esa misión: atrapar o matar a la bestia, pero no daba con ella de ninguna manera, solo tenía las ubicaciones y fechas en las que había aparecido. Algo que sin duda notó es que todos esos lugares eran cercanos entre sí y que las apariciones eran cada vez más frecuentes. Alguien tocó tres veces la puerta asomándose por esta; era Edd. —¿Estás ocupado? —No realmente —contestó el noruego. —¿Por qué tu armada es la que se encarga de esto? —Edd hizo una segunda pregunta; nunca habló de estas cosas con Tord y sentía que tenía que saber todo de él al igual que lo sabía todo sobre Matt y Tom. —Porque nadie más se encarga de cosas tan peligrosas, además, podría ser útil —respondió el de rojo con toda la tranquilidad del mundo a la vez que veía algunas fotografías. —Bueno... —comenzó a decir el castaño—, los chicos y yo pensábamos ver una película más tarde, ¿te apuntas? —le invitó y bebió de su lata de cola como era costumbre. —Sí —respondió el contrario sin pensarlo—. Necesito tomarme un respiro —Tord suspiró recostándose al espaldar de la silla. —Ya, anímate. Seguro la respuesta está más cerca de lo que crees —dijo Edd al verlo decaído; el noruego solía ponerse así cuando las cosas no salían como él quería—. Anda, vamos, sal de estas cuatro paredes tan estresantes. —De acuerdo —aceptó Tord levantándose de la silla para caminar junto al castaño hacia la terraza. Ahí estaban el ojinegro y Matt, peleándose por una rosquilla como caninos. —¡SUÉLTALA! —ordenó Tom insistente jalando uno de los extremos de la bolsa donde estaba el dulce. —¡OBLÍGAME! —gritó el pelinaranja igual de necio. —¡¿POR QUÉ NO PUEDO DEJARLOS SOLOS UN SEGUNDO?! —cuestionó Edd alzando las manos con drama. —Tranquila, «mamá Edd» —bromeó Tord acercándose a los chicos, quitándoles la bolsa de un jalón sacando la rosquilla de su interior y amenazando con dejarla caer al suelo como castigo. —TORD, NO TE ATREVAS —le dijo muy seriamente el británico. —¡Eso es mío! —chilló Matt. —¡No es verdad, yo la compré! —se defendió Tom—, ¡tiene licor! —¿Una rosquilla para alcohólicos? —se preguntó el noruego dándole un mordisco con curiosidad—; uuuh, sabe a chocolate y whisky —dijo dándole otra mordida. —¡NO TE LA COMAS! —gritaron Tom y Matt al unísono. Últimamente Tord había estado comiendo como cerdo; pasó tanto tiempo comiendo carne seca y bocadillos rancios en la armada que ahora no paraba de comer dulces, lo que sea que esté frito o algo que tuviese mucho aderezo. —¡Deja de tragar tanto, comunista! —le dijo Tom riéndose internamente mientras trataba de quitarle la rosquilla al noruego, lo cual le fue inútil porque Tord era más alto que él. —¡Déjame en paz! —vociferó moviéndose de un lado a otro hasta que se terminó la rosquilla él solo. —Insensible —le dijo Tom con mirada triste al ver como se lamía el chocolate de los dedos. —¡Bah! Puedes comprar otra luego —bufó Tord con indiferencia—, no seas tan exagerado. —¿Luego? ¡JA! Tú vas a comprarme otra, AHORA —dijo comenzando a jalarle de la capucha fuera de la casa. —No lleguen tarde —pidió el de sudadera verde. Tom y Tord habían pasado algunos minutos caminando hasta que llegaron a una tienda cercana donde vendían las rosquillas, claro que vendían un montón de tipos y de combinaciones de sabores diferentes, pero Tom quería exactamente la misma. El noruego como disculpa pagó comprando unas cinco o seis extras para comérselas él y ofrecerle a Edd y Matt. Cuando caminaban de regreso —hablando de cosas triviales— Tom paró frente a un bar / licorería. —Ven, ya no queda nada que tomar en casa —y ambos entraron al lugar. No era muy diferente a otros bares: música fuerte y gente tomada haciendo locuras o en el piso inconsciente. Más de una mujer le había llamado la atención a Tord y se preguntó si Tom también había visto al menos una; ¿cómo saberlo si el ojinegro no tenía pupilas? Tord no podía determinar con exactitud qué estaba mirando. Una chica de cabello n***o, corto y rizado se tropezó intencionalmente con Tord sabiendo perfectamente que el noruego iba a atajarla. —¿Estás bien? —preguntó el de parche ingenuamente mientras el de sudadera azul se detenía y miraba la escena. —Lo estoy ahora —contestó la mujer batiendo las pestañas para embobar al chico. —Carol —saludó secamente el británico. —¿Tom? —abrió los ojos con sorpresa— Relájate hombre, sólo estaba jugando, ¿cambiaste de opinión acerca de mi oferta? —le preguntó haciendo un puchero. —No —contestó el británico—. Tú, deja de verle los senos y muévete —jaló a Tord de la manga de su sudadera lejos de la mujer. —Se veía como una persona agradable —murmuró el noruego. —Las putas siempre son agradables, al menos ella es una de esas —dijo Tom—; no te dejes engañar, algunas aquí son arpías. —No parecía una cualquiera… —insistió. —Se supone que es la novia del cantinero, además, ¿qué mente tan limpia tienes para no saber a qué se refería con «oferta»? —preguntó el ojinegro en su dirección. —Muy limpia —contestó Tord orgulloso. —¡Tom, mi cliente estrella! —exclamó el cantinero del lugar sonriente mientras ambos chicos se acercaban a la barra. —Hey Louis —saludó Tom con una sonrisa sentándose en uno de los bancos del lugar y Tord imitó su acción sentándose a su lado. —¿Quién es el nuevo? —preguntó el rubio viendo al de rojo. —Soy Tord —se presentó. —Bonito acento, Tord. ¿De dónde vienes? —otra pregunta de parte de Louis. —Noruega. —Pues espero que a los noruegos les guste los tragos fuertes —dijo divertido mientras le daba un trago con algún licor desconocido para él—. Yo invito —ofreció sirviéndole lo mismo a Tom el cual se bebió todo de golpe. Tord confianzudo iba a hacer lo mismo, pero el británico le detuvo con precaución. —Créeme, es mala idea si tú lo haces —le advirtió el ojinegro. El de sudadera roja no solía beber así que para qué arriesgar su dignidad. Obedeció a Tom dando un sorbo llevándose sólo medio trago y el británico comenzó a reírse por la mueca de Tord, aunque casi no se le había notado; Tord se terminó el trago, le había gustado. —¿Sabes? Creí que comenzarías a toser —confesó Tom sonriente—, nada mal.
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