Tord no podía creer lo que estaba viendo aunque estaba justo frente a él tan claro como el agua.
¿Realmente Tom era el monstruo?
—De-monios —se retorció en el suelo suplicando porque pararan sus cambios, los cuales iban desde los brazos que se iban oscureciendo muy lentamente a un color púrpura extremadamente oscuro.
El noruego se acercó al ojinegro y sin saber bien qué hacía lo cargó y lo dejó en la cama; ¿ahora qué? Nunca recibió un entrenamiento sobre cómo evitar una transformación a criatura de más de dos metros.
—¡¿Qué hago?! —preguntó mirando al chico mientras Edd y Matt trataban de calmarlo, lo cual funcionaba mejor de lo que creían.
Tord sacó su celular del bolsillo y marcó muy nervioso al número de Paul.
—¿Hol...?
—¡Vengan, ahora! —vociferó el noruego histérico.
—¿Tord que está...?
—¡DIJE VENGAN YA! —gritó a través de la línea colgando la llamada.
—Está ardiendo de la fiebre —le dijo el pelinaranja, quien tocaba la frente de Tom.
—No puedo s-soportarlo —se lamentó el ojinegro.
—Tranquilo, calma —susurró el de verde con una sonrisa cálida que reflejaba confianza.
El claxon de una camioneta negra que ya Tord conocía se escuchó frente a la casa sobresaltando a todos y dándole una señal de «verde» al noruego, el cual tomó al ojinegro en brazos y corrió hasta afuera con ambos chicos delante de él abriendo las puertas que representaban un obstáculo.
Patryck pisó el acelerador como si fuese el único auto en la ciudad y de vez en cuando, al igual que el de cejas gruesas, miraba por el retrovisor curioso de lo que estaba pasando en los asientos de atrás; tampoco es como si los soldados se hubieran enterado de muchos detalles.
Luego de siete a quince minutos estaban en el laboratorio / enfermería del cuartel provisional de la armada roja; se habían llevado a Tom en una camilla a alguna habitación tan blanca como el resto del lugar para hacerle algunas pruebas y revisar con mayor detalle que estaba causando que su genética mutara de forma temporal.
—Líder —llamó un chico de cabello castaño y gafas cuadradas. El nombrado se levantó de una de las sillas de metal y se acercó; podría estar viendo el proceso de las pruebas y toda la cosa, pero le parecía injusto dejar a Edd y al pelinaranja ahí nerviosos y preocupados por Tom—. Señor, tuvimos que improvisar un poco por lo que le dimos al chico tres posibles curas. Ninguna funcionó, pero alguna de las tres detuvo la transformación… el único detalle es que la dejó a medias, pero creemos que será temporal al igual que sus transformaciones completas —aclaró y el noruego asintió.
—Gracias, Miguel.
Todo el grupo caminó por los pasillos hasta donde estaba el británico.
Cuando llegaron a la habitación, Tom estaba sentado en la camilla usando una típica bata de hospital; tal y como había dicho Miguel, se había quedado a la mitad de forma temporal por lo que aún tenía algunas manchas moradas, pero las garras y la cola ya se habían ido.
—Hey —saludó algo apenado dejando ver sus colmillos; se rascó la nuca, tenía mucho que explicar.
—Tom sabes que te quiero... —comenzó a decir Edd—, ¿¡PERO POR QUÉ MIERDA NO ME DIJISTE QUE PODÍAS CONVERTIRTE EN UN PUTO DINOSAURIO?!
—Yo, uh...
—¡Me alegra que estés bien! —dijo Matt abalanzándose sobre él para abrazarlo—, y ya no tienes fiebre —apegó su mejilla a la mejilla de Tom.
—De acuerdo, de acuerdo —el de cuernos separó al pelinaranja del ojinegro—. Casi me matas del susto, niño —y su acento resaltó en esa frase.
El que se encontraba en la camilla sonrió.
—¡Oh, oh! ¡Tord! —Matt lo batuqueó de un lado a otro—, ¿puedo salir a ver las armas?
—¿Me regalas una escopeta nueva? —preguntó el castaño con el mismo tono insistente.
—¿Puedo probarme un uniforme?
—¿Beber una cola que lleve más de un año guardada aquí?
—Claro, por qué no, confío plenamente en su madurez —respondió Tord a todas las preguntas y ambos chicos celebraron con un «¡yei!» para luego salir por la puerta. El de parche miró a Paul y a Patryck antes de decir—: vigílenlos —¿tener a esos dos por ahí sueltos? No estaba tan loco como para ello.
—Gracias por traerme aquí —dijo Tom viéndose los hombros, admirando las manchitas púrpuras que tenía en ellos.
—Nah, sólo lo hice para que no terminaras destruyendo la casa —bromeó.
—Claro —el ojinegro le miró divertido—. ¿Ya puedo vestirme y ver las armas también? Me muero por agarrar una granada de humo.
—Pues sí —Tord salió y minutos después entró con pantalones camuflados y una de sus sudaderas rojas en las manos; la ropa de Tom se había desgarrado, aunque quién sabe qué le habrá pasado a sus jeans—. Ten —se la entregó.
El británico se levantó de la cama y se paró de espaldas al noruego para quitarse la bata quedando en ropa interior; Tord desvió la mirada, pero no podía negar que lo miró de reojo en algún momento.
Para cuando devolvió la vista, Tom ya tenía el pantalón y volteó con mirada confundida al sentir como Tord le observaba; levantó una ceja y sonrió de lado haciendo que el noruego tomara el primer portapapeles que alcanzara y fingiera estar muy concentrado en lo que decía. Cuando realmente le prestó atención a la hoja pudo ver los nombres de los medicamentos que le habían inyectado al ojinegro:
Bifilatel, trixiodicina y unitedicina.
Nunca había oído de ellos en su vida.
—Me queda enorme —dijo el británico llamando la atención de el de cuernos. Sí, su ropa le quedaba grande—. ¿Vamos a lanzar granadas?
—Vamos a lanzar granadas —sonrió embobado.
Ambos corrieron por los pasillos como si estuvieran compitiendo, sólo que el ojinegro no tenía ni idea de hacia dónde iba; fue entonces cuando vio un almacén de armas, al dibujante y Matt curioseando. Edd tenía una escopeta y estaba apuntando a todos lado como probándola para ver si era perfecta.
—Si la probaras en el campo de tiro no dudarías tanto —comentó Tord acercándosele.
—¿Puedo? —los ojos de Edd iluminaron.
—Puedes —afirmó.
En sólo unos minutos los cuatro estaban en el campo con lo que prefirieron. El pelinaranja con sonrisa inocente llevaba unos cinco cuchillos en mano y fue el primero en intentar acertar su tiro en la figura de cartón; y así fue, acertó justo en la cabeza.
Nadie entendía cómo alguien tan «puro» como Matt era capaz de aquello.
Edd disparó con la escopeta no teniendo una racha perfecta, pero sí era bastante bueno.
—No lo sé, algo no me gusta —opinó el castaño.
—Tal vez debas probar una escopeta recortada como la que solías tener —le sugirió Patryck.
Edd suspiró: aaah, su linda escopeta. Había pasado el apocalipsis zombie con ella y él mismo la había modificado para que fuera más discreta. Lástima que la dejó dentro del apartamento de Tom cuando le prendió fuego y explotó.
Y hablando de Tom, adivinen quien lanzaba granadas como loco mientras gritaba como terrorista.