—Cuidado, está caliente —adviritó Tord sirviéndole una sopa hecha por Matt al castaño.
Ese resfriado había evolucionado a gripe no-peligrosa.
Tom estaba no muy lejos, estaba en el sillón practicando melodías con su amado y querido bajo llamado Susan. Se había dado un baño al llegar y ahora tenía una camiseta blanca con mangas negras y un mono estilo pijama gris; ya le devolvería al noruego su sudadera y el pantalón militar algún día.
—¡Matt! ¿cuándo buscaremos a Ringo en casa de tu abuela? —preguntó Edd.
—Podemos ir mañana, sabes que le encantan las visitas —respondió el pelinaranja saliendo de la cocina, secándose las manos con un pañuelo.
—Extraño dormir acurrucado con él —dijo el castaño—. No m-me malinterpretes, sabes que prefiero estar acurrucado conti... —y paró de hablar sintiendo la mirada de todos sobre él, hasta Tom había dejado de tocar su música—, con... —interrumpió la oración llevándose violentamente una cucharada de sopa a la boca.
—¿Quieres que la llame para avisarle que iremos? —le preguntó Matt a Edd este asintió con la boca llena.
—¿Por qué nunca tenemos días completamente relajados? —cuestionó Tord recordando todo el show de esa mañana.
—Es la magia de ser nosotros —dijo el ojinegro a modo de respuesta—, siempre va a suceder algo que implique pánico y gritos.
El pelinaranja volvió a donde estaban los chicos como siempre se llega: en pánico y con gritos.
—¡SE ME CAYÓ EL ANILLO DE LA ABUELA POR EL LAVABO!
Edd escupió la sopa y el británico puso una cara de trauma.
El de parche confundido no se atrevía a preguntar qué tan importante era el anillo, al parecer, mucho.
—¡NO SE QUEDEN AHÍ USTEDES DOS! —Matt señaló a Tom y luego al noruego—, ¡SÁQUENLO DE LA TUBERÍA!
El ojinegro corrió hasta el baño con Tord tras él, este recordaba muy bien la última vez que Matt había perdido un regalo de esa mujer loca: todos habían sufrido mucho tejiendo ese día.
Buscó una caja de herramientas y luego se agachó debajo del lavabo viendo el tubo en donde se suponía que estaba el anillo.
—Destornillador —pidió Tom exigente con una mano esperando por la herramienta.
—Para eso se necesita una llave.
—¿Quién te nombró mecánico experto?
—¿Cómo crees que construí un robot gigante? ¿con legos?
—Como sea —Tom bufó y el de parche le entregó la herramienta con el ceño fruncido.
En cuanto el británico desarmó la tubería, algo de agua cayó al piso junto con el anillo del narcisista.
—Es un simple anillo de acero —murmuró Tord, ¿tanto alboroto por un anillo de acero?
Tom comenzó a levantarse con el anillo en mano y en un descuido se resbaló con el agua dándose en la boca con el borde del lavabo.
—¡Agh! ¡mierda! —chilló y se cubrió la boca adolorido dejando caer el anillo al piso.
—¡Ouch, diablos! ¿estás bien? —el noruego se agachó cerca de él.
—Sí...
—Quita las manos, déjame ver —dijo Tord para luego ver el labio roto del británico; se acercó más y tomó su labio para ver si se había roto por dentro.
Al menos no se le había caído un diente.
El ojinegro escupió sangre a un lado sin importarle ensuciar la blanca cerámica del baño.
Las personas solemos ser bastante torpes en algunos casos; tan atontadas por un pensamiento fugaz que cometemos más tonterías de forma impulsiva sin pensar en que ocurrirá después o en aquellos hechos que ocurrieron antes.
¿Qué mierda le importaba a Tord si antes Tom y él se odiaban?
Lo único que le importaba ahora es que estaba besando al británico con el corazón apunto de salirse de su pecho mientras saboreaba sus labios algo ensangrentados.
Un poco extraño, pero le estaba encantando; nunca se sintió tan orgulloso de una acción propia como lo estaba de haber decidido besarlo. Se separó de él y lo primero que vio fue su cara de sorpresa con sus ojos —o cuencas, quién sabe— abiertos analizando la situación.
Tord me besó. Tord me está viendo. Tord, Tord, Tord. —era lo único que pasaba por su mente mientras pestañeaba por obligación.
El de cuernos nervioso a más no poder comenzó a pensar en las posibles consecuencias: rechazo, nuevamente odio… asco.
Eso hasta que Tom unió sus labios por segunda vez dándole un beso corto; sonriente abrazó al noruego casi tumbándolo y este le correspondió apretándolo como a un peluche.
—Creo que me agradas —dijo Tord con voz de niño enamorado y el ojinegro solo se carcajeó.
—¿Ya encontraron el...? Uh, ya me voy —Edd se dio la vuelta dispuesto a irse.
Tord carraspeó y alcanzó el anillo para detener al castaño jalándolo de su capucha.
—Aquí tienes —se lo entregó.
—Gracias, yo no he visto nada...
Ambos chicos rieron nerviosos.
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—¡Lo vi todo Matt, TODO! —dijo el de pijama verde saltando en su cama mientras el pelinaranja le veía sonriente.
—¿Entonces a Juancho le gusta Tim?
Los dos comenzaron a reír con mirada traviesa chocando los cinco.