En camino, fue bastante cómodo. Resulta que los empleados de mi madre eran solo un poco mayores que yo, así que compaginamos muy bien. En total éramos quince personas y todos íbamos en un pequeño Mini. Los chistes no paraban de llegar, haciendo el viaje más agradable y menos duradero. Cuando la camioneta estaciona, todos bajan haciendo una rueda, dejando a mi madre en el medio. Me quedo estática, viendo lo que está sucediendo. Los chicos hacen un pequeño rito antes de entrar a servir las mesas.
—Chicos, más que un trabajo, esta es una familia. Saben que estaré para lo que necesiten. Si se les presenta algún problema o ven que no pueden más, solo tienen que llamarme, ¿entendido?
—Sí, señora —contestan todos al mismo tiempo. Estaba sorprendida de la dinámica que tenían estos chicos y mi madre. Era grandioso.
Entramos todos y empezamos a arreglar las cosas. Las mesas aún estaban vacías y el bar no tenía nada de licor. Mi madre me encarga arreglar las mesas, entregándome cuatro enormes cajas. Dentro de ellas estaban los centros de mesa, más hermosos que había visto, tarjetas de identificación, cubiertos y muchas cosas más para adornar las mesas. Incluyendo regalos para cada una de las personas que representarían este núcleo. Pero, ¿no se supone que si te casas, deben darte regalos? ¿Por qué regalarles a los demás? No entendía nada, pero tampoco preguntaría. Me muevo con agilidad por todo el lugar, como si lo conociera. Lo cierto es que era la primera vez que estaba aquí, pero debía ayudar a mi madre. Ya casi era la hora y faltaba mucho por hacer. Reviso la lista y veo que todos los números concuerden con las mesas y los invitados.
Termino de ordenar los cubiertos por tamaños y tipos. Nunca me había imaginado que existían cuatro tipos de cucharillas y cada una era para un uso diferente. Jamás había visto semejante locura. Para mí, la cucharilla de la sopa era la misma que usábamos para todo, incluso para agarrar el azúcar. Esto de los cubiertos era demasiada fanfarronería.
Paso por las mesas, que eran ciento veinte en total. Luego paso por la barra y comienzo a arreglar las botellas por colores y tamaños. Había cervezas de todos los tipos y colores. Supongo que habían sido exportadas de otros países, porque había una que se llamaba Corona. Decía que era hecha en la República de Colombia. También estaba una de botella negra, llamada Polar, traída desde Venezuela. Cuando termino de arreglar todo en el bar, mi madre me llama.
—Cariño, necesito que vayas conmigo a la cocina y me ayudes con los bocadillos salados —dice mi madre, guiándome a la cocina. El lugar era maravilloso. Había unos diez chef o más. No me dio tiempo de contarlos, pues todos corrían de un lado para otro. Habían todo tipo de comidas y platos fuertes. Una de las bandejas estaba repleta de mariscos y cosas del mar, acompañados con canapés. Se veía bastante asqueroso. No lo tomen a mal, pero la verdad es que odiaba todo lo que provenía del mar.
Mi madre me lleva hasta el área de frituras. El aceite y la manteca que usaban para freír se notaba que estaban bastante nuevos. No usaron nada recuperado, así que supongo que todo lo que sobre podrá llevárselo el personal.
—Hija, presta atención. Necesito que me ayudes a freír estas bolitas de queso y estas empanaditas de carne. No debes dejarlas tostar ni quebrarse. Las personas que asistirán a esta fiesta son bastante adineradas y no les gusta los errores. Ya sabes que todos comemos con la vista —dice dándome instrucciones.
—Perfecto, madre. No hay ningún problema. Lo haré lo mejor que pueda —digo poniéndome manos a la obra.
Me tomo mi tiempo para separar cada bolita, cerciorándome de que no se rompan o de que el queso esté afuera. No quería problemas, ni mucho menos causárselos a mi madre. Empiezo a freír muchísimas. Han pasado como unas dos horas y aún estoy en esta tarea. Es muy difícil, no es lo que se cree. Cuando estoy a punto de darme por vencida, un chico entra y me mira fijamente.
—Hola, ¿puedo ayudarte en algo? —pregunto mientras lo miro fijamente.
—Hola, solo —pero no lo dejo terminar porque mis queridas bolitas están quemándose.
—¡Oh, mierda! Mamá va a matarme. No puedo permitir que se me quemen —digo nerviosa, mientras comienzo a sacar las bolitas. Pero dos manos no son suficientes. Estoy perdiendo la batalla. El aceite quiere ganar.
—Te ayudaré, ven aquí —dice mientras me quita de las manos el utensilio para sacar las bolitas.
El chico es muy hábil con las manos. Comienza a sacar las bolitas con maestría y esmero. Su cuerpo se mueve de un lado para otro, haciendo que mis ojos vuelen de un lado a otro sin parar. Lo veo freír una nueva tanda y dejarlas en su punto. Así transcurre mucho tiempo. Cuando me doy cuenta, ya está con las empanadas. No me doy cuenta de lo que hace hasta que comienza a hablarme.
—Debes bajar un poco la candela, preciosa. Sino, todo se quemará y los dueños de la fiesta se molestarán. Son unos estirados de mierda —dice mientras sonríe. Su comentario me hace reír, pero no le contesto nada.
—Ven, te enseñaré cuál es el truco. Todo está en la vuelta —dice. Me acerco a él y toma mi mano, dándome el utensilio. Toma mi muñeca y me enseña cómo hacerlo. Nuestras miradas se encuentran y puedo ver algo que no sé cómo describir en su mirada. Era de esos chicos de alma libre. Sus ojos estaban tan transparentes como el océano. Cuando se da cuenta de mi mirada, pone una distancia entre nosotros.
—Creo que ya aprendiste, así que debo irme —dice el chico, intentando huir
—Creo que ya aprendiste, así que debo irme —dice el chico intentando huir de mí.
—¡Espera! ¿Trabajas con el equipo de mi madre? No te vi con los demás chicos.
—No, soy de otro grupo. Debo irme —dice despidiéndose de mí, pero antes de salir se regresa y me da un beso en la mejilla. Luego, desaparece dejándome tan roja como una manzana. No es que nadie me haya regalado un pequeño beso, pero este chico era especial. El simple roce de sus labios me había hecho sentir de una manera inexplicable. Es como si sintiera un tropel de caballos dentro de mi estómago.
Luego de una terrible hora más friendo estas cosas, gracias al cielo termino haciéndolo muy bien. Salgo de la cocina empapada de sudor. Una brisa fría refresca mi rostro. Cierro mis ojos para sentir la frescura. Me gustaba el ambiente fresco y frío. Odiaba el calor. Incluso podría asegurar que los días lluviosos eran mis favoritos. Busco a mi madre por todo el lugar, pero no la encuentro. Hasta que uno de los chicos me dice que está en la cocina, en el área de dulces. Salgo en su búsqueda y la veo darle el último toque a un hermoso y enorme pastel. Tenía unos doce pisos, y era de blanco con una cascada de chocolate. Los novios estaban hechos de chocolate blanco. La verdad era bastante impresionante.
—¿Qué tal se ve? —pregunta seria.
—Es hermoso, mama. Cuando me case quiero uno idéntico —digo sonriendo.
—Así será, hija. Pero tendrás que buscar un buen partido. Solo nos casamos una vez. Sabes que soy de las que piensa que el amor se encuentra una vez en la vida —dice dándole el toque final a la novia de chocolate.
Salimos de la cocina dejando todo preparado. Nos reunimos nuevamente todos los chicos en una fila. Mi madre comienza a entregarnos bandejas con copas de champagne muy espumoso y fino. Cada uno llevábamos aproximadamente doce copas largas con distintas piedras brillantes pegadas al cristal, haciendo lucir la copa elegante y sofisticada. Se escucha un alboroto y varios carros estacionarse.
—Chicos, que empiece el juego —dice mi madre.
Las puertas se abren, dejando entrar a un montón de personas con trajes de lujo. Las mujeres llevaban vestidos elegantes, dignos de una alfombra roja. Estaba totalmente impresionada. Luego de esperar que pase un poco la multitud, comenzamos a movernos entregando las copas a cada persona que se nos atravesaban. Iba y recargaba para seguir repartiendo, cuando de repente entran los novios. Mi boca casi cae al suelo al ver a la novia. Era realmente hermosa. Su cabello era tan amarillo como el sol, su piel blanca como la leche y sus ojos eran de un azul claro. Llevaba un hermoso vestido de revistas, parecía el vestido que usó la princesa Diana el día que se casó con el príncipe Carlos, con la diferencia de que este estaba más ceñido al cuerpo, al menos en la parte de arriba. Los novios pasan por mi lado. El chico era un galán de revistas. La pareja perfecta. Mi madre me toma del brazo, quitándome la bandeja y entregándome otra de color dorado con solo dos copas muy distintas a las otras.
—Ve, cariño. Estas son las de los novios. Entrégalas —dice indicándome. Hago lo que dice y me acerco a ellos. Todos están felicitándolos y abrazándolos