Nos quedamos uno al lado del otro en silencio durante un rato. Poco a poco, la tensión se va de mis músculos. Parece que se quedará allí. Acomodo mi nariz en la almohada. Mmmm. Caramelo. El estuche huele a detergente, pero no puede ocultar el delicioso aroma que desprenden las plumas. La voz de Damian, cuando habla, casi me sobresalta. —Debería hacerte comer—. —No por favor. Comere mañana—. Mis párpados pesados se cierran. No sé qué tan tarde es. Podrían ser diez. Medianoche. Más tarde. El tiempo es intrascendente. Estoy al borde del sueño, pero no puedo dejarlo ir todavía. No quiero perder este sentimiento. La habitación es de terciopelo n***o. Está en silencio excepto por el ruido ocasional de la máquina de hacer hielo del refrigerador en la cocina. Mi cuerpo se siente como después d

