Es la primera mentira que me dice. Mira por la ventana hacia el auto . —¿Aun te vas?— —Si.— —No regreses—. —¿Me estás exiliando?— Ella arquea una ceja. —Te estoy aconsejando. Podrás volver cuando el vientre de mi pareja esté redondo con mis crías—. Ella se ríe y se mueve para recoger las tazas de la mesa. —Siempre tuviste confianza—. —Siempre he tenido motivos para estarlo—. La anciana hace una pausa y estira el cuello para buscar mis ojos. Es lo más parecido a un cuello torcido que jamás conseguiré de ella. —Realmente no lo recuerdas, ¿verdad?— —¿Recordar que?— Su frente se frunce. —No creo que deba decírtelo. No quiero interponerme en el camino de las Parcas—. Resoplé. —Anciana, estás llena de mierda—. Ella se encoge de hombros. —Es difícil saber qué ayuda y qué interfiere.

