—¿Por qué no la sacas al porche?— dice Alfie. —Ya que la está molestando aquí.—
¿Ponerme en el porche? ¿Como un perro?
Dermot se ríe. —Él no puede hacer eso. Se nota que los cachorros no están apareados. No sabes una mierda—.
Los dedos errantes de Damian ahora juguetean con la punta de mi trenza. —El tiene razón. No puedo perderte de vista—, dice en voz baja. —Haré que alguien te traiga un vaso de agua—.
Puaj. Bruto. —No. Gracias. No puedo beber aquí—.
Sus cejas se juntan.
—No quiero meterme nada en la boca aquí—.
Me preparo para un comentario inteligente: ninguno de mis compañeros de cuarto serían capaz de resistirse, y son mujeres, pero él coloca mi trenza justo sobre mi hombro y la acaricia a lo largo por última vez. —No tardaré—.
Me encojo de hombros. Me siento como si fuera su
