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Antes de conocerte

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los opuestos se atraen
segunda oportunidad
sensitivo
independiente
mamá soltera
drama
sweet
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intro-logo
Descripción

Federico es un estructurado ingeniero naval, solitario y de reglas claras, recientemente divorciado de una abogada muy parecida a él. Cuando es trasladado a la ciudad de Mar del Plata para un trabajo porvisorio conoce a Agustina, una joven mesera, que vive el día a día, sin pensar en el futuro.

Tan opuestos como obstinados, no dejan de emanar magnetismo e intriga, hasta que sucumben ante el deseo y ya nada será igual.

Presa de un secreto del pasado, ella no se permite hacer planes, fiel a sus principios él no puede permitirse no hacerlos.

Pero cuando la atracción se vuelve insoportable ¿cómo se hace para no dejarla fluir?

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1
El agua seguía golpeando mi cara con la misma insistencia de los minutos previos. El viento prepotente enredaba mi pelo cubriendo la poca visibilidad que me quedaba. La sal se hacía presente en el borde de mis labios que no paraban de temblar. Un cuerpo inmóvil bajo mis manos trepidantes se convertía en mi propia amenaza y como la brea caliente sobre el asfalto me cubría de temor para finalmente dejarme sin la capacidad de reaccionar. Había practicado el procedimiento mil veces, podía completarlo con los ojos cerrados y sin embargo, presa de una especie de hechizo, en el momento más importante de mi vida, no podía ni siquiera comenzar. Ni el agua, ni el viento, ni la sal. Era yo, mi corazón y mi mente la única responsable de la abulia que me poseía. La única responsable del error. La única responsable de un fracaso que cambiaría el rumbo de mi vida para siempre. . . . . . TRES AÑOS DESPUÉS . . La puerta del ascensor se había trabado otra vez. Los minutos parecen correr aún más rápido cuando se está llegando tarde y ese momento no era la excepción. Agustina comenzó a bajar las escaleras a toda velocidad mientras se ataba su largo cabello ensortijado en un rodete alto. -Anselmo, haga ver el ascensor, que se trabó de nuevo.- le gritó al encargado del viejo edificio en el que vivía mientras salía a gran velocidad para subirse a su bicicleta. Si bien promediaba el mes de marzo en la ciudad de Mar del Plata, los días aún eran largos y calurosos. Tener que llegar al cóctel en el que debía trabajar con su camisa en buen estado parecía todo un desafío. Pedaleó con toda su fuerza para subir aquella avenida empinada para luego dejarse llevar por la pendiente al otro lado y disfrutar del viento que la velocidad le propiciaba. -Tarde otra vez, Tina- la reprendió Hector, el encargado del servicio de catering para el que solía trabajar, al verla entrar a la cocina de aquel lujoso hotel. -Pero como soy tu mejor empleada no me vas a retar.- le respondió ella sonriente mientras se anudaba el delantal n***o a la cintura. Entonces el bullicio del salón se oyó como un rugido a través de las puertas vaivén que uno de sus compañeros había abierto al ingresar. -¿Para quién es este fiestón?- le preguntó en voz baja Agustina al joven con la bandeja repleta de copas vacías. -Parece que la naviera tiene un nuevo ingeniero. Un estirado de la capital con un traje demasiado ajustado, para mi gusto.- le respondió el joven con una mueca de desagrado. Agustina alzó ambos hombros como si en verdad no le interesara y tomó una bandeja repleta de canapés para comenzar a servir. Recorrió los primeros metros con su habitual sonrisa de atención al cliente y se quedó helada. ¿Qué hacía aquella mujer allí? Quiso volver sobre sus pasos pero una parva de camareros se lo impidió, entonces apoyó la bandeja en una de las mesas altas y prácticamente corrió hasta los baños. Cuando iba a ingresar al de las damas, aquella mujer de su pasado lo hizo primero y sin pensarlo demasiado entró al de caballeros. Ingresó de espaldas con el temor de que la hubiera reconocido y luego de dar un par de pasos se chocó con algo demasiado firme. -¿Qué está haciendo señorita? - le dijo una voz masculina demasiado grave. -Disculpe.- comenzó a responder y al girar sus ojos se desviaron hacia el gran m*****o que sostenía entre sus manos frente al mingitorio. Rápidamente el hombre se cubrió abrochando su pantalón azul oscuro entallado. -Lo siento, no quise mirar.- dijo Agustina cubriéndose los ojos con una de sus manos. Federico analizó a aquella pequeña joven, con el pelo tirante hacia atrás y unos enormes ojos verdes, pudo ver el borde de un tatuaje asomando en su cuello y las zapatillas acordonadas que poco tenían que ver con el resto del atuendo. Tardó un poco en reaccionar pero finalmente lo hizo. -.¿Se dio cuenta que este es el baño de hombres?- le dijo intentando volver a ver aquellos ojos a través de los dedos, que aún cubrían su cara. -Ah, ¿en serio? Debo haberme confundido.- respondió ella comenzando a girar para irse, pero al abrir la puerta, aquella amenazante mujer volvió a aparecer en su camino y giró sobre sus pasos para volver a chocar con aquel corpulento hombre. Entonces pudo oler su perfume demasiado cercano y su rostro perfectamente afeitado rozó su frente. Era demasiado alto o ella demasiado baja. Federico frunció sus labios al mismo tiempo que sus ojos, intentando entender la situación. Al verlo, Agustina por fin reaccionó. -¿Hay que terminar con eso de baños de hombres y de mujeres? - dijo mientras gesticulaba con sus brazos y caminaba hacia los lados buscando algo mejor para decir. -Es más, voy a buscar a ese estirado nuevo ingeniero para que proponga baños unisex?- agregó implorando que aquella mujer se hubiera ido. En ese momento la puerta se abrió. Un hombre de unos cincuenta años con el abdomen algo prominente entró y al verla se quedó paralizado. -¿ Me equivoqué de baño? - preguntó volviendo a abrir la puerta para mirar el letrero que anunciaba el genéro y al ver que estaba en el lugar correcto volvió a mirarlos con algo de suspicacia. - Ah, ya veo ingeniero, disculpe si lo interrumpí mientras conocía a las marplatenses.- dijo en un tono que los molestó tanto a Federico como a Agustina. Ella iba a responder pero de repente se dio cuenta de que acaba de llamar estirado a aquel ingeniero en su cara y volvió a mirarlo con arrepentimiento. -No es lo que piensa, y respete a la señorita por favor. ¿Vamos? - dijo mientras sostenía la puerta para ella. Agustina comenzó a caminar y al pasar por su lado volvio a oír esa voz tan grave algo más cerca. -¿O soy demasiado estirado?- le dijo logrando que ella cerrara sus ojos con fuerza. Salió del lugar lo más rápido que pudo e intentó cumplir con su labor sin ser descubierta. De vez en cuando observaba desde la invisibilidad que ofrece el servir a aquel hombre tan inquietante. Era alto y corpulento pero estaba en forma, lo podía adivinar a través de aquel traje entallado que lucía, sonreía muy poco y siempre parecía conocer la respuesta adecuada. De vez en cuando barría con sus grandes ojos negros el lugar como si buscara a alquien y luego volvía a las formas que se esperan en un evento como aquel. -Dijo Hector que ya nos podemos ir.- la sorprendió Alina, una de las chicas con las que solía trabajar y obligándose a dejar de mirar al joven ingeniero se deshizo del delantal para emprender el regreso a su casa. Subió a su bicicleta y encendió la pequeña luz que había colocado previsoramente en el manubrio, comenzó a pedalear y al pasar por la puerta del lugar del evento su mirada se cruzó con la de Federico, que aguardaba que el valet le trajera su vehículo. Ambos se sorprendieron y ella levantó una de sus manos en señal de saludo, para luego continuar camino. Federico tardó algo más en reaccionar. La había buscado durante toda la noche con su vista sin éxito, aún sin terminar de entender el por qué y cuando finalmente creía que la había olvidado aparecía frente a sus narices para regalarle una sonrisa que la hacía lucir aún más hermosa. Subió a su auto y no tardó en alcanzarla, bajó la ventanilla y sin detenerse le habló. -¿No es demasiado tarde para ir en bicicleta?- le preguntó alternando su mirada entre la calle y la joven. -No pasa nada, no voy lejos y acabo de instalar esta útil lucecita.- le respondió Agustina tocando el artefacto con gracia. -Puedo llevarla si quiere, ¿señorita…?- le dijo él, desconociéndose a sí mismo. -Está bien, en serio, le agradezco, pero no es necesario. - respondió volviendo a mirar la empinada avenida que se avecinaba. -Es una cuesta bastante alta ¿señorita…?- insistió él, sin saber por qué, necesitaba conocer su nombre. - La subo casi todos los días ¿y por qué te diría mi nombre? No te conozco.- le respondió ocultando el deseo que tenía de hacerlo. -Para llamarme engreído no tuviste problema.- arremetió él logrando que ella detuviera su marcha por un instante. -No debí hacerlo, perdón. Ahora si me deja necesito toda mi energía para subir así que no voy a poder seguir hablando.- y sin esperar respuesta comenzó a pedalear. Federico la siguió anonadado, era tan diferente a las mujeres que conocía que no comprendía por qué seguía allí. La observó durante toda la pendiente y cuando por fin llegó a la cima pudo adivinar que llevaba los ojos cerrados y sonreía mientras se dejaba llevar por la bajada que ofrecía la calle. Parecía tan libre, tan entregada que la necesidad de conocer su nombre se hizo imperiosa. Casi al final de la pendiente ella se detuvo una vez más. -¡Qué obstinado! No era necesario que me siguiera- le dijo ella con una falsa expresión de enfado. - Creo que lo que queres decir es: Gracias por acompañarme, Federico.- le respondió él con una escueta sonrisa que terminó de confirmarle lo hermoso que era. - De nada ¿señorita…?- volvió a insistir una tercera vez. Ella se bajó de la bicicleta y se acercó un poco más al auto, lo imitó sonriendo y finalmente le ofreció su mano. -Agustina.- respondió y cuando sus manos se tocaron para estrecharse todo lo distante del gesto se vio reemplazado por una ligera corriente que los atravesó, dejándolos demasiado aturdidos. -Buenas noches.- le dijo ella con premura para alejarse lo más rápido posible. - Buenas noches, Agustina.- escuchó mientras se iba. Abrió la puerta del viejo edificio y giró por última vez para regalarle una gran sonrisa, que Federico no lograría olvidar.

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