Aquel día no volvieron a encontrarse. Agustina salía en horario para llegar a buscar a Lucas al colegio y Federico solía demorarse, con su imposibilidad de abandonar una tarea a medio hacer.
Sin embargo, alrededor de las siete y media de la tarde, con el sol aún en el cielo, gracias a las horas de luz que regalaba el estío, Federico se vio caminando en dirección a la playa.
Observó desde lejos el mar y no tardó en descubrir a Agustina. Llevaba su traje de neoprene n***o y estaba sentada sobre la tabla mientras movía sus brazos con ímpetu para marcarle a los niños que la rodeaban algunos movimientos.
Se quedó un largo rato mirándola y cuando por fin salió del mar con su cabello mojado a un lado y la tabla bajo su brazo sus labios se curvaron hacia arriba casi involuntariamente.
-Para no ser lo tuyo estás viniendo demasiado por acà.- le dijo ella con su habitual simpatía, mientras los niños corrían con sus tablas hacia sus padres que los esperaban orgullosos.
-Por lo menos estoy vestido para la ocasión.- le respondió él comenzando a caminar a su lado algo más despacio.
Llevaba unos shorts de baño y una chomba de algodón, que si bien habían sido diseñadas para usarse en la playa, poco tenían que ver con las musculosas y bermudas que solían usar los surfistas de la zona. Ella sonrió.
-Digamos que te vas acercando.- le respondió sin poder mirarlo a los ojos.
-¿Ya terminaste con tus clases? - le preguntó él antes de que la valentía lo abandonara.
-Sí, pero esta noche trabajo para un evento en el hotel. ¿Por qué preguntabas?- le dijo ella por fin buscando su mirada.
-No sé, pensé que podíamos ir a cenar si te apetece.- le dijo con una seriedad que comenzaba a gustarle.
- Me apetece.- respondió ella sin poder evitar reírse. - Pero cómo te dije trabajo esta noche.- agregó bajando la vista.
-¿A qué hora salís?- volvió a insistir él, sin saber muy bien porque, justo cuando estaban por llegar a la improvisada sombrilla donde los niños aguardaban para despedirse.
-Tarde…- respondió ella sin poder decidir si aceptar la oferta de aquel hombre en quien no podía dejar de pensar o pasar de él como solía hacer con cualquiera que la invitara a salir.
Federico la miró y alzó ambas cejas esperando algún indicio que le indicara si en verdad lo estaba rechazando y al no recibir más nada de parte de ella frunció un poco los labios.
-No hay problema Agustina, la dejo seguir trabajando entonces.- le respondió colocándose las manos en los bolsillos para retirarse de allí.
Agustina fue alcanzada por una desesperación que llevaba tiempo sin sentir y al verlo alejarse corrió para alcanzarlo.
-Federico.- le dijo antes de tocarlo.
-Faltan unas horas para entrar al hotel, si queres…- comenzó a decir y al ver como aquella sonrisa volvía a aparecer en su rostro lo imitó.
-Te espero entonces.- respondió él aún sonriendo.
Ella asintió con la cabeza sin dejar de sonreír y volvió corriendo hasta donde estaban los niños para despedirse y pedirle a Lola, su mejor amiga, que cuide a Lucas desde más temprano.
Federico pudo ver como aquella surfista lo analizaba y le enviaban una mirada de advertencia, pero lejos de intimidarse levantó su mano y la saludó con un gesto de su rostro. Lola amaba a Agustina, no había nada que deseara más que volver a verla feliz y por un instante eligió creer que a lo mejor había llegado el momento.
Agustina acomodó las cosas y luego de sacarse el traje se puso un vestido gris de algodón sobre su traje de baño, cerró la mochila donde solía llevar sus cosas y le hizo una seña a Federico para que se acercara.
Él, algo sorprendido, decidió seguirla.
-¿Te gustaría caminar por la playa? A esta hora es muy linda. -le dijo ella aguardando la respuesta como una niña que pide un dulce.
Federico sonrió y se agachó para sacarse las zapatillas.
-Vamos entonces.- le respondió y comenzaron a caminar hacia el sur.
Llevaban un tiempo caminando en silencio, mirando al frente, cuando finalmente ella decidió hablar.
-¿Ya conocías Mar del Plata?- le preguntó. Intentando buscar algún tema que pudieran tener en común.
-Sí. Venía de chico con mi familia.- le respondió él, con esa seriedad que parecía distante.
-¿Ah sí? ¿A qué balneario?- le preguntó ella con curiosidad.
-Mis abuelos tenían una carpa en La Reserva, es una playa muy linda.- respondió con calma.
-Sí, muy cara también.- le dijo ella a modo de broma.
-No fue lo que quise…- comenzó a excusarse él.
-Era una broma, no te pongas más serio por favor.- le dijo ella golpeando suavemente su brazo, para sentirlo tan firme como había imaginado.
Entonces él la miró y sonrió. Ella se detuvo y pasó uno de sus dedos por sus labios.
-Deberías sonreír más seguido.- le dijo mirándolo a los ojos.
Él tomó su dedo y atrapó su mano con la suya para depositar un corto beso en el dorso.
-Me gusta que me hagas sonreír más seguido.- le dijo mientras la soltaba lentamente.
El corazón de Agustina comenzó a latir a gran velocidad, aquel hombre lograba encenderla con un simple roce, su mente la llevó a imaginar demasiadas cosas que intentó acallar. Llevaba tanto tiempo sin estar con un hombre que se sintió algo tonta. Bajó su mirada y al ver que él no avanzaba volvió a mirarlo.
-¿Qué me estás haciendo Agustina?- le dijo él desconociendose a sí mismo, caminar descalzo por la playa en el atardecer de un lunes laborable definitivamente no era algo que hubiese imaginado hacer.
Ella contuvo la sonrisa y lo miró con exagerada inocencia.
-No sé… ¿Te gusta? - le preguntó acercándose a ese pecho firme que había visto a través de la camisa.
-Demasiado.- le respondió él bajando su cabeza para tenerla a su altura.
Se miraron sintiendo que el tiempo se había detenido hasta que ella reaccionó.
-Seguime.- le dijo tomándolo de la mano y comenzando a correr hacia uno de los acantilados que bordeaba la playa.
Sin darle tiempo a reaccionar lo arrastró hasta una especie de cueva que se formaba entre las rocas y dándose vuelta atrapó aquellos labios en los que no podía dejar de pensar desde el momento en que lo había conocido.
En una mezcla de sorpresa y excitación, Federico respondió al beso, recorriendo su boca con sutileza y cuando ella bajó sus manos a su erección se separó un poco.
-Espera, esperá. Estamos en la playa.- le dijo él sin querer dejar de besarla.
-Te prometo que no nos va a ver nadie.- le respondió ella con la necesidad de que el beso continuara.
La guerra entre el deseo y el deber, comenzó a librarse en la mente de Federico, que preso de aquellos besos, se sintió como si volviera a ser un adolescente.
Volvió a separar sus bocas y apoyando su frente contra la de ella colocó amabas manos en sus mejillas.
-Podemos hacerlo mucho mejor… dejame invitarte a mi casa.- le dijo a esos ojos verdes que cargaban con la urgencia del anhelo que inclinó la balanza despejando cualquier duda acerca de lo que debía hacer.