—Ugh... ugh... —El tiempo se alargó y Susana sintió una pesadez en el pecho, escupiendo una bocanada de sangre.
Sus forcejeos eran cada vez más débiles y la fría sonrisa de Adrián se grabó en su mente.
—Susana, mereces morir. Te las has arreglado para aguantar tres años, y ya es suficiente. Dime dónde está Janice y te dejaré morir rápido.
Mirando su rostro demoníaco, no pudo evitar recordar la luz de su vida cuando Adrián era tan tierno.
El recuerdo de ellos tocando el piano juntos se fue difuminando poco a poco, y fue sustituido por incontables días y noches de tortura durante los últimos tres años.
Un dolor que le calaba hasta los huesos.
—¡Tose, tose! —Otra bocanada de sangre. Sintiendo que la vida se le iba, Susana esbozó una sonrisa burlona y dejó de luchar.
Con sus últimas fuerzas, sus labios temblaron. —¿No me creerás, sólo una vez?
Adrián vaciló. Su corazón fue momentáneamente atravesado por su sonrisa impotente y luego reemplazado por la indiferencia. —Mi paciencia tiene límites. Dime dónde está Janice.
—No pienses que morir será el final de todo. Si no quieres que ejecuten antes de tiempo a tu padre encarcelado, o que le pase algo a tu madre en el psiquiátrico, mejor piénsalo bien.
¡Janice... Janice...!
A Susana le sangraban los tímpanos. El zumbido se hizo más fuerte y su corazón se apretó con fuerza.
Susana estaba resentida. Se odiaba a sí misma por haber arruinado a la familia Morgan y odiaba al parcial Adrián.
¡El implacable enamorado de Adrián fue quien realmente le abandonó hace tres años!
Al final, la oscuridad envolvió a Susana. Intentó decir algo, pero ya no tenía fuerzas. Al momento siguiente, su cuerpo se hundió como un cadáver sin vida.
Al ver esto, los ojos de Adrián se oscurecieron y su respiración se entrecortó.
—¡Maldita sea! —Golpeó con el puño el tanque de cristal, rugiendo— ¡Susana! Mujer malvada, ¿no vas a decirme dónde está Janice, ni siquiera muerta?
Susana no respondió y siguió hundiéndose hacia abajo.
Adrián, momentáneamente aturdido, quiso instintivamente romper el cristal. La visión de Susana en el interior cayendo sin cesar era particularmente flagrante.
—¡Maldita sea!
Murmurando una maldición, Adrián estaba a punto de levantarse cuando de repente se oyó un grito.
—¡Sr. Olson! ¡La Srta. Potter ha sido encontrada!
La cabeza de Adrián se giró de golpe, y la menuda figura que había a la entrada de la azotea le estremeció hasta la médula.
—¡Janice! —Adrián gritó con urgencia, y sus pensamientos se alejaron al instante.
El cuerpo de Janice estaba empapado en sangre, su pelo revuelto y su expresión angustiada. En cuanto vio a Adrián, le pareció ver la luz.
—¡Adrián!
Adrián abandonó a la aparentemente sin vida Susana y corrió hacia Janice. Luego abrazó fuertemente a Janice.
—Adrián, por fin te veo. Susana da tanto miedo. Esos hombres dan tanto miedo. Yo... Me han torturado tanto, que pensé que nunca volvería a verte...
Mientras Janice hablaba, su cuerpo se puso flácido y se quedó en silencio.
Mientras Adrián sólo estaba concentrado en Janice en sus brazos, Susana se había hundido hasta el fondo del tanque de cristal.
—¿Quieres morir así? Te lo estoy diciendo. ¡No va a pasar!
—¡Susana! ¡Despierta!
El sonido era frío.
Tragada por la marea, la mente de Susana retrocedió hasta el hermoso momento en que conoció a Adrián quince años atrás. Fue breve y se apagó rápidamente.
—Susana, ¿quieres morir? ¡Ni hablar!
El familiar rugido de Adrián volvió a estallar en sus oídos, y el dolor que le produjo el tirón del pelo la devolvió a la realidad. Susana abrió los ojos de golpe, con el sudor corriéndole por la cara.
En la oscuridad, se encontró con los ojos púrpura oscuro de Adrián. Eran aterradores.
A Susana le tembló el corazón.