Capítulo 6

1895 Palabras
Tomo el ascensor aprovechando que he despistado a Ana, me miro en el espejo cuando las puertas se cierran, sonrío tensa mientras niego para mí. Aquí estoy cuando falta un cuarto para las tres de la tarde, en un ascensor rumbo a la habitación en la que me citó un desconocido, por momentos me da miedo, pero debo hacerlo, no veo otra opción, no soy de las que puede quedarse esperando y especular, tengo que meterme en la acción. Las puertas del ascensor se abren en el piso tres, camino hacia la habitación 303 como se me indicó, tengo el papel en la mano y las fotos en mi bolso. El corazón se me acelera cuando me detengo frente a la puerta, tengo una tarjeta magnética que venía en el sobre y que en teoría abre la habitación, lo hago. El lugar está oscuro, intento encender las luces, pero no ceden, todo está a oscura a pesar de que son las tres de la tarde. —Buenas —digo tratando de escucharme segura. —Pasa y cierra la puerta —dice un hombre de voz grave, paso saliva, su voz es profunda e impositiva, no como la de Claudio que busca ser encantador, esta persona me da miedo, lo cual es lógico porque es un desconocido y estoy sola con él en una habitación. Hago lo que me dice por qué ya no me importa nada más que descubrir la verdad, cierro la puerta y avanzo con pasos dudosos hasta el centro de la habitación, se corren las cortinas dejando que el sol penetre en la habitación, giro mi cabeza hacia los lados y no lo veo, hay dos ambientes, una cama y una pequeña sala, noto que alguien se mueve en la parte de la sala, me quedo inmóvil y aprieto contra mí el bolso. —Aquí estoy —digo tratando de escucharme valiente. —Ponte la venda en los ojos. Miro alrededor y veo sobre la cama una venda. Siento un vacío en el estómago, sé que soy una estúpida por estar aquí, pero le hago caso. —Quítate el abrigo y los zapatos. Siéntate en la cama. Hago lo dice aun cuando mi cuerpo tiembla. —¿Quién eres? —pregunto tratando de que mi voz no se escuche temblorosa. —Desabrocha tu blusa y recuéstate en la cama. —¿Qué? —Hazlo. Una vez más hago lo que dice. —Ya —anuncio. —Quítate la venda, cierra los ojos y recuéstate de lado. No te muevas. Lo hago y escucho pasos cerca, siento la tentación de voltearme, pero tengo miedo, cierro los ojos y aspiro el perfume que inunda la habitación, es un perfume de hombre, un perfume caro. Escucho pasos alejarse. —Incorpórate ¿Te queda claro que tu esposo te engaña con otra? —pregunta. —Sí, me quedó bastante claro si no es que las fotos son trucadas. —No lo son, solo puedo darte mi palabra. Abrocho los botones superiores de la blusa y me incorporo en la cama mientras me acomodo el cabello. Se levanta del sofá desde donde ha estado de espaldas, da la vuelta para acercarse a donde estoy y por fin lo veo de frente, camina hacia mí con mucha seguridad, no puedo creerlo: es Giacomo. Paso saliva y me levanto de la cama, es tan guapo e imponente como lo recuerdo, trae una barba candado y el cabello en un corte bajo, sus ojos son verdes claros y su piel es más trigueña que la de Claudio, aun así, se parecen bastante. Tiene lógica que sea él, son hermanos, pero también enemigos. Me mira a los ojos mientras avanza, trae una camisa blanca, manga larga que le queda bastante ajustada y pantalones negros de vestir, zapatos de cuero n***o. Tiene un andar suave, pero seguro y de paso firme, mantiene una mano en el bolsillo mientras camina hacia mí, percibo su perfume, y su mirada no abandona mis ojos, paso saliva de nuevo y trato de disimular la tensión de mi cuerpo. —Hola, cuñada —dice con tono irónico y expresión muy seria. —Giacomo, tenía mucho tiempo sin verte —digo, y es verdad, solo lo vi un par de veces antes de casarme con su hermano y apenas cruzamos palabras. —Pensé en que debía darte la cara —dice y me mira a la cara, ni por un segundo mira hacia otro lado. —¿De dónde sacaste esas fotos? —No importa, eso no importa. ¿Qué vas a hacer? —pregunta con tono mandón. —¿Desde cuándo te importa la vida marital de tu hermano o la mía? —No me importa, pero necesito sacar provecho de esta situación, dudo que te quedes tranquila junto a él sabiendo que te es infiel. —¿Qué sabes tú? No me conoces, bien pudiera hacerme la loca y dejar que mi marido me engañe. —Hasta que su amante logre su cometido y haga que se divorcie de ti, te irás sin nada. —Sé que tu familia no lo cree así, pero de verdad el dinero no me importa. ¿A ti que te importa que él me engañe? ¿Qué pretendes? —Ayudarte porque soy un buen cuñado. Bufo y niego. —Sí, claro. Ni siquiera te volví a ver nunca más. Sonríe ligero de forma casi imperceptible, saca la mano del bolsillo y se cruza de brazos, frunce el ceño y me mira con intensidad. —Necesito recuperar lo mío, necesito ir contra Claudio, quiero usarte para ello, te usaré para alcanzar mis fines, y tú: no perderás nada, y así podrás vengarte de la traición de tu marido. —¿Quiero vengarme? —Isabella, no tengo tiempo para juegos, juegos de palabras y que finjas que te ofendes y esas cosas, soy un tipo bastante práctico, la verdad es que no tienes opción —dice. Me toma por la cadera con fuerza y rapidez y me pega de su pelvis con gesto posesivo, jadeo confundida y aturdida, los latidos de mi corazón se disparan y lo veo a los ojos, confundida, mira hacia la puerta y luego vuelve a mirarme, sigo sin poder reaccionar, trato de zafarme de su agarre, hunde la cabeza en mi cuello y de pronto me suelta, casi pierdo el equilibrio, quiero ir contra él y golpearlo, pero no reacciono. —Ahora eres tú quien le eres infiel conmigo y tengo las pruebas, no sabes lo satisfactorio que será para mi ver su cara cuando se entere de que su esposa ha sido mía. —¿Qué? ¿Estás loco? —No tienes opción, Isabella, debes ayudarme a hacer esto. Me siento en la cama confundida, caí en su trampa como una tonta. Tiene imágenes de mi acostada en esa cama de hotel, él abrazándome en una habitación de hotel. «Estúpida, Isabella». —No, no sé qué pretendes, pero… Suspira y se sienta junto a mí. —Hace un año y medio que Patricia comenzó a trabajar para él, comenzaron a verse enseguida, a las dos semanas de ella haber entrado, se inventaron un viaje a una convención que si se dio, pero ellos no fueron, no salieron del hotel. Él está fascinado con ella y ella no es tonta, sabe que mi hermano es un buen prospecto: le paga todo, le compró un apartamento, un auto y pago todos sus gastos, hasta el gimnasio y un par de arreglos estéticos. Las lágrimas salen de mis ojos a raudales, no puedo escuchar lo que me dice sin recordar de verdad como la vida de ella cambió cuando comenzó a trabajar para mi marido, pensé que simplemente le estaba yendo mejor allí: mejor auto, mejor ropa, viajes, lujos, una vida acomodada, pensé que después de todo ganaba bien y vivía sola, todo era para ella. —¿Por qué sabes tanto? —pregunto avergonzada. —No pierdo pista de los movimientos de mi hermano. No pensé en involucrarte, solo veía como esa rubia podía servirme, pero entonces apareciste en escena siguiéndolos, lo descubriste. Me quedo con la mirada perdida sobre el piso. —Sí, no quería creerlo, no quiero creerlo. —Comparten una propiedad en el campo, está a nombre de los dos. Es como si tuviera dos esposas, no es solo un amorío, Isabella. Paso saliva y cierro los ojos, no puedo llorar. Mi corazón parece que dejará de latir y me siento débil. Giacomo se levanta y saca una Tablet de una de las gavetas, la manipula y la muestra, la tomo entre mis manos y el llanto que intenté frenar se desboca: es un video en el que se ve a Claudio en bermuda y sin camisa sentado en una silla frente a un lago y a Patricia sentada sobre él mientras lleva un traje de baños que él poco a poco le va quitando hasta que queda desnuda y comienzan a hacerlo allí, al fondo se ve una casa de campo y un lago. Me limpio las lágrimas y le devuelvo la Tablet. —Siento ser yo quien confirme tus sospechas. —Le voy a pedir el divorcio y ya está —digo, me levanto para salir de allí, él me toma con firmeza por el brazo, hace que me detenga. —Te irás sin nada y tampoco es justo, no dejes que se salgan con la suya tan fácilmente, en par de meses ella ocupará tu lugar en tu casa, se casarán. Perderás todo. —Mira cómo te preocupas por mí. Tengo trabajo, no dependo de él. Se sonríe con burla y me suelta. —La única razón por la que tienes ese trabajo es porque eres la esposa de Claudio. Lo perderás también, serás incómoda de contratar, de tener cerca, mi hermano es el dueño de la ciudad, y su ex dolida será lo último que él y su nueva esposa quieran ver, la ciudad entera los complacerá y te harán a un lado. Me quedo fría ante su comentario, porque es verdad, así como las puertas hoy se me abren porque soy su esposa, podrían cerrarse cuando sea su exesposa. Me giro a verlo, su mirada se clava en la mía con frialdad. —Al menos piénsalo. —¿Qué idea tienes? —Hacerte poderosa independientemente de él, que puedas jugar a su nivel cuando esto se destape, me ayudarás a descubrir cosas y juntos los hundiremos, Claudio es poderoso, la única forma en la que puedes salir bien parada de todo esto es aliándote conmigo, haciéndote fuerte como él. Tiene tanta lógica lo que dice. Él quiere usarme también, pero necesito su ayuda. —Déjame pensarlo. ¿Puedo pensarlo? —digo para que no crea que tiene todo ganado. —Sí, sé que eres una mujer de cabeza fría, te fuiste a celebrar tu aniversario de bodas con él después de lo que descubriste, sé que no lo enfrentarás hoy con lo que descubriste. Afirmo, me hago la fuerte, ya después lloraré. —Entonces te contactaré cuando tome una decisión. Él se saca un teléfono del bolsillo y pide que saque el mío, lo hago, los hace tocarse. —Hay están mis datos y cómo puedes contactarme. Afirmo una vez más y busco la puerta. «Claro que lo haré, pero no se lo diré aún, también de él deberé cuidarme».
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