No regreso a la oficina, no puedo, igual es tarde ya, al verme en la calle, Ana hace un gesto de alivio y viene a mi encuentro.
—¿Todo bien? —pregunta con tono nervioso.
—Un fotógrafo que quería sacarme dinero. Que le pague mi marido si quiere seguir ocultado su amorío.
Se me revuelve el estómago al recordar las palabras de Giacomo: no es un amorío. Quizás la ama y no se deshace de mí para cuidar su imagen de hombre de familia, pero lo hará pronto.
—¿Y? —insiste Ana.
—Nada, nada, Ana. No quiero saber nada de esto ya.
—Lo siento mucho. ¿Qué harás?
—Nada, me han sido infiel, me duele, no seré la última ni fui la primera, pero la vida continúa.
«Estoy destrozada».
De camino a casa pienso en las cosas que me dijo Giacomo, tiene razón: soy nadie, mi marido es el importante, por él es que tengo lo que tengo y la gente me trata como lo hace, he vivido en una ilusión, debo encontrar mi voz, construirme.
«Es tan obvio, en mi trabajo, Piero solo espera que mis contactos, o más bien los de Claudio, hagan despegar su agencia».
Tampoco puedo confiar en Giacomo, sería un error, caería en la misma situación que con Claudio, dependería de un hombre poderoso para ser alguien y no ser pisoteada y aplastada.
Me limpio las lágrimas mientras pienso que empezar de cero no está mal, aunque me pegue en el ego, aunque duela y sea difícil. Pero si voy a pasar por algo difícil que sea para salir fortalecida.
Una parte de mí me dice que debo dejarlo todo así, enfrentarlo e irme, quedarme con lo que me toque y empezar de cero, en paz y sola, por otro lado, recuerdo la imagen de ellos dos, frente aquel lago y me lleno de ira e impotencia, pudiera vengarme, puedo devolverles esto que ahora siento.
Lloro ahora con la certeza de que me engaña, me duele saber que apenas se conocieron todo comenzó, no estuve presente cuando se conocieron, la envíe a ella y a su padre la despacho de mi marido, jamás por mi mente se pasó algo así, no soy celosa.
La imagino a ella sonriente y a él impresionado con su belleza, porque Patricia es bella. Creí que era la única en su vida, me duele mucho el corazón, yo amo a mi esposo, no puedo creer esto. Me privo al llorar, es la hora más oscura de mi vida.
Hablamos de tener hijos en un par de años más, cuando mi carrera se desplegara y él hubiese alcanzado algunos hitos más, caí como tonta, quizás no me quiera como la madre de sus hijos.
Hago lo que dije que haría desde hace tiempo, busco el contrato prenupcial, lo leo detenidamente: un millón de dólares por cada dos años de matrimonio cumplido y cinco millones de dólares por cada hijo. Es decir, que estoy casada con un hombre que vale dos mil millones de dólares y al divorciarnos me iré con un millón de dólares.
Estaba muy enamorada cuando nos casamos y un millón es más de lo que he tenido jamás por mí misma. Giacomo tenía razón, estar casada con él es mi valor, divorciarme me saldría muy caro.
No quiero el dinero, nunca me importó, esa cantidad la hizo él, es suya, así que no me importa, me puedo ir sin nada, puedo irme con lo que llegue.
Me quedo dormida un rato y al despertar veo la copia del acuerdo prematrimonial, lo guardo enseguida antes de que él llegue, entro a darme un baño y a fingir que todo está bien, lo hago justo a tiempo, cuando salgo de la ducha lo veo entrar a nuestra habitación.
—Mi amor —dice y me deja un beso intenso, pero rápido sobre los labios.
Me quedo mirándolo como si de pronto fuera un extraño, me mira con lascivia y ríe mientras comienza a desvestirse.
—Tienes la cara hinchada —dice.
Pienso que estuve llorando por horas por su infidelidad, aspiro aire y lo suelto poco a poco.
—Ana se echó un perfume horrible, me dio alergia y de hecho me tuve que venir antes.
Se acerca a mí en ropa interior, rodea mi cuerpo desde atrás, pega su m*****o de mi trasero.
—Te deseo —susurra sobre mi oído.
—Ando fatal, no quiero —digo, él suspira y camina hacia la ducha.
«¿Me desea a mí o a ella?».
—¿Y en la ducha? —pregunta desde la habitación de baño.
—Estoy cansada —grito.
Es muy fogoso, lo físico es lo más nos ha unido siempre, no es como que tengamos conversaciones profundas y filosóficas. La pasamos bien juntos porque no podemos quitarnos las manos de encima. Me pregunto cómo será con ella, seguro piensa que es más lista que yo.
Reviso mi teléfono y veo el contacto nuevo que me aparece en el directorio: Giacomo Ferrara. El hermano y peor enemigo de mi esposo, un hombre del que no sé absolutamente nada, un hombre que quiere destruir a mi esposo y pide mi ayuda para ello.
Quiero hacerlo, pero no quiero jugar con fuego, no quiero equivocarme, tengo que tener mucho cuidado si haré esto.
Mi esposo sale de la ducha y me mira intrigado.
—¿Cenamos?
—Tampoco tengo hambre, me acostaré temprano.
—¿Te sientes bien?
—Antialérgicos, sabes cómo es, me dan sueño.
—Ah, claro. Descuida, cenaré solo, descansa.
Le sonrió y pienso que tomará todo de mí no agarrar un cuchillo y cortarle su paquete mientras duerme.
«Maldito infiel».
Las lágrimas me toman de nuevo, sacudo la cabeza, delante de él no puedo llorar, no puedo exponerme, sé la verdad y él no puede saberlo aún.
Me acuesto y me arropo sintiéndome miserable, por su presencia ni siquiera puedo llorar como quiero como necesito hacerlo. Debo convertirme en alguien más, debo ser fuerte, debo contenerme a mí misma.
«Mañana mismo buscaré a Giacomo Ferrara, y que sea lo que tenga que ser».