Capitulo 1: vida cotidiana
P.O.V. MIRANDA
Desde que tengo memoria, siempre he sido así. Alta, con una figura de reloj de arena, piel blanca intensa y un cabello que nadie más tiene. No es blanco como el de los albinos, es plateado, como la luna cuamdo es reflejada en el agua. Un color imposible de ignorar. Mis ojos azul profundo contrastan perfectamente con mi extraño cabello, y aunque a veces me siento fuera de lugar, mis amigas no pierden oportunidad para recordarme cuán envidiables creen que son mis rasgos.
Ya he cumplido 21 años, pero sigo en la preparatoria. Lo sé, suena raro, pero mi madre ha decidido mudarnos constantemente, y no siempre conseguía cupo en los institutos a tiempo. Es la razón por la que mi educación ha sido un poco errática, pero ya estoy en la recta final.
Esta mañana me preparo rápido. Tomo mi mochila y bajo las escaleras. Mamá está en la cocina, con esa mirada llena de cariño que siempre me hace sentir segura.
—Hola, mamá. Buenos días. —Le sonrío, mientras busco mis llaves.
—Hola, cariño. ¿Vas a desayunar? —pregunta, dejando la taza de café en la mesa.
—No, hoy debo ir más temprano. Paso.
—Está bien, pero come algo en el camino, ¿de acuerdo?
Asiento con una sonrisa y salgo de casa. Por suerte, mi mejor amiga Estefanía vive cerca del instituto. Como siempre, la encuentro en la plaza inmensa que está en nuestro camino. Está sentada en una hamaca, balanceándose como si fuera una niña pequeña.
—¡Ey, Mir! —grita, agitando los brazos con energía.
Ruedo los ojos con diversión y camino hacia ella.
—Eres imposible, Estef —le digo, mientras ella baja de un salto.
—Lo sé, pero me amas así.
Reímos y seguimos nuestro camino hacia el instituto. La mañana transcurre con normalidad. Clases aburridas, profesores exigentes y tareas que parecen no acabar nunca. Cuando por fin suena el timbre para el recreo, vamos directo a la cafetería para desayunar algo.
—Mir, no olvides que hoy tenemos nuestra exposición de biología —me recuerda Estefanía, masticando su panecillo.
—Lo sé. Me preparé bien, espero que tú también —le respondo, tomando un sorbo de mi jugo.
—Por supuesto. Aunque, si el profesor se pone intenso con las preguntas, estamos fritas.
Suspiramos al unísono, pero cuando llega la hora de la clase, no hay más remedio que enfrentarnos a ella. Nos toca exponer sobre la cadena alimentaria y los niveles de consumidores. Como era de esperarse, el profesor nos bombardea con preguntas, pero no me dejo intimidar. Respondo con seguridad, con cada detalle en su lugar. Al final, creo que tenemos la nota asegurada.
Cuando la jornada termina, salgo agotada, con la sensación de que hoy fue un día como cualquier otro. Sin embargo, en el fondo, hay una inquietud que no puedo explicar. Como si algo estuviera a punto de cambiar para siempre...
Llego a casa exhausta y el aroma de la cena invade mis sentidos. Mamá ha preparado mi comida favorita, lo que me saca una sonrisa instantánea. Nos sentamos a la mesa, y ella me observa con interés mientras servimos la comida.
—Querida, ¿cómo estuvo tu día? —pregunta con dulzura.
—Bien, mamá. Hoy expusimos nuestro trabajo y creo que todo salió perfecto.
—Me alegro mucho, hija —responde, con orgullo en su voz.
La cena transcurre rápidamente entre conversaciones triviales. Cuando termino, me despido y subo a mi habitación. Me despojo de la ropa con un suspiro de alivio y me dirijo directamente a la ducha. El agua fría calma mi cuerpo y relaja mis músculos tensos. Tengo un sueño palpable, así que apenas salgo, me dejo caer en mi cama vistiendo solo mi ropa interior.
Cierro los ojos, esperando descansar, pero entre sueños aparece una figura imponente. Un lobo plateado, gigantesco y majestuoso, que me observa con ojos intensos... los mismos que los míos.
—Miranda, ayúdame, por favor —su voz retumba en mi mente.
Me sobresalto. No sé qué hacer ni qué decir.
—¡Es solo un sueño! —me digo a mí misma.
Pero el lobo me sigue mirando, con desesperación en sus ojos.
—Solo tú puedes librarme, Miranda…
Me despierto de golpe, jadeando, sintiendo el calor recorrer mi cuerpo. Estoy tensa, inquieta, incapaz de borrar la imagen de ese lobo de mi mente. No es real. No puede ser real.
Pero los detalles son tan vívidos, tan claros...
—Si hablo de esto, me tomarán por loca —murmuro, riendo nerviosa.
Intento calmarme y volver a dormir, convenciéndome de que todo volverá a la normalidad. Pero en el fondo, algo me dice que este sueño no es como los demás.
Mañana será mi último día de clases antes de las vacaciones de invierno. Quizá eso me ayude a despejar mi mente... o quizá, sea el comienzo de algo mucho más grande.