Te quedarás sola...
—Suéltalo por favor— súplica la pobre mujer que tiene varios golpes en el rostro y cuerpo.
—Siempre te he amado y tú nunca me has correspondido — grita su esposo quien tiene a su propio hijo sujetado del cuello, el alcohol solo hace que la ira y la irracionalidad en su persona aumenten, haciendo que su esposa e hijo paguen las consecuencias de no saber controlar sus vicios y su personalidad violenta y desconfiada.
—También te amo, lo juro, solo suéltalo, hablemos — responde ella que apenas puede ponerse de pie después de los golpes que injustificadamente recibió en otro de los arranques de celos de su marido.
—Papá, mamá debe ir al hospital, deja que la acompañe — pide el inocente niño que también recibió varios golpes pero que como es costumbre, su madre intervino para recibir la mayor parte de la furia del hombre.
—Callate bastado, no eres mi hijo, tu mamá es una zorra, seguro no sabe quien es tu padre — los celos lo vuelven un ser irracional e irascible, capaz de dudar hasta de su único descendiente.
—No digas eso mi amor, es tu hijo, jamás he tenido ojos para nadie más — intenta persuadirlo, cada vez está más cerca de la corniza del viejo edificio de cinco pisos donde viven, no suelta el cuello del niño, siempre ha sido una persona irracional y violenta, pero en esta ocasión está siendo aun más insensato. La pobre mujer asustada y maltratada ve como su esposo retrocede con lo que más ama en el mundo.
— Te di todo mi amor, nunca me has merecido y aun así me quedé a tu lado, nunca has sido suficiente mujer para mi, este niño es fruto de tu desvergüenza, no puede llevar mi sangre, solo lleva tu sangre insensible y la de un hombre que seguramente es despreciable, solo alguien así podría fijarse en ti.
La angustiada madre llora sin control, las palabras de su esposo no la afectan, si no el verlo en ese estado de total descontrol, teme lo peor, no sabe que hacer, lo único que puede es suplicar e intentar persuadirlo para que suelte al niño.
—Dame una oportunidad, volveremos a ser una hermosa pareja, seré la esposa que te mereces, te daré más hijos – responde mientras avanza lentamente poniendo las palmas de las manos al frente en señal de sumisión.
—Es muy tarde, no te daré el gusto de que el fruto maldito continúe entre nosotros, será tu castigo, vas a perder al mejor hombre que pudiste tener — amenaza el hombre que se valora a si mismo de manera desproporcional, el niño está asustado, teme por su propia vida, a pesar de estar de espalda a la corniza, puede adivinar que están muy cerca, las palabras de su padre le dan un indicio de lo que pretende hacer, las lágrimas descienden por su tierno rostro, observa a su madre y estira los brazos intentando alcanzarla pero le es imposible, la fuerza de su verdugo es mayor a la de él, sus ojos suplican por ayuda.
—Luis, ven, entremos a la casa, hablemos cariño — contesta ella intentando convencer a su esposo de parar con lo que tiene en mente.
—Te quedarás sola, vivirás con la consciencia manchada de sangre, te arrepentirás cada día de tu vida por no haber estado a mi altura, por no haber sido digna de mi, la soledad será tu única compañía.
—Por favor — solloza María sin saber que más decir que pueda hacer que el hombre frente a ella cambie de opinión.
—Al bastado lo olvidarás fácilmente, pero a mi nunca, cada día de tu vida lamentarás el haberme perdido, tu vida será un infierno sin mi.
El hombre da un último paso hacia atrás, no hay más espacio, un solo movimiento y ambos caerán del edificio, en un hábil y audaz moviento, Tobias muerde el brazo de su padre y con la poca fuerza que tiene se lanza al frente para sujetar la mano de su madre que está extendida, la mordida y el movimiento del niño toman desprevenido al sujeto, quien pierde el equilibrio y con una mirada de asombro e ira desciende hacia atrás sin poder evitar la caída.
Madre e hijo se abrazan con fuerza, María llora y grita sin control, presa del ataque de pánico sujeta al niño que no deja de temblar.
—Mamá — es lo único que Tobias puede decir, su pequeño cuerpo tiembla, el color en su cuerpo se ha vuelto pálido, su mirada esta perdida observando la corniza vacía, imaginando la escena que debe haber fuera del edificio.
—Tobias perdón — apenas alcanza María a susurrar sobre la cabeza se su hijo, se siente culpable por haberle dado un padre que lo maltrató y despreció desde su nacimiento, por haber intentado huir de esa vida con su hijo y ser descubierta, ocasionado que los celos de su esposo aumentarán en desmedida.
Los minutos transcurren mientras ambos continúan llorando descontroladamente por la terrible experiencia que los dejará marcados.
—Fue mi culpa, se cayó por que lo mordí — tartamudea Tobias que jamás había estado tan asustado como ahora, a pesar de que siempre sufrió abusos y violencia a manos de su papá, esta vez el desenlace fue trágico.
—Escuchame bien Tobias — las palabras de su hijo la hacen dejar de llorar y hablar con firmeza —nada ha sido tu culpa, tu papá estaba equivocado, fue él quien siempre tuvo la culpa, su deber era protegernos no dañarnos, no debes sentir culpa ni remordimiento.
—Pero mamá... — Tobias no sabe que responder, siendo tan solo un niño de 6 años ha vivido situaciones dramáticas y estremecedoras.
—No somos malas personas, fuimos víctimas de él, los maltratos y los golpes no son normales, ninguna familia debe vivir lo que tú y yo vivimos con él, ningún niño debe temer de sus padres, de ahora en adelante todo será diferente, jamás seremos lastimados, seremos solo tu y yo, seremos una familia feliz, no tengas miedo, todo estará bien.
Tobias siempre supo de maltratos, creció viendo como su padre golpeaba a su madre y como ella siempre intervenía para que él no fuera golpeado, llegó a pensar que todas las familias eran iguales, no sabía que eso que su padre hacia era violentar, ahora su madre le ha tenido que explicar que nada de eso estaba bien y que ahora todo será diferente. El ruido de las sirenas es un aviso, deben salir y comenzar su nueva vida.