Punto vista de Charlotte
El señor Mancini abrió su maletín con la calma de un hombre acostumbrado a cerrar acuerdos importantes. De su interior sacó una carpeta gruesa, atada con una cinta azul, y la colocó frente a Scarlet con un gesto solemne.
—Este es el contrato prenupcial que mi hijo Giovanni ha preparado —dijo con voz grave, mirando primero a mi tía, luego a nosotras.
Scarlet lo observó sin mover un solo dedo. Yo, en cambio, extendí la mano con naturalidad y lo tomé.
—Permítame, lo revisaré —dije, antes de que alguien pudiera objetar.
Mi tia Grace no le gusto para nada mi accion pero no me importo para eso era abogada.
Abrí la carpeta y comencé a leer en silencio. Cada párrafo era más ridículo que el anterior: cláusulas sobre herencias, control de bienes, obligaciones familiares… y, por supuesto, ninguna ventaja para mi hermana.
Cuando llegué a la última página, no pude evitarlo. Una carcajada escapó de mi boca, fuerte, inesperada, sincera.
Los tres me miraron, confundidos. Mi tia Grace frunció el ceño, Stefano arqueó una ceja y Scarlet me observó en silencio, sin entender qué pasaba.
—¿Algo gracioso, Charlotte? —preguntó mi tía, con ese tono gélido que usaba cuando estaba perdiendo el control.
Cerré la carpeta y la deslicé de nuevo sobre la mesa con una sonrisa irónica.
—¿Gracioso? No, tía. Patético. —Miré a Stefano directamente.
—¿Su hijo realmente cree que estos términos son aceptables?
El italiano entrecerró los ojos, midiendo mis palabras. —Giovanni es un hombre práctico. Protege lo que le pertenece.
—¿Lo que le pertenece? —repetí, con una risa breve y amarga.
—Qué interesante elección de palabras. Según este contrato, Scarlet pierde absolutamente todo. Derechos, independencia, patrimonio… incluso la libertad de decidir sobre su propio futuro.
Hice una pausa, dejando que mis palabras calaran.
—Perdone, señor Mancini, pero si su hijo llama a esto un acuerdo… debería volver a aprender el significado de la palabra.
Mi tia Grace me lanzó una mirada helada, una advertencia silenciosa. —Charlotte, basta.
—No, tía—respondí, firme, sin apartar la mirada del documento.
—Esto no es un compromiso, es una transacción. Y mi hermana no es una propiedad para negociar.
Un silencio pesado llenó la oficina. Stefano cerró lentamente su maletín, sin pronunciar palabra, pero su expresión endurecida decía más que cualquier amenaza.
Scarlet seguía en shock, mirando la carpeta como si contuviera su destino. Y yo… yo ya sabía que acababa de encender la chispa de una guerra que nadie más se atrevía a empezar.
Tomé nuevamente la carpeta del contrato y la coloqué frente a mí. Mis dedos jugueteaban con la pluma que había sobre la mesa mientras las miradas de todos se clavaban en mí, expectantes.
—Cambiaré los términos del contrato —dije con calma. —Uno que nos beneficie a ambos.
Mi tía frunció el ceño de inmediato, claramente irritada por mi osadía.
—¿ Que nos beneficie a ambos? —repitió, cruzando los brazos—. ¿Qué quieres decir con ambos?
Levanté la vista y los miré a los tres; Mi tia Grace, Stefano y Scarlet. Mi voz sonó serena, pero cada palabra llevaba el peso de una decisión irreversible.
—Lo que escuchaste, tía. Un trato que sea beneficioso para mí.
Hubo un segundo de silencio, una pausa tan densa que hasta el reloj pareció detenerse.
—¿Para ti? —intervino Stefano, su acento italiano más marcado que nunca.
—¿Y qué tiene usted que ver en todo esto, señorita Jefferson?
Dejé la pluma sobre la mesa y me incorporé lentamente.
—Todo. —Enderecé la espalda y hablé con claridad.
—Porque yo, Charlotte Jefferson, tomaré el lugar de mi hermana.
El sonido de las sillas arrastrándose rompió el silencio. Mi tía y Scarlet se levantaron de golpe, mirándome con incredulidad.
—¿¡Qué dijiste!? —exclamó mi tia Grace, sin poder contener la sorpresa.
Scarlet me miró con los ojos muy abiertos, la voz temblándole al pronunciar mi nombre.
—Charlotte… no… no puedes hacer eso.
—Puedo —respondí firme, mirándola directamente. —Y lo haré.
El rostro de Stefano se endureció, pero sus ojos reflejaban algo distinto interés.
—Así que… ¿usted desea casarse con mi hijo en lugar de su hermana? —preguntó lentamente, midiendo cada palabra.
Asentí sin dudar.
—Sí. Pero bajo mis condiciones. Si Giovanni Mancini quiere una alianza, tendrá que tratar conmigo, no con una niña obligada a cargar con el peso de esta familia.
Mi tia Grace se llevó una mano a la frente, furiosa, intentando procesar lo que acababa de escuchar.
—No sabes en lo que te estás metiendo, Charlotte.
—Oh, sí lo sé —dije, conteniendo una sonrisa helada. —Y precisamente por eso voy a hacerlo.
Scarlet me miraba con lágrimas en los ojos. Mi tia Grace no encontraba las palabras. Y Stefano… solo sonrió, apenas, con ese brillo de interés que anuncia el principio de algo mucho más peligroso.
Durante unos segundos, el silencio fue absoluto. Solo el leve zumbido del aire acondicionado se escuchaba en la oficina.
De pronto, el señor Stefano rompió la tensión con una risa profunda, grave, casi aprobadora.
—Vaya… —dijo con una sonrisa de satisfacción.
—Sí que tienes agallas, muchacha. Y sé perfectamente por qué lo haces, para proteger a tu hermana—.
Su mirada se suavizó apenas. —Y respeto eso.
Se inclinó hacia adelante, apoyando las manos sobre la mesa.
—Yo no tengo ningún problema con este cambio, señorita Jefferson. Lo único que me importa es que esta alianza siga su curso.
Las palabras flotaron en el aire como una sentencia. Mi tía Grace, que hasta entonces se había mantenido en silencio, apretó las manos con fuerza sobre el escritorio antes de responder. Su rostro estaba tenso, pero su voz sonó contenida.
—Si usted está de acuerdo, señor Mancini… —dijo lentamente, mirándome con los ojos llenos de una mezcla de furia y resignación.
—Entonces no hay nada más que discutir.
Sabía lo que significaba. Mi destino quedaba sellado en ese preciso instante.
Miré a Scarlet, que apenas podía mantener la mirada. Su rostro era pálido, su respiración temblorosa. Quise sonreírle, darle algo de consuelo, pero las palabras se me quedaron atrapadas en la garganta.
Mientras los adultos sellaban el acuerdo con un apretón de manos, sentí que algo dentro de mí se desprendía lentamente, mi carrera, mis planes, mis sueños… y el amor que aún guardaba por Carl. Todo quedaba atrás.
El sacrificio es amor, me repetí en silencio. Y si debía convertirme en la pieza de un juego para salvar a mi hermana, lo haría sin mirar atrás.
Al fin y al cabo, no todos los héroes llevan espadas. Algunos firman contratos.
El sonido de nuestros pasos resonaba en el pasillo como un eco lejano. Nadie hablaba. El silencio entre Scarlet y yo pesaba más que cualquier palabra.
Cuando salimos del edificio, la luz de la mañana nos golpeó el rostro, y fue como si el mundo volviera a moverse lentamente.
Scarlet caminaba a mi lado, abrazando su bolso contra el pecho. Sus ojos estaban rojos, pero se negaba a llorar. Esa era su forma de resistir.
Yo también guardaba silencio, sabiendo que lo que acababa de ocurrir había cambiado nuestras vidas para siempre.
Al llegar al auto, ella se detuvo.
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó finalmente, con la voz rota.
Me quedé quieta unos segundos, mirando el horizonte azulado antes de responder.
—Porque no podía dejar que te obligaran a vivir una vida que no elegiste.
—Pero… Charlotte… —su voz tembló.— ¡Era mi compromiso, no el tuyo! Tú tienes tu carrera, tus planes, tu vida… y Carl. No puedes abandonarlo todo por mí.
La miré con ternura.
—Ya lo hice, Scarlet —. Tragué saliva.
—Y si tuviera que hacerlo otra vez, lo haría sin pensarlo.
Ella negó con la cabeza, y finalmente las lágrimas cayeron por sus mejillas.
—No es justo —murmuró, golpeando suavemente el coche.
—No es justo que tú pagues por los errores de esta familia.
Sonreí con tristeza. —Nunca ha sido cuestión de justicia, hermana. Es cuestión de amor.
Scarlet se giró hacia mí, buscándome con la mirada. —¿Y tú? ¿Quién te protegerá a ti, Charlotte?
Esa pregunta me atravesó el pecho. Por un momento, no supe qué responder. Solo le tomé la mano y la apreté con fuerza.
—No te preocupes por mí. Siempre encuentro la forma.
Nos quedamos así, en silencio, mientras la ciudad seguía su curso ajena a todo. Entre nosotras, un juramento invisible; Si yo debía cargar con el peso del sacrificio, al menos lo haría sabiendo que ella era libre.
Cuando llegamos a casa, el sonido del auto apenas se había apagado cuando una voz familiar nos sorprendió desde el recibidor.
—Vaya, ahí están las dos mujeres más bellas del mundo… y las que más amo.
Carl estaba allí, sonriendo, con un enorme ramo de rosas rojas en las manos. Su presencia llenó la casa de una calidez que me golpeó en el pecho como un recordatorio cruel de todo lo que estaba a punto de perder.
Scarlet fue la primera en reaccionar. Sus ojos se iluminaron y corrió hacia él.
—¡Cariño, volviste de tu viaje! —exclamó mientras lo abrazaba con fuerza.
Carl rió, sorprendido pero encantado por la bienvenida.
—Vaya, si así me reciben, tendré que irme más seguido—. Bromeó, besando la frente de Scarlet sin notar el temblor en sus manos.
Yo los observé unos segundos, en silencio, como si la escena perteneciera a otro tiempo. Luego me acerqué despacio y los abracé a ambos.
Sentí el perfume de las rosas mezclarse con el de su chaqueta, el calor de sus cuerpos, la familiaridad del hogar… y supe, con una certeza que dolía en el alma, que esa sería la última vez que los tres estaríamos juntos así riendo, respirando la misma paz, creyendo que el amor era suficiente.
Cerré los ojos un instante, grabando cada detalle en mi memoria.
Porque cuando todo terminara, eso sería lo único que me quedaría de él este momento congelado entre la felicidad y la despedida...