Capitulo XVII

1865 Palabras
Punto vista de Charlotte Estaba en mi oficina, con la mirada fija en los documentos frente a mí. Ya los había leído al menos cinco veces, pero nada se me quedaba. Las palabras se mezclaban unas con otras hasta convertirse en un simple ruido de tinta sobre papel. Suspiré, tratando de concentrarme, aunque sabía que no era cuestión de falta de esfuerzo… mi mente simplemente estaba en otro lugar. Entonces escuché unos golpecitos suaves sobre el escritorio. Alcé la vista y ahí estaba Josh, apoyado con una sonrisa ladeada. —Oye, estás muy distraída —dijo con ese tono entre curioso y burlón que le era tan propio. —Eso no es propio de ti. Sentí un pequeño rubor subir por mis mejillas. No podía negar que tenía razón. —Solo estoy… cansada —respondí, bajando la mirada hacia los papeles, como si de pronto fueran lo más interesante del mundo. Josh apoyó una mano en el escritorio, inclinándose un poco hacia mí. —Cansada, ¿eh? No recuerdo haberte visto desconcentrada ni en tus peores días. Algo pasa. Su voz era suave, pero tenía esa insistencia que me hacía imposible fingir. Cerré los ojos un instante, intentando ordenar mis pensamientos. Había algo que me rondaba desde hacía días, una mezcla de incertidumbre y emociones que no quería nombrar. —No es nada importante —mentí, y lo supe en cuanto las palabras salieron de mi boca. Josh arqueó una ceja, y por un momento pensé que insistiría. Pero en lugar de eso, se limitó a sonreír.3 —Bueno… cuando decidas que sí lo es, estaré por aquí —dijo, dándose la vuelta para salir de la oficina. Lo observé mientras se alejaba. El sonido de sus pasos fue desvaneciéndose poco a poco, pero la sensación de su mirada persistió, como una huella difícil de borrar. Me quedé ahí, en silencio, con los papeles frente a mí… y la mente más lejos que nunca de mi trabajo. Ahora estaba comprometida con Giovanni Mancini. Todavía me resultaba difícil creerlo. Ni en mis peores pesadillas habría imaginado verme en medio de algo así. Pero ahí estaba, un acuerdo sellado por decisiones que no fueron mías. No podía creer que mi tía Grace hubiera sido capaz de comprometer a mi hermana. Pero tampoco me arrepentía de haber tomado su lugar. Era mi deber cuidarla, protegerla… y si eso significaba sacrificar mi libertad, lo haría una y mil veces más. El problema era que no sabía nada sobre ese hombre. Solo su nombre, su reputación… y la forma en que todos bajaban la voz cuando lo mencionaban. Giovanni Mancini. Un hombre frío, arrogante y calculador. Lo busque en r************* y era muy popular en Italia y parte de Europa. Dicen que sus palabras eran precisas, medidas, como si cada una tuviera un propósito oculto. Su mirada podía helar a cualquiera oscura, impenetrable, como si leyera los pensamientos ajenos y decidiera si valía la pena escucharlos. En ese momento, la puerta se abrió y mi tía Grace entró como si la oficina le perteneciera. Fruncí el ceño apenas la vi. —¿Qué demonios haces aquí? —pregunté, sin intentar disimular el fastidio en mi voz. Ella suspiró, cruzándose de brazos. —Bueno, créeme, yo tampoco quería venir. Pero aún tengo dudas. ¿De verdad vas a abandonar todo aquí en Nueva York y marcharte a Italia? Me levanté lentamente de mi silla, sosteniendo su mirada. —Bueno, tía, no me diste muchas opciones —respondí con una sonrisa que sabía no llegaba a mis ojos. —Por lo visto, lo tenías bien planeado… una forma bastante elegante de deshacerte de mí. Mi tía Grace apretó los labios, sin negar ni confirmar nada. Esa era su especialidad decir poco y controlar mucho. —No lo entiendes ahora, Charlotte, pero lo harás con el tiempo— murmuró. —Eso dices siempre —repliqué, dando la vuelta al escritorio. —Pero la verdad, tía, es que ya entendí más de lo que imaginas. La tensión quedó suspendida en el aire. Ella me observó un segundo más antes de girarse hacia la puerta. —Por cierto, querida —dijo mi tía Grace, justo cuando pensé que ya se marchaba. —Tu prometido vendrá a la cena de compromiso. La boda se llevará a cabo aquí, en Nueva York. Su familia viajará desde Italia. Sentí cómo el aire se me atascaba en la garganta. Mi corazón empezó a latir tan rápido que apenas podía escucharlo por encima del silencio. —¿No es… muy pronto? —pregunté, aunque mi voz apenas fue un murmullo. Mi tía Grace se detuvo en seco, dándose la vuelta con esa serenidad que siempre usaba para disfrazar su frialdad. —Cuanto antes, mejor —respondió con una sonrisa tan vacía como sus palabras. —Así que arregla lo que tengas que arreglar. En unos días serás la señora Mancini. Me quedé mirándola sin poder moverme. Apreté las manos con fuerza, tratando de contener la mezcla de miedo y rabia que me hervía por dentro. “La señora Mancini.” Sonaba tan ajeno, tan irreal… como si hablara de otra persona. Cuando la puerta se cerró detrás de ella, el silencio me envolvió por completo. Me quedé ahí, de pie, en medio de mi oficina, sintiendo que el mundo que conocía acababa de derrumbarse con una simple frase. El timbre de mi celular me devolvió bruscamente a la realidad. Miré la pantalla y mi corazón dio un vuelco. Carl Cerré los ojos por un momento, intentando calmar el torbellino que se había desatado dentro de mí. Apreté el teléfono entre mis dedos antes de contestar. —¿Hola? —Cariño —, su voz sonó cálida, familiar, tan distinta a todo lo que me rodeaba últimamente. —Recuerda que hoy tenemos una cita. Tragué saliva. Por un instante quise fingir que todo era como antes, que nada había cambiado. —Claro, Carl. Estaré allí —dije, esforzándome por sonar natural, aunque la voz me tembló apenas un poco. —Perfecto —, respondió él con una sonrisa que casi podía imaginar. —Recuerda, en el Brooklyn Bridge Park. Te espero. La llamada terminó y me quedé con el celular aún en la mano. Lo apreté con fuerza, como si así pudiera detener el peso que caía sobre mi pecho. ¿Cómo le diría la verdad? ¿Cómo le explicaría que en unos días estaría comprometida con otro hombre… y que no había vuelta atrás?. El reflejo de mi rostro en la pantalla me devolvió una mirada que apenas reconocí. Por primera vez, entendí que todo lo que conocía estaba por desaparecer. Me bajé del auto, respirando el aire frío de la noche. El Brooklyn Bridge Park estaba casi desierto, solo el murmullo del río y el brillo lejano de las luces de la ciudad nos acompañaban. El cielo, despejado, dejaba ver un tapiz de estrellas que parecían observadoras silenciosas de lo que estaba a punto de suceder. Era una noche fría… y triste. Pero la luna, redonda y luminosa, parecía empeñada en consolarme. Entonces sentí unas manos tibias rodear mi cintura. Me estremecí al reconocer su toque. —Cariño, llegaste —susurró Carl junto a mi oído.—No sabes cuánto te extrañé. Sonreí débilmente, intentando ocultar el nudo que se formaba en mi garganta. —Yo también… —respondí, con una voz tan suave que apenas se oyó. —Para eso nos vimos en este sitio —añadí, más para llenar el silencio que por otra cosa. Él no respondió. En cambio, me colocó una pañoleta roja sobre los ojos. —Shhh… —susurró con ternura, ajustándola con cuidado. —Solo sigue mi voz. Podía sentir su respiración cerca, el roce cálido de sus dedos sobre mi piel. Cada paso que daba guiada por él era un pequeño acto de fe… y de culpa. Porque mientras su voz me envolvía, la mía interior gritaba lo inevitable: pronto tendría que dejarlo. Ambos caminamos lentamente. Carl me guiaba con cuidado, sus manos firmes sobre mis hombros, su voz suave marcando cada paso. Podía escuchar el crujir de las hojas bajo mis tacones, el murmullo del río, y mi propio corazón desbocado. —Solo un poco más… —dijo él, sonriendo detrás de mí. Yo asentí, aunque las piernas me temblaban. Había algo en su tono, en la emoción contenida de sus palabras, que me puso aún más nerviosa. Cuando finalmente se detuvo, sus dedos rozaron mi mejilla antes de desatar la pañoleta. La tela cayó lentamente, y mis ojos se abrieron a una escena que me dejó sin aliento. Delante de mí, un pequeño espacio iluminado con luces doradas, rodeado de flores blancas y velas que titilaban con el viento. Y en medio de todo eso… Carl, de rodillas. Apreté los labios con fuerza, sintiendo cómo el mundo se me desmoronaba y se congelaba al mismo tiempo. —Charlotte… —su voz tembló levemente, aunque sus ojos brillaban con convicción. —Eres lo mejor que me ha pasado en la vida. No puedo imaginar un futuro sin ti. ¿Quieres casarte conmigo? Abrí la boca, pero ninguna palabra salió. El anillo brillaba en su mano un aro de oro blanco con un diamante en forma de lágrima, pequeño, delicado, pero tan puro que parecía latir con su propio pulso. No sabía qué decir. No podía. Jamás me esperé esto. Todo dentro de mí gritaba que era injusto, que ese momento debería haber sido perfecto… pero ya no me pertenecía. Sentí que el aire me abandonaba. Todo se volvió un susurro distante el viento, el murmullo del agua, incluso el latido en mi pecho parecía perder fuerza. Solo lo veía a él, arrodillado frente a mí, con esa mirada llena de esperanza… esa mirada que no merecía. Mis labios temblaron. Intenté sonreír, pero lo único que logré fue una mueca. —Carl… —susurré, apenas audible. Él sonrió, pensando que mi silencio era de emoción, no de miedo. —Tranquila, cariño. No tienes que responder enseguida —dijo con ternura. —Solo dime que me amas… que algún día me dirás que sí. Eso fue lo que quebró algo dentro de mí. Sentí cómo las lágrimas me ardían detrás de los ojos, pero me negué a dejarlas caer. No podía hacerlo. No podía arruinarle ese momento… aunque ya lo estaba haciendo con mi silencio. Tragué saliva, respirando hondo. —Carl, yo… —intenté hablar, pero la voz se me quebró. Él se levantó despacio, buscando mi mirada. —¿Pasa algo? —preguntó, su sonrisa desvaneciéndose poco a poco. Lo miré, y en sus ojos vi todo lo que estaba a punto de perder la paz, la ternura, el amor verdadero. —No sabes cuánto te amo… —dije al fin, conteniendo las lágrimas. —Pero hay algo que no puedo contarte todavía. Carl frunció el ceño, confundido, y dio un paso hacia mí. —Charlotte, me estás asustando… ¿qué sucede? No pude responder. Solo me aparté un poco, mirando el anillo que aún brillaba en su mano, tan hermoso como cruel. Porque en ese instante supe que ese “sí” que él esperaba nunca podría decirlo....
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR