Capitulo X

1448 Palabras
Punto de vista de Charlotte La noche estaba despejada y el aire tenía ese aroma a flores frescas y perfume caro que siempre flotaba alrededor del penthouse de mi tía. Yo llevaba un vestido rosado pálido, de tela ligera y caída suave, con un cinturón delgado que marcaba mi cintura y pequeños bordados en el borde del escote. Cada movimiento hacía que la falda se meciera como una ola de seda.Mi hermana, en cambio, llevaba el vestido que mi tía le había regalado. Le quedaba perfecto; parecía una de esas muñecas de porcelana que mi abuela solía coleccionar. El penthouse estaba lleno de invitados. Gente riendo, copas chocando, música suave de fondo… pero algo no encajaba. Todo se sentía demasiado preparado, demasiado ordenado. Había una tensión escondida entre tanta elegancia, como si cada sonrisa ocultara un secreto. Me abrí paso entre los grupos de desconocidos hasta llegar a mis abuelos. Ellos estaban junto a mi tío Steven, el esposo de mi tía. Siempre me había parecido un hombre bueno, demasiado bueno para ella. Tenía esa manera tranquila de hablar, esa paciencia que pocos hombres conservan en una familia tan… complicada como la nuestra. Nunca entendí del todo por qué se había casado con mi tía. Pero, como solía decir mi abuela, el amor es ciego, y a veces también sordo. —¡Hola, mis sobrinas más queridas! —dijo tío Steven con una sonrisa amplia mientras nos abrazaba con afecto. —Están hermosas esta noche. Sentí su mirada detenerse un segundo más en mí, no de forma incómoda, sino como si intentara asegurarse de que realmente estaba bien. Le devolví la sonrisa, aunque dentro de mí esa sensación extraña seguía creciendo. Algo pasaba esa noche.Y aunque nadie lo decía, todos parecían saberlo menos nosotras. La vi antes de que ella me viera. De pie, junto al ventanal que daba al skyline de la ciudad, mi tía parecía sacada de una revista antigua impecable, altiva, envuelta en un vestido color marfil que brillaba bajo la luz de los candelabros. Su postura era perfecta, el tipo de elegancia que se adquiere cuando uno ha pasado la vida midiendo cada palabra, cada gesto. Mi hermana fue la primera en acercarse, con esa alegría inocente que siempre la caracteriza. Yo, en cambio, avancé despacio. Algo en el ambiente se volvió más denso con cada paso que di. —Querida tía —dije, inclinando la cabeza con una sonrisa que me costó mantener. —Todo está precioso esta noche. Ella giró apenas el rostro, con una sonrisa tan delicada como afilada. —Charlotte… qué gusto verte. —Su tono era dulce, pero sus ojos no sonreían. —Ese vestido te queda encantador. Casi tan elegante como el que usé en mi boda. ¿Lo recuerdas? Asentí. Cómo olvidarlo. La boda donde todo cambió. La boda donde mi madre no fue invitada. —Claro que lo recuerdo —respondí con suavidad, aunque dentro de mí el corazón latía más rápido. —No ha pasado tanto tiempo, ¿verdad? Ella soltó una risa leve, seca. —El tiempo pasa más rápido cuando una está ocupada viviendo bien. Tomó su copa y bebió un sorbo, sin apartar la mirada de mí —Y tú, querida… ¿sigues encontrándote a ti misma? Podría haber respondido mil cosas, pero elegí callar. No por miedo, sino por estrategia. Con mi tía, cada palabra era un arma, y yo aún no estaba lista para disparar. —Estoy bien, gracias —dije finalmente, —Y tú, La sonrisa se quebró por una fracción de segundo, tan breve que casi nadie lo habría notado. Pero yo sí. —Perfectamente —dijo al fin. Un silencio incómodo se extendió entre nosotras. Pude sentir que detrás de su tono amable había una advertencia, una línea invisible que no debía cruzar. Antes de que pudiera responder, mi abuela nos llamó desde el otro extremo del salón. Mi tía aprovechó para acercarse un poco más, tanto que pude oler su perfume, mezcla de jazmín y veneno. —Querida —susurró, apenas audible. —No siempre es bueno volver cuando las cosas aún no se han calmado. Y entonces se alejó, con la misma elegancia con la que había entrado, dejando tras de sí esa sensación incómoda que solo dejan las personas que ocultan algo. Yo me quedé inmóvil unos segundos, observando cómo su silueta se perdía entre los invitados. Algo estaba pasando. Y lo peor… es que ella sabía que yo lo iba a descubrir. La cena avanzó sin novedad. Las conversaciones eran ligeras, las risas suaves, el sonido de los cubiertos sobre la porcelana llenando los pequeños vacíos entre frase y frase. A simple vista, todo parecía normal… pero había algo en el aire, una quietud disfrazada de celebración. Cuando los meseros entraron con el enorme pastel, las luces se atenuaron y todos rompieron en aplausos. La melodía del “feliz cumpleaños” resonó en el salón mientras mi hermana sonreía, radiante, sin sospechar nada. Las velas se reflejaban en sus ojos, y por un instante, todo fue perfecto. Casi perfecto. Apenas las llamas se apagaron y el eco del canto se desvaneció, mi tía Grace se levantó de su asiento. Su vestido marfil relucía bajo las luces cálidas del comedor, y en su mano sostenía una copa de champaña. Dio unos pequeños toques con una cuchara, produciendo un tintineo agudo que hizo que todos enmudecieran. —Gracias a todos por asistir a la fiesta de cumpleaños de mi hermosa sobrina—, dijo con una sonrisa amplia, de esas que parecen sinceras, pero no lo son del todo. A mi alrededor, los invitados sonrieron, brindaron, algunos aplaudieron. Pero yo la observaba con atención. Había algo en su tono, algo cuidadosamente contenido, como si cada palabra estuviera midiendo su peso antes de caer. Luego, bajó un poco la mirada hacia mi hermana. La observó en silencio, con ese brillo extraño en los ojos, una mezcla de orgullo y… ¿compasión? ¿tristeza? No lo sé, pero no me gustaba. No me gustaba cómo la miraba. Mi hermana seguía sonriendo, sin entender, mientras yo sentía una punzada en el pecho. Algo se avecinaba. Lo sabía. —Ahora… —continuó mi tía, alzando la copa con elegancia,—daré un anuncio importante. El salón se sumió en un silencio tan espeso que podía escucharse el burbujeo del champaña en su copa. Mi hermana bajó ligeramente las manos, aún sosteniendo el cuchillo del pastel, y la sonrisa se le congeló a medio gesto. Yo no aparté la vista de mi tía. Había visto esa mirada antes. La misma que tenía antes de soltar una bomba y quedarse a disfrutar de cómo todos recogían los pedazos. Y algo me decía que la bomba tenía el nombre de mi hermana escrito encima. —Ya que todos estamos aquí celebrando con tanta alegría el cumpleaños número diecinueve de mi sobrina… —comenzó mi tía Grace, su voz clara, firme, dominando por completo el salón. — Muy pronto estaremos celebrando algo aún más grande su boda. El sonido del metal chocando contra la porcelana rompió el silencio. Mi hermana había dejado caer el cubierto. Su rostro, que segundos antes brillaba bajo la luz de las velas, ahora estaba pálido, completamente inmóvil. Yo abrí los ojos tanto como pude, sin creer lo que acababa de escuchar. Sentí cómo el aire se me atoraba en la garganta. A mi alrededor, los invitados se miraban entre sí, murmurando en voz baja, entre sorprendidos y emocionados. Mi tía, en cambio, sonreía. Una sonrisa enorme, impecable… peligrosa. —Así es, cariño —continuó, girándose hacia mi hermana con un tono casi maternal, —muy pronto estaremos celebrando tu boda con un importante socio de la familia. —Alzó la copa, complacida, como si acabara de anunciar el compromiso del siglo. Mi hermana no pudo decir una palabra. Solo la vi parpadear, intentando entender, con los labios entreabiertos y las manos temblorosas sobre la mesa. Yo, en cambio, sentí una corriente de rabia subirme por el pecho. Apreté las manos con fuerza, tanto que las uñas se me clavaron en la piel. Estaba en shock. La miré a mi tía con incredulidad. ¿Una boda? ¿Un socio? ¿Y sin decirle nada? Mi hermana se veía aterrada. Los ojos le brillaban como si estuviera al borde del llanto. Pero mi tía seguía hablando, como si todo estuviera perfectamente planeado. Como si el destino de mi hermana fuera un trofeo que ella pudiera ofrecer en una bandeja de plata. El aplauso tímido de algunos invitados rompió el silencio tenso. Y yo supe, en ese instante, que nada en esa familia volvería a ser igual..
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