CAPITULO 3 Crisis de los 30

2599 Palabras
ADY Llegamos a un lujoso restaurante, donde todos parecían conocer muy bien a los chicos. Los saludaban con entusiasmo, haciéndolos sentir como en casa. Nos llevaron a una mesa cerca de un enorme ventanal que ofrecía una vista impresionante de la ciudad, iluminada por las luces nocturnas. Camell no dejaba de sonreír, mientras yo me sentía un poco fuera de lugar. No estaba acostumbrada a este tipo de ambientes. —¿Qué desean ordenar? —preguntó el mesero, sacándome de mis pensamientos. Todos comenzaron a pedir uno a uno, pero yo seguía sin decidirme. La carta estaba llena de nombres que me resultaban extraños, y me daba vergüenza no saber cómo pronunciarlos. —¿Quieres que ordene por ti? —una voz masculina me tomó por sorpresa. Era Jay. Lo miré con una mezcla de vergüenza y nerviosismo. —Lo siento, es que hay muchos nombres raros y no sé qué pedir —dije con una sonrisa nerviosa, notando que su mirada se intensificaba, lo que hizo que mi corazón se acelerara. —No te preocupes, yo puedo elegir por ti —dijo con una sonrisa coqueta. Me quedé inmóvil, sintiéndome como una adolescente. Mis manos sudaban, y mi corazón latía tan rápido que me daba miedo que se me fuera a salir del pecho. Hacía mucho tiempo que no me sentía así. Durante mucho tiempo pensé que siempre amaría al padre de Camell, que ese amor sería eterno, incluso aunque él no estuviera conmigo. Pero ahora, empezaba a dudar. Quizá las cosas pueden cambiar, pensé, pero inmediatamente me corregí. No puedo permitirme esto. Soy mayor que él, tengo una hija, y provenimos de mundos completamente diferentes. —¿Qué es este ambiente tan romántico? —la voz de Fernando interrumpió el momento, sacándome de ese torbellino de emociones. Aclaré la garganta rápidamente. —¿Qué? ¿Qué momento romántico? No sé de qué hablas, solo se ofreció a ayudarme a pedir la comida —dije con rapidez, sintiéndome más nerviosa. Las palabras salieron tan rápido que casi no tuve tiempo de pensar en lo que estaba diciendo. Sentí el calor subiendo a mis mejillas, seguramente estaba sonrojada. Todos sonrieron. —¿Por qué te pones así? Solo es una broma —dijo Emanuel, con una sonrisa divertida—. ¿Te sonrojaste? Me llevé las manos a las mejillas, tratando de disimular. —¿Eh? No… solo es que… hace un poco de calor aquí adentro, ¿no creen? —dije, desviando la mirada hacia Jay, quien tenía una sonrisa ladeada en los labios. No solía sonreír mucho, pero cuando lo hacía, iluminaba todo a su alrededor. La comida llegó, y todos comenzamos a comer. Estaba deliciosa. Durante unos minutos, el ambiente se relajó, pero justo cuando terminábamos, Jay rompió el silencio. —Bueno, como ya terminamos, ahora sí puedo decir lo que quería —dijo, llamando nuestra atención. Todos lo miramos, curiosos. Debo admitir que estar con estos tres chicos era una experiencia única. A pesar de lo incómoda que me sentía al principio, había algo en ellos que me hacía sentir conectada, como si nos conociéramos desde hace mucho tiempo. Era raro, pero había algo en el aire, en su energía, que me hacía sentir menos fuera de lugar. —¿Qué eso quieres decir? ¿Es algo que no sabemos? — Lucca comenzó hacer preguntas. Jay entrelazó sus manos. —Quiero que Addy trabaje con nosotros, siento que será más fácil el proceso de adaptación para Camell si tiene a su mamá cerca, lo estuve pensando y me decidí, así que… — Yo no podía creer lo que estaba escuchando Mientras Lucca y Emanuel seguían haciendo preguntas, yo apenas podía procesar lo que Jay acababa de decir. ¿Realmente me estaba ofreciendo un trabajo en la agencia, como su mano derecha? ¿Era algo que ofrecían a todas las madres? Mi mente estaba a mil por hora, y no sabía cómo responder. Cuando Jay mencionó que estaría con él en todos los eventos de la agencia, incluso cuando Camell estuviera presente, un nerviosismo extraño me recorrió. Estar cerca de él todo el tiempo... ¿era algo que realmente quería? Mi primera reacción fue de incredulidad, pero pronto me di cuenta de que la oferta tenía un sentido práctico. Estar cerca de mi hija durante todo este proceso podía hacer que la adaptación fuera más fácil para ambas. Aun así, no podía evitar preguntarme si había algo más detrás de su propuesta. —¿Qué la vas a poner a hacer? —preguntó Emanuel, claramente tan sorprendido como yo. Jay se acomodó en su asiento, adoptando una postura relajada, como si lo que acababa de decir fuera algo completamente lógico. —Será mi mano derecha. Estará acompañándome todo el tiempo, y en cada evento en el que yo esté. Ya lo saben, suelo asistir a todos los eventos que la agencia organiza, y en esos eventos estará Camell. Entonces, tener a Addy cerca parece una excelente idea. Además, esto no será gratis —hizo una pausa, mirando directamente hacia mí—. Recibirá un sueldo, como cualquier otro empleado de la agencia. El silencio en la mesa era palpable. Sentía las miradas de todos sobre mí, pero yo no podía pronunciar palabra. ¿Por qué estaba haciendo esto? ¿Era sólo para facilitarle las cosas a Camell, o había algo más detrás de su ofrecimiento? Jay se inclinó ligeramente hacia mí, con una leve sonrisa en los labios. —¿No te gusta la idea? Así podrás estar con Camell... y conmigo. Esas últimas palabras resonaron con fuerza en mi mente. "Y conmigo." Sentí que mi corazón se aceleraba. No sabía si interpretar su comentario como una simple observación profesional o si había algo más oculto tras su tono. Tomé una respiración profunda, intentando aclarar mi mente y encontrar una respuesta que no revelara el torbellino de emociones que sentía en ese momento. —¡Eh! ¿Esto se lo ofrecen a todas las madres? —pregunté nerviosa, soltando la primera idea que cruzó mi mente. Jay frunció el ceño, mientras los demás chicos no pudieron evitar soltar una pequeña risa. Yo me sonrojé al instante, sintiéndome ridícula por haber dicho algo tan fuera de lugar. —Lo siento —me apresuré a decir—. Cuando estoy nerviosa, digo cualquier cosa. Intenté componerme, sonriendo ligeramente. —Me gusta la idea, de verdad. Pero... tengo que mencionar que planeo irme a otro país en unos meses. Esta oportunidad sería excelente para aprovechar el tiempo que tengo antes de irme. Antes de que pudiera seguir explicándome, Jay me interrumpió, su expresión cambiando bruscamente. —¿Te vas a otro país? ¿Por qué? —preguntó con evidente molestia—. ¿No puedes quedarte aquí y trabajar para la compañía? Me sorprendió la intensidad de su reacción. ¿Por qué le importaba tanto? Le sonreí, intentando desviar la conversación y no profundizar en detalles que podrían complicar las cosas. —Lo siento, es una decisión que ya había tomado antes de que surgiera esta oportunidad. Aprecio mucho lo que me estás ofreciendo, y no quiero defraudarte. Aprovecharé este tiempo para estar cerca de Camell y asegurarme de que se adapte bien antes de irme. No quería seguir alimentando su curiosidad ni profundizar en mi decisión de irme al extranjero. Esta oportunidad podría ser una forma de despedirme de Camell con algo de estabilidad emocional, pensé. Lo último que quería era generar malos entendidos o expectativas que no pudiera cumplir. —¿Nos vamos? —pregunté, queriendo cerrar la conversación y salir de ese ambiente que empezaba a ponerse incómodo. Nos levantamos de la mesa y salimos del restaurante. Mientras nos dirigíamos a los autos, Jay se volvió hacia mí una vez más, pero ahora con su típica actitud seria. —En dos días pasará alguien a recogerlas para llevarlas al aeropuerto. Mi secretaria se pondrá en contacto para confirmar la hora. Cuando regresemos del viaje, deberás acercarte a la agencia para firmar el contrato —dijo con su tono habitual, sin la calidez que había mostrado antes. Le sonreí, intentando ocultar mi desconcierto por su cambio repentino de actitud. —Claro que sí. Nuevamente, muchas gracias por todo. Me subí a mi auto y comencé a conducir. Mi mente no dejaba de darle vueltas a lo que acababa de suceder. Jay se había mostrado tan interesado en que me quedara… y luego, ese cambio brusco de actitud. ¿Qué significaba todo esto? Me sentía atrapada entre la emoción de esta nueva oportunidad y la ansiedad de no saber cómo manejar mis propios sentimientos ni los suyos. No encontrábamos en un lujoso hotel, nuestra habitación tenia vista al mar, Camell no estaba completamente emocionada, yo no había podido dejar de pensar en Jay, en su sonrisa, en su voz, en su rostro. Desde aquella cena hace dos días no supe nada de él, su secretaria se comunicó conmigo para decirnos la hora en que nos recogería el auto. Asi como él había dicho, tenía la esperanza de llegar y poder verlo, pero me decepcioné un poco al llegar al aeropuerto y notar que él no viajaría con nosotros. Le pregunté a los chicos y me dijeron que llegaría un poco más tarde, pues tenía muchas cosas por hacer. Siento que alguien toca la puerta, caminó hacia ella y la abro era Fernando. —¡Hola! Tenemos que ir al salón donde se realizará el evento, tenemos que organizar todo. y como nuestro querido ceo dijo que tú serias su mano derecha es hora de que comiences a trabajar —Yo solo lo miraba, no sabía si eso ultimo había sido sarcasmo o realmente quiso decirlo de esa manera. —Claro que si —Llamé a Camell y le dije que teníamos que ir al salón del evento, caminamos por unos minutos por aquel hotel. El corazón me latía con fuerza mientras veía cómo Jay se acercaba a nosotras. Su presencia me tenía atrapada, y aunque intentaba mantener la compostura, no podía evitar sentirme como una adolescente nerviosa cada vez que lo tenía cerca. Su ropa, su actitud... todo en él parecía impecable. ¿Cómo alguien podía ser tan perfectamente inalcanzable y a la vez tan cautivador? —¿Llegaron? —preguntó con esa voz firme, pero con una suavidad que no podía ignorar. —Sí, aquí estamos —respondí, tratando de que mi voz sonara lo más natural posible, aunque mis manos temblaban un poco. Jay no me dedicó más que una breve mirada antes de hablar de trabajo. Me explicó que no había nada urgente que hacer por el momento, pero que más tarde su secretaria me enviaría una lista de tareas en las que necesitaría mi ayuda. Parecía estar completamente enfocado en el evento, su actitud profesional y distante, y aunque intenté concentrarme en sus palabras, no podía dejar de admirarlo. Asentí, intentando no mostrar cuánto me afectaba su cercanía. —Perfecto, estaré esperando el correo —respondí, fingiendo calma mientras mi mente corría a mil por hora. Jay apenas me dedicó una sonrisa breve antes de volver a enfocarse en lo que estaba haciendo. Me sentí extraña, una mezcla de alivio y decepción. ¿Por qué me afectaba tanto? Él estaba ocupado, profesional, y sin duda tenía muchas responsabilidades, pero había algo en su forma de ser que me hacía sentir vulnerable. Fernando me miró de reojo, como si estuviera al tanto de lo que estaba pasando por mi cabeza. —No te preocupes, a veces puede parecer frío, pero es solo porque está concentrado —me dijo, y no pude evitar notar un leve toque de complicidad en su tono. Sonreí incómoda, intentando no darle demasiada importancia a la situación. Después de todo, estaba aquí por Camell, no por mí. No podía dejar que mis emociones interfirieran con lo que realmente importaba: el bienestar de mi hija. —Gracias, Fernando —respondí, mirando a mi alrededor, tratando de distraerme y sacudirme el nerviosismo. El salón donde se realizaría el evento era enorme, con techos altos y elegantes lámparas colgantes. Las ventanas dejaban entrar la luz natural del día, que iluminaba todo el lugar con un brillo cálido. Me sentía diminuta e insignificante en un espacio tan impresionante, pero al mismo tiempo emocionada por lo que venía. Camell parecía emocionada por estar allí, y su sonrisa me reconfortó. Todo esto era por ella. Me enfoqué en el presente. Tenía que hacer mi trabajo y aprovechar al máximo esta oportunidad, pero sin perderme en las emociones que Jay provocaba en mí. No podía permitirme caer en ese abismo, por más irresistible que pareciera. El día había pasado sin incidentes, pero algo dentro de mí se sentía ahogado, asfixiado. Decidí salir a tomar aire. Apenas crucé la puerta hacia la terraza del hotel, percibí unas pisadas detrás de mí, un sonido sutil pero inconfundible. Sabía que alguien me seguía, pero no me atreví a mirar hacia atrás. En su lugar, aceleré el paso hasta una de las bancas que estaban cerca, me senté y hundí la cabeza entre mis brazos, los cuales apoyé en las piernas. Mi corazón latía con fuerza, pero traté de controlar la respiración. Sentí una presencia junto a mí, un leve movimiento en el aire. Antes de que pudiera levantar la vista, una voz familiar, suave pero firme, rompió el silencio. —¿Estás bien? Al oírla, supe al instante quién era. Levanté la mirada lentamente, y ahí estaba Jay Smitt, sentado a mi lado, mirándome con esos ojos que mezclaban una dulzura casi intimidante y una intensidad que traspasaba cualquier barrera. —Sí, solo un poco cansada —respondí, sabiendo que la mentira era débil. El miedo que me consumía no tenía nada que ver con el cansancio. Era todo lo que estaba por venir, lo que me agobiaba, lo que me quitaba el aire. —Deberíamos volver —le dije apresurada, con la intención de cortar esa cercanía antes de que fuera demasiado tarde. No podía dar pie a malentendidos, no con él. Me levanté rápidamente, pero apenas di un paso cuando sentí su mano rodeando mi muñeca. No fue brusco, pero sí lo suficiente para detenerme. Me quedé inmóvil, el frío del contacto recorriéndome. —¿Por qué te vas tan rápido? —preguntó, su voz baja y profunda, como si no quisiera que nadie más escuchara—. Apenas llegué y ya quieres irte. Vine hasta aquí para hacerte compañía, ¿y ya te marchas? Eso es... —se detuvo un segundo, y su mirada me atrapó— algo grosero, ¿no crees? Sus palabras cayeron sobre mí como una losa. No sabía cómo responderle. Mi cuerpo entero se tensó mientras mis pensamientos se volvían un torbellino. Había algo en él, en la forma en que me miraba, que me desconcertaba. No debería haberme sentido tan vulnerable a su lado, pero lo hacía. —No es eso... —intenté balbucear, pero las palabras se me enredaban en la garganta. La verdad era que todo me resultaba demasiado. En los últimos días, una crisis silenciosa me había estado devorando, arrastrándome hacia una inseguridad insoportable. Siento que la vida se me está escapando, que algo me falta y no sé cómo llenarlo. Y ahora, aquí estaba él, revuelto entre esos sentimientos, empujando justo donde dolía. Jay no dijo nada más, solo me miraba, esperando. Y aunque quería irme, quería huir de esa conversación y de lo que sentía, sus ojos me retenían. Cada segundo junto a él hacía que todo fuera más difícil de soportar. Y sin embargo, no podía moverme.
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