La mañana siguiente parecía haberse vestido de gala. El cielo estaba completamente despejado, con un tono celeste que parecía sacado de una pintura, y una brisa fresca acariciaba la ciudad. Caminé por el pasillo de la oficina con mi café en mano y una sonrisa calmada en el rostro, como si nada de lo que hubiese pasado la noche anterior pudiese afectarme. Toqué suavemente la puerta de la oficina de Jaxon y, tras escuchar un seco “adelante”, empujé la puerta con cuidado. —Buenos días —dije con una sonrisa leve. Él alzó la vista desde unos papeles que tenía entre manos y respondió en un tono poco dulce. —¿Qué tiene de bueno? —El día está hermoso, y además… ambos respiramos. ¿No es suficiente para decir que es un buen día? Sus ojos se posaron en mí, como intentaran decirme algo que yo

