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Prisionero de mi ilusión

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drama
pesado
tierra realista
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Descripción

Es preciso sacar provecho y alegrías para el futuro.

En esta vida, morir es lo más fácil, lo difícil es vivir y lo que eso conlleva.

Davyd era de esos jóvenes que ya no le veían sentido a la oscura vida que se les era dada, estaba desesperada, y su última opción antes de decidir dar ese paso que tanto le costaba, el de ponerle fin a su vida cargada de dolor, fue marcar un número al azar.

Talvez al otro lado de la línea alguien podría salvarlo, o quizás encontraría un sentido para vivir.

—¿Hola? ¿Quien habla?—pregunta una voz joven al otro lado de la línea.

Davyd tenía todo lo que podría pedirle a la vida, padres millonarios, estatus, una buena mesada, y asistía a la mejor escuela del condado, pero le faltaba lo principal, ese algo que todo el mundo buscaba, y eso era, amor.

El salió en busca de algo que llenara el vacío en su pecho, solo que eligió el peor camino, el más peligroso.

Al principio todo era color de rosas, euforia, paz y risas. Pero al poco tiempo Davyd notó que ya había tocado fondo, muy fondo... luego de toda esa fantasía, de las noches largas y las risas falsas, de los efectos secundarios que estas le dejaban, había solo vacío y soledad. La desesperación comenzó a embargarlo, ya nada llenaba el vacío, su última opción era acabar con la oscuridad que lo envolvia, sumiendose en otra aún peor. Pero... ¿Podrá Davyd despertar de esa pesadilla llamada vida?

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El llamado...
Esa noche me encontraba sola en casa, era una moche fría y el cielo con sus nubes oscuras y relámpagos anunciaban la llegada de una tormenta, me prepare una taza de té, y junte una cobija de mi habitación para acurrucarme  en el sofá a leer un poco, apenas me siento cuando el teléfono sonó. El reloj cucú acababa de sonar, eran las once de la noche. Pensé: “Es mi hija!” Me apresuró en atender el llamado telefónico. — ¿Hola? -Pregunto entusiasmada. — ¿Quién habla? -Responde una voz joven del otro lado del teléfono. Era seguro que esa no era la voz de mi hija. — Verónica _ respondí. — ¿Quieres hablar con quién? — Con usted  misma Verónica. —¡Dígame su nombre, por favor! _ La voz del otro lado del teléfono me era completamente desconocida. —¿Importa mi nombre? Preciso de su ayuda. — ¿Estás herido o enfermo? Le pasó número de teléfono de emergencias o ambulancia... O número de la policía. El número es... —¡No! No es nada de eso _ me respondió de inmediato. — Solo preciso hablar con alguien, nada más. Usted tiene el timbre de voz muy parecido al de mi madre. — ¿Dónde está su madre? _ no sabía el porqué seguía con la conversación con ese extraño, normalmente suelo cortar esos tipos de llamadas equivocadas, o de bromas pesadas. — Ella está viajando con mi padre, regresarán solo la próxima semana... —¿Y sus hermanos, o resto de la familia...? ¿Ellos no te pueden ayudar? — Soy hijo único, el resto de la familia no existe. — Siento mucho oír eso, pero no lo conozco. No encuentro sentido seguir hablando por teléfono con un completo desconocido. Dentro de pocos minutos mi esposo llegará y se pondrá muy triste¿Me entiendes? —¡No! No entiendo. _ del otro lado del teléfono salió una risa nerviosa. —Nunca estuve casado. —¿Bien muchacho, ya basta, si? Voy a colgar. La voz del otro lado suplico. —  No lo hagas, por el amor de Dios, ¡no lo hagas! ¿Por qué ese muchacho desconocido llamo, al final de todo? Tal vez tenía la misma edad de mi hija. Me sentí apenada, angustiada. Así que decidí  seguir unos minutos más, quizás si podría ser de ayuda. — Dime ¿Cuál es tu problema? Hubo un silencio largo, hasta pensé que él había cortado la llamada. Pero luego escucho su voz nuevamente: — Mi nombre es Davyd. —Tu nombre ya no importa. Yo quiero saber que problema tienes. Me da igual si te llamas Antonio, Rafael, Sandro o ... —Mi nombre es Davyd... Davyd con una "y" _ repitió —Y no me gusta mi nombre. —Pero, ¿por qué? Es un nombre muy bonito. Aún que para confesarte tampoco me gusta el mío. —Yo creo que es muy bonito _ me dice. — Tuve una novia llamada Verónica. Ella era súper. ¿Por qué no le gusta su nombre? —No lo sé, pero no me gusta. Creo que las personas deberían de nacer con un número. ¿Y cuándo  creciéramos podríamos elegir el nombre que realmente nos guste, no lo crees? — Usted también me parece súper _ respondió Davyd. — Creo que podemos entendernos muy bien. —¿Cómo, entendernos? _ me empezaba a molestar. —Solo pregunté por tu problema, me dijiste que precisabas de ayuda ¿Estás enfermo? —De cierta manera. Podría decirte que si estoy enfermo, solo que no es bien una enfermedad...   Hice un gesto de impaciencia, por suerte él no me podía ver. — Bien, explique dé manera clara muchacho. —Puedes empezar tratándome por mi nombre, yo tengo una identidad._ me pidió de manera molesta. — Muy bien., Davyd ¿Qué edad tienes? — Diecisiete. Tenía la edad de mi hija, tal cual lo imaginé. Me puse a imaginar a mi hija, algún día, llamando a una desconocida, pidiendo ayuda. ¿Ella nunca haría algo así, tenía, padre, madre, hermanos, tíos, abuelos…? ¿O tal vez podría suceder también? — Con diecisiete años uno no tiene problemas -_ me escuchó decirle, solo que sin creerme mucho.  —Y mucho menos con toda una vida por delante... —No lo creo así no. No disfruto para nada la vida. — ¡Pero que dices, Davyd! La vida es algo maravilloso, no existe cosa mejor que levantarse temprano cada mañana para... —¿Para qué? —Como así, ¿para qué?? —Si _ insistió Davyd. — Despertarse ¿para qué? —Bien, para vivir, para crear proyectos, trabajar, amar... —Yo le temo al mañana... Yo tengo miedo a despertarme, porque sé que me voy a la mierda. —Por favor, no digas malas palabras, yo no estoy acostumbrada.   El largo una carcajada muy fuerte e irónica: —¿Y usted, a que está acostumbrada? — A un lenguaje más civilizado. — Yo no soy muy civilizado, ¿usted sabe? No soy no, yo soy bastante loco. Ahora mismo estoy muy, muy loco.   Un escalofrío recorrió toda mi columna, me erizo la piel, sentí algo angustia, miedo y pena. ¿Con quién estoy hablando? ¡Sería algún marginal! De esos que llaman antes para saber si hay alguien en la casa para luego venir a robar. ¿Y si él fuera uno de esos? Mientras habla conmigo por teléfono, los demás estarían por derribar la puerta para robarme... —No es lo que usted se está imaginando no._ Él pareciera leer mis pensamientos. —Es que yo me quedo bien loco cuándo... — ¿Cuándo qué?. _ todavía  sentía mucho miedo. —  Cuándo me hace el efecto de la más económica… —¿De la que?_ Confieso que casi grito por el teléfono.— Me estás queriendo decir que ¿Sois un dependiente de las drogas? —Si _ me dijo. — ¿Estás sorprendida? Intente usar las palabras correctas: —Lo estoy, confieso que sí. Nunca antes había hablado con una persona drogada, o dependiente de esas. —Siempre existe una primera vez. Y preciso de ayuda, por eso llamé.    Por un momento no entendía nada de nada. Estaba sola, esperaba el llamado de mi hija, mi esposo se ausentaba. ¿Y ahora? ¿Él me conocerá de algún lugar, o tal vez solo llamo a algún número al azar? El mundo se siente un tanto perdido. ¿Cómo podría yo ayudar? Realmente él quiere ayuda?...  —¿Aún estás ahí? _ me preguntó con la voz muy angustiada. —Lo estoy _  le respondí, como si estuviera economizando mis palabras. — Entonces solo hable conmigo, por favor, converse conmigo, solo un poco. —Mi esposo está por llegar, se puede molestar. — Usted, ¿tiene tanto miedo de él así? —No, nada de eso, no le tengo miedo, le tengo respeto. A él no le gustaría escucharme hablar con un desconocido, y que encima está bajo los efectos de... —¡Uh! Usted es muy prejuiciosa, ¿eh?_ me interrumpió. — Imagínese que yo fuera su hijo. Por unos segundos me quede en silencio. Pero él continuó: —Él podría ser un dependiente al igual que yo. ¿Y Si él te llamará pidiendo ayuda, usted diría que no podría hablarle porque su esposo está por llegar? —Por qué crees que tengo un hijo? _ cambio de tema. — No lo sé, solo tiré, hoy en día todo el mundo tiene hijos. Pero no me respondiste:¿usted cortaría la llamada en la cara a su hijo? — Obvio que no. Miguel entendería. —¿Quién es Miguel? ¿El padre de su hijo? ¡No tenía por qué responderle nada! No era yo la que precisaba ayuda, era él. ¿Entonces porque me sometía a ese interrogatorio? — No, Miguel no es el padre de... Él es padrastro. —Eso no cambia en nada la situación. ¿Si yo fuera tu hijo? _ insistió. —Yo ya te dije, él entendería, o mejor dicho, yo entendería… Me estás haciendo confundir todo... — ¿Estás segura de eso? Quedaste sorprendida de solo escuchar de un extraño que es dependiente de las drogas. ¿Cómo estás tan segura de que no te sorprendería o peor, si fuera tu hijo el que dijera eso? —¡Lo que sucede es que no eres mi hija! ¡Mi, hija es perfecta! Trabaja, estudia, no fuma, no toma alcohol, no se mete con las drogas. —¿O sea que tienes una hija? ¿Y como estás tan segura de que no usa nada de eso?  Me enfurecí: — Sí, tengo una hija. Obvio que estoy segura. ¿Crees que no conozco a mi hija? Ella jamás usaría... — Entonces... ¿Dónde está tú hija ahora?  Muchacho impertinente, como se atrevía a... —No lo sé, a esa hora debe de estar en su casa y... — Pues, ella no vive con usted?_ él parecía divertirse con la historia. —Pues no, ella vive con su padre. —Que gracioso _ me respondió. — Si mi madre se volviera a casar,  yo preferiría vivir con ella¿Por qué su hija vive con el padre?   Casi cuelgo el llamado, pero por algún motivo me hacía bien conversar con ese extraño. Tan sola... Que ni la posible llegada de mi esposo me era de importancia. —Es una historia muy larga _ le respondí. —Muy larga. Y no tengo la costumbre de hablar de mi vida privada a desconocidos. —¿Por qué no? Es mucho más sencillo contar nuestra vida a un desconocido. Es por ello que marque cualquier número que se me vino a la cabeza. Justo porque usted no me conoce es posible que me puedas ayudar... —Pues, quien lo sabe. _¡Él había respondido a mi pregunta, llamo a un número cualquier, no me conocía ni tampoco a mi familia, de cierta manera me dio alivio!  

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