—Entonces, esposa, ¿quién le dará a quien, el beso de buenas noches? —preguntó, mientras se metía a la cama y no trataba de disimular, para nada, la mirada llena de lascivia y deseo que recorrió mi cuerpo desnudo.
Me giré, para ofrecerle una vista más generosa de mis pechos, esos que durante todo el día no había dejado de morbosear con miradas descaradas. Cuando me agachaba, para recoger los huevos en el gallinero o legumbres en la huerta, espiaba por mi escote. Durante el almuerzo y la cena, se relamía cada vez que pasaba su mirada sobre ellos y aprovechó cada oportunidad que tuvo para que sus manos los rozaran, con cualquier pretexto.
—Hum..., no sé. ¿Tú qué quieres?
—¿Yo?
—Sí —siseé, coqueta y totalmente desvergonzada—. Hoy quiero complacer a mi esposo en todo.
Una de sus cejas se
