🌕El ritual perdido – Parte 1

766 Palabras
La luna colgaba del cielo como un ojo abierto, rojo e impasible. Valdheim se había sumido en un silencio sepulcral. Las casas cerraban sus postigos temprano, las velas se apagaban antes de medianoche, y hasta los perros se negaban a ladrar. Solo los cuervos, negros y agitados, volaban en círculos sobre el bosque. Y desde ese bosque, venía el hedor de lo imposible. Elena se sentía extraña desde el amanecer. Como si algo en su piel estuviera cambiando. Los sonidos eran más nítidos, sus sentidos más agudos. Podía oler la humedad a metros de distancia, y su corazón latía con un ritmo ajeno, antiguo, casi… salvaje. Lucien lo notó primero. —Empieza —murmuró, mientras la observaba desde la ventana de la vieja sala. —¿Qué cosa? —El despertar. Tu sangre... responde. Elena se volvió hacia él. —¿A qué? Lucien caminó despacio hasta ella. Sus ojos de plata brillaban en la penumbra. —A la luna. Al llamado de aquello que duerme bajo la g****a. Pero también… a mí. —¿Qué estás diciendo? —Que tu linaje no solo se conecta con la g****a. También con mi especie. Somos lo que queda de una guerra silenciosa que nunca terminó. Y tú, Elena… eres el punto de fusión. Un crujido en el techo interrumpió la conversación. Después, un segundo ruido: más fuerte, más seco, como garras arañando madera. Adrian apareció desde la cocina con una estaca en una mano y un cuchillo en la otra. —No es tiempo de revelaciones poéticas —dijo con voz tensa—. Está aquí. —¿Quién? —preguntó Elena. —No es un quién —respondió Lucien, sacando un puñal de doble filo de su abrigo—. Es un qué. --- El primer ataque fue sordo. Un golpe brutal que hizo temblar las paredes. Las lámparas parpadearon. El aire se volvió irrespirable. Y entonces, la puerta principal voló por los aires. Una criatura cruzó el umbral: alta, huesuda, su piel era grisácea y parecía podrida. Tenía colmillos torcidos, ojos completamente negros y extremidades desproporcionadas. Un lobo… pero no. Un hombre… pero no. Era un vástago de la g****a. Y olía a muerte. —¡Elena, al suelo! —gritó Adrian. Lucien se lanzó contra la criatura con la agilidad de un espectro. Sus movimientos eran feroces, animalescos. El puñal brilló como una estrella fugaz antes de clavarse en el costado del monstruo. Este rugió, sacudiéndose con violencia. La criatura embistió a Lucien, lanzándolo contra la pared con un golpe seco. El vampiro cayó, inmóvil. Adrian intentó cortarle el cuello, pero fue derribado de un zarpazo. Elena quedó sola. La criatura se volvió hacia ella. Sus ojos negros la reconocieron. Se relamió con una lengua larga, inhumana. Elena dio un paso atrás… y entonces lo sintió. Un calor recorriéndole la columna. Una presión en el pecho. Como si algo dormido dentro de ella despertara con violencia. Sus pupilas se dilataron, su respiración se volvió profunda, salvaje. Y gritó. No un grito humano. Un rugido. La criatura se detuvo. Por primera vez, dudó. Elena avanzó. Sus uñas crecieron en segundos, volviéndose garras. Sus ojos adquirieron un brillo dorado. Algo en su espalda crujió. No se transformó por completo… pero algo dentro de ella sí lo hizo. La criatura saltó. Y Elena respondió. La lucha fue rápida, brutal, sangrienta. Garras contra garras. Dientes contra carne. Los muebles volaron. La sangre salpicó las paredes. Elena no recordaba haber aprendido a luchar así. Pero su cuerpo sí lo sabía. Sus huesos lo sabían. Finalmente, logró sujetar al vástago por el cuello y lo estrelló contra el suelo. Una estaca cayó cerca. La alzó. Dudó solo un segundo. Y la hundió en su corazón. El chillido que siguió fue tan agudo que hizo estallar los cristales de las ventanas. El cuerpo del monstruo se retorció… y se deshizo en polvo n***o. El silencio volvió. Elena cayó de rodillas, jadeando, cubierta de sangre. Lucien se incorporó lentamente, con una sonrisa cansada. —Ahora entiendes lo que eres. Adrian se levantó con esfuerzo, observándola con una mezcla de temor y respeto. —No puedes huir de tu naturaleza, Elena. Pero aún puedes decidir qué hacer con ella. Ella se puso de pie. Miró su reflejo en un trozo de vidrio roto. Sus ojos aún brillaban. Su piel estaba cubierta de cortes. Pero no sentía dolor. Sentía poder. —No voy a huir. —¿Entonces qué harás? —preguntó Lucien. Elena miró hacia la noche, hacia la luna roja, hacia el bosque que ya no la intimidaba. —Voy a cazarlos.
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR