Dos horas más tarde me encontraba en mi mesa atestada de artilugios para crear los bocetos que darían paso a la nueva colección otoño e invierno de Bessette. Para ello siempre me colocaba mis auriculares, apretaba el botón y dejaba fluir la imaginación escuchando a Luis Fonsi. Los bocetos como siempre salían solos, claro que luego surgirían cambios fuera lo que fuese. Pero tendría una plataforma sobre la que poder trabajar, una base.
Hice varios bocetos, mi ojo perfeccionista y experimentado me decía que estaban bastante bien, sin embargo no dependía de mí, sino de Bessette que diera el visto bueno.
Me esperaba de todo un poco, se le veía exigente a la par de quisquillosos, ni que decir tenia de indiferente y soberbio.
Cuando dieron la una me marché con Marcos y Mónica a almorzar.
Tras la vuelta me dispuse a seguir con el trabajo y cuando dieron las cinco me marché a casa. Otro día sucumbido al trabajo.
Como no usual, Rocky, me recibió al entrar, lo cogí y lo apapuché con ganas. Luego lo solté y me fui a la ducha. Cuando salí junto con una taza de café, me instalé en el mullido sofá y con libro en mano, me preparé para comenzar a seguir con la historia de Paolo y Jennifer.
El jueves ya tenía varios bocetos listos, me faltaban siete más. Me sentía satisfecha con el resultado y esperaba que el señor Bessette estuviera de acuerdo con él. Había viajado de imprevisto hacia París. Por cuestiones anónimas.
En estos días pese a lo poco que lo había tratado, me di cuenta de que no sabíamos nada sobre él. Solo que era hijo de Noah y por ello dueño de la empresa Bessette, y que se había hecho cargo ahora de la compañía española. El señor Noah se había jubilado a sus cincuenta años. Un hombre y jefe bonachón y firme en las situaciones que lo debía ser. Sin embargo nada parecido a su hijo.
Para cuando dieron las cinco me marché a casa. Me puse el pijama y me metí en la cama -me sentía acatarrada- no sin antes haberme tomado un termalgin.
Al siguiente día ya era viernes y tras haber dormido como un oso, me encontraba bastante bien, y lista para salir aquella noche.
Llegué a mi mesa, dispuse el trabajo en ella y para mi sorpresa apareció el señor Bessette. Me saludó, lo que me dejó patidifusa.
-Buenas días, señorita López.
Lucia trajeado, como habitual.
-Buenos días, señor.
-¿Todo bien?
-Sí, señor.
Asintió, dio media vuelta y entró en su despacho. Yo sin perder tiempo y darle más importancia de la que tenía me enfoqué en mi cometido.
A las 11:00 me reuní con Mónica y Marcos en la cafetería -como siempre hacíamos- y tras haber desayunado un café con tostadas, volví a mi mesa.
Sobre las seis decidida a marcharme y con ganas de disfrutar del fin de semana, mis planes se vinieron abajo. El señor Bessette me llamó a su despacho.
-¿Sí?
Sin levantar la vista de unos papeles que estaba evaluando, extendidos sobre la mesa, dijo.
-Enséñeme su trabajo.
¿Ahora? Dios santo. Eran las seis y mientras llegaba a casa, me arreglada y no, me darían las tantas.
Era viernes, mi horario de trabajo ya había finalizado y había quedado con Lola y las chicas de que saldríamos esa noche. Esperaba no demorarme demasiado.
Me dirigí a mi mesa, que quedaba a unos diez pasos del despacho y regrese a toda mecha. Quería irme cuanto antes.
-Aquí tiene, señor - al decir esto levantó la cabeza de cabellos oscuros y me miró, fijando sus serios y penetrantes ojos en mí.
Esa miraba me intimido un poco. Observo los bocetos y dijo con un rostro aún más hosco.
-Vuélvalos a repetir.
-¿Todos?
-Sí.
Sin más me los regreso de vuelta y siguió con lo suyo.
No di crédito a lo ocurrido. Sin replicarle, pues era el jefe, agarré las hojas y salí del despacho.
Regresando a mi mesa empecé otra vez a modificar los bocetos, olvidándome de todo y concentrándome en hacerlo bien me olvidé de la hora. Cuando me dio por mirarme la muñeca, el reloj marcaba las nueve y cuarto.
-¡La hostia! -se me escapó sin percatarme de que Bessette me observaba desde la puerta de su despacho.
-Modere su vocabulario - me dijo sin el más mínimo gesto de alegría o enfado.
Me quedé parada y sentada en la silla, como hipnotizada por aquellos ojos que me contemplaban a distancia. Me encontraba a solas con él, y con Darío el de seguridad, que rondaría por alguna parte de la empresa. Pero en ese corto espacio, solos él y yo.
-¿Ha terminado? -preguntó dando un paso al frente.
-Me queda un poco, señor -me quedaban cinco del resto que ya había repasado.
Éste se sacó las manos de los bolsillos y miró su Rolex.
-Es tarde, será mejor que se marche a casa. ¿Tiene como irse?
Aquella pregunta y el tono de voz que uso me sorprendieron.
-Sí, tengo el coche en el parking.
-De acuerdo, recoja sus cosas y vayamos, la acompañaré -dicho esto se giró y entró en su despacho, dos minutos más tarde salió.
-¿Lista?
Asentí cogiendo el bolso.
Haciendo un gesto con la mano me instó a ir delante.
Volví a asentir y me encaminé hacia la puerta. Todo permanecía en silencio, excepto por el ruido que hacían mis zapatos contra las baldosas del suelo. Bessette caminaba a mi lado, pero manteniendo una distancia prudencial.
Cuando llegamos al parking se ofreció a acompañarme hasta mi Seat Ibiza. Una vez estuve dentro, se despidió cortes y se marchó.
Mareada un poco porque me hubiera acompañado hasta mi coche, dejando a un lado su frialdad y egocentrismo, cabecee dos veces y emprendí camino a casa.
A la mañana siguiente cuando me levanté me dolían los ojos y la cabeza, cuando llegué a casa la noche anterior me había puesto como loca a terminar esos bocetos que me quedaban por examinar y corrían tanta urgencia. Esperando que al señor engreído, pero que ya sabía que podía comportarse como un caballero cuando le daba la gana, le diera el visto bueno.
Era sábado y no tenía nada que hacer. La casa estaba limpia y ordenada, lo cual me ahorraba la faena y hacia que no tuviera nada con que lidiar. Al fin y al cabo solo estaba yo. No tenía demasiado que ensuciar.
Me metí en la ducha por unos veinte minutos y me mantuve allí. Necesitaba sentir el agua fresquita caer por el cuerpo, hacía calor. Salí y me puse vaqueros y camiseta roja. Cuando fui a echar mano de las zapatillas, el timbre sonó. Era Lola. Abrí el cerrojo y como siempre Lola se auto invito a pasar.
-Qué sepas que me tienes contenta -se sentó en el sofá y me miro muy seria, aunque a mí no me engañaba, tenía un brillo especial en la mirada y eso solo significaba una cosa.
-Venga suéltalo ya. ¡Te conozco!
-Oh, dios, es tremendo en la cama.
¿Por qué no me extrañó? Puse los ojos en blanco.
-¿Nueva conquista entonces?
Asintió contenta.
-Un clavo saca a otro clavo.
-Mmm.
Torcí el gesto y me senté junto a ella.
-Vaya faena la de tu jefe, dejarte trabajando hasta tarde y encima un viernes.
Suspiré y asentí.
-Pues sí. Estoy trabajando en los nuevos bocetos y nos corre prisa. Además es exigente y resto.
-Seguro que es un amargado.
Me eche a reír. Un poco sí que lo era, no lo había visto sonreír ni una vez. Aunque anoche me mostró otra faceta de él. Me gustó que se comportará de aquella manera.
Lola siguió.
-Quizás necesite un buen polvo.
Me carcajee. A lo mejor llevaba razón mi amiga.
-Bueno ya, dejemos de hablar de mi jefe. Cuéntame que paso anoche.
Se ensalzó en explicarme que hicieron esa noche y después de una larga descripción nos fuimos a almorzar al bar de Leonor. Otra amiga.
El lunes cuando me senté en mi mesa eché un vistazo al despacho de Bessette, se encontraba dentro hablando por el móvil, y por sus gestos y expresión, parecía que estuviera discutiendo con alguien. Sin embargo su voz permanecía baja porque en ningún momento se le oyó alzar la voz. Sus ojos se encontraron con los míos y desvié la vista rápidamente, avergonzada por espiarlo.
Pasado un rato me llamó a su despacho. Me levanté de la silla, me alisé la blusa sin mangas y los pantalones grises y me dirigí a su despacho para ver que deseaba el señor.
-¿Tienes los bocetos?
-Sí, señor.
-Muéstramelos.
Salí y volví a entrar.
Bessette inspeccionó el trabajo y por su semblante hubiera jurado que no le habían agradado, pero para mi asombro, dijo:
-Buen trabajo, señorita López. Esto es lo que esperaba de usted.
¿Lo que esperaba de mí? Boquiabierta me dejó, a pesar de eso respondí con un:
-Gracias, señor.
Sus ojos que no se habían encontrado aun con los míos, conectaron al fin y él murmuro:
-Bien. Organice el trabajo con la plantilla. Lo que necesiten hágamelo saber -y señaló- Ah, y cierre la puerta al salir.
Dicho eso fue lo que hice. Y sin darle vueltas al asunto, pues había regresado don sobrio y seco, empecé a trabajar con el equipo. A partir de ahora el trabajo se hacia el doble de duro, la selección de telas, y la confección requerían ser vistas por un ojo experto, como el de Ana. Una de la mujer más antigua de la Boutique Bessette.
Dieron las dos y me marché almorzar con Mónica y Marcos. El señor Bessette había salido un poco antes. Cuando volvimos de la comida, Bessette ya se encontraba en su despacho y como habitual hablando por el móvil.
-Habéis visto al jefe, para mí que cada día está mejor. ¡Está para comérselo! ¿No creéis? -soltó Mónica que sonreía de oreja a oreja. Estaba muy guapa ataviada de una falda rosa y camisa perla.
Marcos y yo pusimos nuestros ojos en blanco. Ella nos sacó la lengua.
-Bueno a trabajar sea dicho. Oh, ese que tan guapo te parece te pondrá de patitas en la calle -agregó Marcos apartándose un mechón de pelo de la cara, que le caía seductoramente por la frente.
Tenía que reconocer que Marcos estaba de muy buen ver. Era un tipo ¨cañón¨ rubio, ojos claros y musculitos, pero para el pesar de las mujeres era gay.
Nos pusimos a trabajar. El señor Bessette se dejó caer de vez en cuando por el estudio. Aunque solo por unos segundos de nada, luego desaparecía.
Por la tarde ya en casa me quité los zapatos y me acomode en el sofá con libro en mano. La historia de Paolo y Jennifer, me tenía en ascuas. El final estaba cerca y como nada ni nadie me lo impedía... Ahí estábamos el libro, el silencio y yo.
Dos semanas después.
Mi trabajo como secretaria había culminado. El señor Bessette había encontrado una nueva secretaria, Marta. Una mujer joven y despampanante. Rubia y con estilo. Bessette no podía haber contratado a alguien menos sugerente. Piernas largas y pechonalidad. Hombres, pensé.
El trabajo iba viento en popa. Los diseños cada día que pasaba cobraban vida de mis bocetos. Me sentía satisfactoriamente contenta. Me fascinaba mi trabajo. El diseño era por algo que siempre había luchado y lo había conseguido. ¨Siempre hay que intentarlo, si no se intenta, nunca se consiguen las cosas¨ Me dijo mi madre una vez. Y que razón tenía.
Estuve a hablando con Ana en la puerta del estudio cuando Bessette paso por nuestro lado acompañado de Marta. Apodada ¨la nueva¨ .Se les veía cómodos y hablaban abiertamente. Verlo en aquella faceta me impresionó y cuando sus labios se curvaron en una preciosa sonrisa por un simple e insulso comentario de ella aún más.
Solo se conocían de tres días y se les veía como si fuera de toda la vida.
-¿Es verdad lo que ven mis ojos? -comentó Ana.
Sin entenderla y sin quitar ojo a los que iban de camino a la cafetería, comenté.
-¿El qué?
-Es la primera vez que veo a ese muchacho sonreír.
Miré en su dirección y ella sonreía. Se me ocurrió preguntar.
-Ana, tu que llevas más tiempo trabajando aquí. ¿Sabes algo sobre él?
Digo estamos trabajando para un hombre del que no sabemos nada.
Ella soltó una risa.
-Sé poco. Noah siempre fue muy cerrado con su vida privada. Pero sé que tuvo tres hijos varones y que Gaël es el mediano de ellos.
-¿Tuvo?
-Sí, su primer hijo Logan se mató en un accidente de moto. Conducía como un loco. Ese muchacho en el par de veces que pasó por aquí, no me pareció muy cuerdo. Y su esposa... no recuerdo el nombre, pero murió de leucemia. Pobre mujer, era encantadora.
-Vaya.
Llevaba tres años trabajando aquí y no tenía ni idea.
-Sí, desgracias que da la vida. Ahora a trabajar que se nos echa el tiempo encima.
La seguí y entramos en el estudio.