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1800 Palabras
Entré bañada en agua por la puerta de casa después del trabajo. Era uno de esos días lluviosos, raramente en Sevilla. Me puse perdida y eso que llevaba paraguas, pero contra el viento era mejor no utilizarlo e ir de prisa, que utilizarlo y pelearte con él. Rocky merodeó entre mis piernas mimosin, después de haber estado dos días fuera. Era un callejero. Le acaricié su pelaje y le dije aun sabiendo que no me entendía. -Ahora no. Me fui directa a la ducha. En cuanto salí llamaron a la puerta. Fui a abrir cuando la puerta se abrió y entró Clara, mi madre. Llevaba un paraguas roto y se encontraba más o menos como yo minutos antes. Me eche a reír, no pude evitarlo. -¡Rebeca! No te rías y ayúdame. Desde luego que tienes unas cosas. Reprimí la risa y la ayudé. Cogí ropa limpia -la suerte de mamá es que ambas usábamos la misma talla- y una toalla. Clara se secó y se cambió en seguida. Luego se acomodó en el sofá con los pies en alto. -¿Y qué te trae por aquí? No habría venido con la que estaba cayendo solo para hacerme una visita, tendría que ocurrir algo. -¿Qué pasa no puedo visitar a mi hija? -se hizo la ofendida. -Por supuesto que puedes. Solo que no llames si después vas abrir con la llave. Clara guardaba una llave de repuesto de mi piso, por si alguna vez perdía la original, aunque ella le daba uso cada vez que venía. La miré esperando que hablara. -Tu padre quiere mudarse a Barna. Dice que allí está más a gusto. Solté una carcajada. Mi padre era de Barcelona y mi madre de aquí, vivimos allí por un tiempo y luego nos trasladamos a Sevilla. Ya hacia doce años de aquello. Ahora que ambos estaban jubilados, mi padre por lo visto quería regresar a su ciudad natal. -No te rías Rebeca, esto es serio. No quiero marcharme y él insiste que prefiere vivir allí. No sé qué hacer. Dejé de reír. -Perdona. ¿Lo dices en serio? -Sí. Últimamente está muy pesado y yo no quiero marcharme, quiero vivir aquí. Me encanta Sevilla y ya no veo otro sitio que no sea este. La escuché atentamente, se me daba mejor escuchar a los demás que dar consejos. -¿Y se lo has dicho? -Sí. Pero ya sabes cómo es, se le mete algo en la cabeza y de ahí no sale. -Tendrás que hacerlo entrar en razón o dar tu brazo a torcer. Yo no puedo hacer nada. Además ni Barcelona y ni Sevilla se van a mover. Con eso le saqué una sonrisa. Daba la impresión como si hubiéramos cambiado de papeles, ella la hija y yo la madre. Meditó durante unos segundos. -Tienes razón. Tendré que hablarlo con Andrés. Mira si sigue lloviendo. No quiero llegar empapada otra vez. Me giré y miré por la ventana. Había parado de llover y estaba oscureciendo. -Ya no llueve. -Vale. La acompañé a la puerta y quedó en que ya vendría por la ropa y me traería la mía. Mamá vivía a cuatro manzanas de mi casa. Se marchó después de darme dos besos y decirme que comiera bien, era cierto que últimamente no tenía apetito. No sabía el por qué, pero solo picoteaba y listo. Nada de grandes platos. Me metí en la cama con Rocky tumbado a mi lado y me quedé dormida pensando que mañana seria otro día. Los días siguientes habían sido más de lo mismo, trabajo, trabajo y trabajo. El señor Bessette se había marchado a París por un par de días. La compenetración que mantenía con Marta era cada vez más notable, hasta incluso se corría por los pasillos que estaban liados, aunque nunca se había visto nada que no fuera hablar y reír juntos. Y no sabía el por qué, pero verlos así tan cómplices y animados cuando entraban en la cafetería o simplemente me los encontraba por el pasillo o los veía pasar por la cristalera del estudio, me ponía de los nervios. No comprendía esas sensaciones infundadas que me hacían sentir. El miércoles a la hora del almuerzo me reuní con Marcos y con Mónica como de costumbre, cuando Bessette y Marta pasaron por nuestro lado, ellos también salían almorzar. -Buenas -dijo. Su mirada localizo la mía y yo asentí. Marta una mujer despampanante con sus curvas y todo, sonreía, parecía que solo sabía hacer eso, sonreír todo el tiempo. Luego estos dos salieron por la puerta y seguidamente nosotros, ellos se dirigieron a la derecha y nosotros a la izquierda. Al perderles de vista, me encontré afligida y cabreada por sentirme así. -¿Y estos dos? ¿Creéis que de verdad están liados? -Ni nos importa, ¿verdad Rebeca? Callada me quedé contemplándolos. ¿Qué debía decir? Ni siquiera lo sabía. Mónica como habitual le dio un puñetazo en el hombro a Marcos y éste se rió. Luego empezamos a echar a andar hacia el lugar donde nos servirían el almuerzo. Pasaron unos cuatro días, que fueron de mal en peor. Marta -a la que había apodado con el nuevo nombre de piernas largas y busto- cada día se encontraba más insinuosa y para mi gusto altanera. El señor Bessette viajaba cada dos por tres y con ello descubrí que sin proponérmelo lo echaba de menos. ¿Cómo había pasado? ¿A lo mejor me ponía ese rollo egocéntrico y serio? Sin duda me estaba volviendo loca. El viernes salí con Lola y las chicas y de inmediato me sentí mejor, eso sí con varias copas de más. El sábado me encontraba resacosa y me quedé en la cama. Solo me levanté para ir y venir del baño y picar algo en la cocina. El domingo estaba recuperada de la resaca y dispuesta a ir a trabajar el lunes. ¿Por qué sería? El lunes trabajé duro con Ana y los demás, ya faltaba poco para tener lista la nueva colección. El martes, el martes el señor Bessette se presentó en el estudio a la hora del almuerzo, yo no tenía apetito como habitual y tras deshacerme de unos compañeros bastante exigentes, me quedé sola y seguí trabajando, que era en lo que estaba centrada últimamente. -Ha vuelto usted temprano -dijo. Vestía impecable, con traje como usual. -Es que no me he ido, señor. -¿Y eso por qué? ¿Tenía que explicarle de verdad, por qué? Respiré y contesté llanamente. -Bueno, no tengo apetito. Bessette sonrió. Yo no le vi la gracia por ningún sitio, a pesar de que a él se la hizo. -Ah, vaya. ¿Le pasa esto a menudo? Desde que usted existe en mi vida -pensé. -No, yo soy de buen comer -respondí y terminé de coger con alfileres una falda que próximamente pasaría por la máquina. -Nadie lo diría. Fruncí el ceño. -¿Qué quiere decir? -Véase usted en el espejo. Lancé las cejas hacia arriba. ¿Me estaba llamando escuálida? De llegar a ser cierto era su culpa. -Me miro todos los días, señor. ¿Se mira usted? -no dudaba de que así fuera. Debía de mirarse en el espejo y ver su hermosa figura. Lo cierto es que era muy guapo, ya entonces me lo pareció. El señor Bessette achinó sus ojos hazel muy destacados en su rostro. -Pues no, no demasiado -se guardó las manos en los bolsillos y entre abrió las piernas, haciendo un pequeño triangulo- ¿Le cuento un secreto? Me quedé mirándolo sin decir una palabra. Qué dijera lo que quisiera. -No me gusta demasiado mi aspecto. Me entraron ganas de echarme a reír. ¿Se estaba quedando conmigo? Por la cara que puso no lo parecía. -Es cierto y hay una buena razón. -¿Cuál? ¿Había preguntado eso? Era la intriga sin dudas y las ganas por saber, las que hablaron por mí. -No creo que sea el momento, señorita López. -Discúlpeme, señor Bessette, pero ha sido usted quien ha empezado con eso de ¿le cuento un secreto? -me disgusté y mucho. ¿Pero bueno que le pasaba a ese hombre? Sonrió, sonrió por segunda vez frente a mí y por algo que yo le había dicho y hecho gracia. -Tampoco se ponga así. Lleva usted razón, disculpa. -Aceptadas -dije- ¿Le puedo ayudar en algo? No entendía que hacia allí, pero fuera lo que fuera me alegraba. Carraspeó un poco. -Ha llegado a mis oídos cierto comentario entre los empleados. -¿Qué tipo de comentario? -me hice la longui. Ya sabia sobre el asunto. -No se haga la ingenua conmigo. Ya sabe a lo que me estoy refiriendo. Ese que corre por ahí -hizo un gesto con la mano sacada del bolsillo en el último segundo. Su voz era firme, aunque serena y tranquila. -Ah, ya sé -me giré un poco y seguí con la tarea de los alfileres, no me apetecía hablar de él y su secretaria. Y mucho menos de lo que fuera furulando por ahí. Fuesen chismes o no. -¿Le molestaría? ¿Había escuchado bien? -¿El qué? -Qué fuera cierto -su voz se escuchó más próxima, como si hubiera recorrido varios pasos. Efectivamente así lo hizo. Pude sentir el calor que emanaba de él. Me tensé, una cosa era tenerlo desde la puerta y otra a tan solo unos pasitos de nada. -No veo porque debería de importarme -repuse. -Hum ¿podría usted mirarme? Me gusta que me miren cuando hablo. Cerré mis ojos unos pequeños instantes y me volví haciendo lo que me había pedido, mirarle. De cerca ganaba aún más, sus grandes ojos hazel, su mandíbula cuadrada, sus labios carnosos y su complexión fuerte y viril. Sin duda me atraía de una manera que no llegaba a comprender. Aunque la verdad era obvio que yo me quedara prendada de alguien como él. Sin hacer mención de su carácter, por supuesto. Carraspeó. -Tiene usted unos ojos hermosos -dijo- No, no frunza el ceño, se pone muy fea. Abrí la boca tras haberme quedado de piedra. No sabiendo porque más, si por su halagador cumplido o su descortesía sin precedentes. Él me cerró la boca colocando su mano bajo mi mentó y luego desvió su mirada hasta mis finos y carnosos labios, barnizados de rosa. Parecía que iba a besarme en cualquier momento, pero entonces la puerta se abrió y los dos dimos un respingo como si nos hubieran pillado con las manos en la masa. Bessette a parto su mano de mi mandíbula y se giró a ver quién era. Su cuerpo me tapaba entera, era un hombre alto. Me sacaba como una cabeza y media. Me quedé inmóvil y tratando de respirar tranquilamente.
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