Capítulo 5

1463 Palabras
Me despierto sintiendo un dolor delicioso y profundo en todo el cuerpo. Cada músculo arde con el recuerdo de la noche anterior. Abro los ojos despacio, con las sábanas aún húmedas de nuestro sudor, y me encuentro a Dimitri dormido boca abajo. Sus hombros anchos se elevan y bajan con cada respiración lenta, casi como si fuera un animal hermoso y salvaje en reposo. Observo su espalda: está llena de arañazos rojos que yo misma dejé, y en su cuello descubro la marca de un mordisco que le di en un momento de éxtasis. En sus brazos también se dibujan huellas de mis uñas. Verlas me provoca un escalofrío caliente por la columna... porque son prueba de que anoche me perdí en él, de que él se perdió en mí. El silencio se rompe cuando escucho los nudillos de Rosa golpeando suavemente la puerta. Me incorporo despacio, sintiendo el ardor entre las piernas, como un eco de todo lo que vivimos. Me pongo lo primero que encuentro: una de sus camisas, que me queda grande y deja al descubierto parte de mis muslos. Camino hasta la puerta y la abro solo un poco, intentando no hacer ruido. —Buenos días, señora. La madre del señor está abajo... está esperando para hablar con él —dice Rosa con un tono preocupado. —Ahora mismo se lo digo, gracias —susurro. Cierro la puerta despacio y me acerco a Dimitri. Le acaricio el pelo revuelto, todavía húmedo del sudor seco de anoche. —Dimitri, despierta... —susurro cerca de su oído. Él abre los ojos despacio, su voz sale ronca, grave, hermosa. —¿Qué pasa...? —pregunta, entre sueños. —Tu madre está abajo, quiere verte. Él se incorpora de golpe, como si le hubieran dado una descarga eléctrica. Se pasa la mano por la cara, intentando aclararse. —¿Qué demonios hace aquí? —murmura, sorprendido. —Es tu madre... si no lo sabes tú, ¿cómo voy a saberlo yo? —respondo, conteniendo una sonrisa. Se levanta deprisa y va hacia el baño, mientras lo miro moverse. Incluso apresurado, su cuerpo parece una obra de arte marcada por mis manos. Todavía lleva algunas de mis marcas: líneas rojas sobre su piel pálida que me provocan un orgullo primitivo. Se cambia rápido, pero no puede ocultar del todo esas huellas de deseo. Mientras él baja, yo entro en la ducha. El agua tibia me hace recordar cómo sus manos me apretaban, cómo su respiración se aceleraba contra mi cuello. Me froto suavemente el cuello y me descubro sonriendo. Al salir, envuelta solo en una toalla, camino hacia mi dormitorio. En el pasillo me cruzo con su hermano, que me observa de arriba abajo con una mirada cargada de algo que no logro descifrar. Lo ignoro, fingiendo que no he notado cómo su vista se clava en mis piernas desnudas. En mi dormitorio me visto con calma, cepillo mi cabello y bajo las escaleras. En el salón, la madre de Dimitri me mira como si yo fuera una mancha imposible de limpiar. Su voz me corta como el hielo. —Está embarazada, ¿verdad? —espeta, llena de desprecio—. Por eso te casaste con ella tan rápido y a escondidas— Siento un nudo en el estómago, pero mantengo la mirada alta. —Mamá... ella no está embarazada —dice Dimitri, seco, casi molesto—. Y prefiero que no te metas en mi vida personal— Ella frunce los labios, herida en su orgullo materno. Yo aparto la mirada y me marcho hacia la cocina, donde está Rosa. —¿Su madre siempre ha sido así? —pregunto, todavía con el pulso acelerado. —La madre del señor siempre quiso que él se casara con su antigua novia —me explica Rosa—. Lo presionaba para que le propusiera matrimonio, pero nunca lo hizo... y de repente llegó usted, casi de la nada. —Ya veo... —respondo, intentando no mostrar cuánto me afecta. —Usted es... distinta —añade Rosa tras dudar unos segundos—. Él solía salir con mujeres de su edad, todas muy... —Se calla, incómoda. —Puedes decírmelo —insisto, mirándola. —Eran mujeres... de familia conocida, de buena posición, modelos, hijas de empresarios... Nunca con alguien tan espontánea... o tan... diferente— Me quedo en silencio. Diferente. Esa palabra me hace sentir expuesta, pero también especial. Espero unos minutos hasta que escucho que la madre de Dimitri se despide. Lo veo entrar en la cocina. Su ceño está fruncido, pero al mirarme se suaviza. Me acerco a él, casi tocando su pecho. —Vas a perder muchas cosas por haberme traído a tu vida —le digo, bajando la voz. Él se acerca aún más, me aparta suavemente el cabello y se queda mirando el tatuaje en mi cuello: "Amor propio" —¿Por qué elegiste esa frase? —pregunta. —Porque aprendí, a la fuerza, que no hay nada más importante que amarse y respetarse a uno mismo. —¿Antes no te amabas? —pregunta, su voz mezcla de curiosidad y ternura. —A veces me culpaba de todo lo malo que me pasaba... justificaba el daño que me hacían. Tal vez por eso ahora valoro tanto lo que tú me das. Me tratas bien sin pedirme nada... Quiero darte lo mejor de mí —susurro, acercándome a besarle los labios despacio. —¿Hasta qué punto estás dispuesta a darlo todo? —pregunta él, con un brillo peligroso en los ojos. —No tengo nada que perder, Dimitri. Estoy dispuesta a entregarte mi cuerpo y mi alma... aunque sepa que puede que algún día me destruyas. Pero debes saber que antes ya me rompieron, y si tú también me rompes... esos pedazos nunca volverán a unirse— Él me mira, sus ojos parecen dolidos, casi culpables. —No entré en tu vida para romperte... sino para arreglar lo que ayudé a romper —dice con voz baja, y antes de que pueda preguntar qué significa eso, me besa con una pasión brutal. Me levanta en brazos como si no pesara nada. —Intenta no dejarme tantas marcas como las de anoche... —susurra contra mi oído. —En el único sitio donde pienso dejar marcas... es en tu corazón —susurro de vuelta, pero demasiado bajo para que él lo escuche. Siento cómo subimos por las escaleras. Cada peldaño acelera mi respiración. En el dormitorio, me deja caer suavemente en la cama, pero no espero: me subo sobre él, mis piernas alrededor de sus caderas. Empiezo a besarle el cuello, sus hombros, bajando despacio por su torso hasta llegar a la cinturilla de su pantalón, que le ayudo a quitarse con las manos temblorosas de deseo. —El preservativo... —jadea él, su voz ronca, llena de necesidad. —No hace falta... —susurro—Es seguro— Antes de que termine de hablar, me atrapa por la nuca y me besa como si quisiera devorarme. Su lengua explora mi boca, mientras sus manos bajan hasta mi tanga, que rompe sin esfuerzo. Su brusquedad me excita aún más. Se baja el bóxer y me sujeta de la cintura, ayudándome a colocarme sobre él. Siento cómo su m*****o entra despacio, llenándome por completo. Me arqueo, un gemido escapa de mis labios. Sus manos guían mis caderas, haciéndome mover en círculos sobre él. Mi cabello cae sobre su pecho. Sus manos me aprietan más fuerte, obligándome a ir más rápido, más profundo. Cada vez que me bajo, siento cómo me roza por dentro, arrancándome pequeños gemidos que no puedo contener. Nuestros cuerpos chocan, sudorosos, entrelazados. Mi respiración se quiebra, la suya también. Hasta que ambos nos dejamos caer, rendidos, sobre la cama. —¿Qué método anticonceptivo tomas? —pregunta, recuperando el aliento. —Las pastillas... —miento, mirándolo a los ojos. Él me observa, como si sospechara algo, pero asiente despacio. —Las compré el día que te fuiste de viaje... pensé que era lo mejor —añado, intentando sonar natural. Su móvil comienza a sonar. Se levanta, todavía sin aliento, mientras se viste. Cojo mi móvil y veo que tengo un mensaje de un número desconocido. Lo abro, con el corazón acelerado: "Podrás engañar a Dimitri, pero a mí no. Sé perfectamente cuál es tu pasado... y cuando él también lo sepa, dudo que siga queriendo a su adorada esposa." Siento un escalofrío helado recorrer mi espalda. La amenaza late como un segundo corazón en mi pecho. Aprieto el móvil contra mi pecho, temblando. Mi secreto... mi mayor miedo... parece más cerca que nunca de destruirme. Pero una parte de mí se niega a rendirse. Porque por primera vez en mi vida... quiero pelear por algo. Quiero pelear por él.
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