Capítulo 9

1169 Palabras
NARRA ELIZABETH Siento que todo me duele. La cabeza me late con fuerza, cada latido es como un martillo golpeando mis sienes. Abro los ojos despacio, viendo luces blancas, frías, que me hacen parpadear. Huele a desinfectante, a hospital. Intento moverme, pero el dolor en mi vientre me corta el aliento. Me quedo quieta, respirando despacio. Después de unos minutos, la puerta se abre. Entra Dimitri. Su rostro parece más cansado que nunca, con el ceño fruncido y la mirada dura, pero sus ojos se suavizan al verme despierta. —¿Cómo te encuentras? —pregunta, su voz suena grave, rota por la preocupación. —Cansada... y me duele demasiado la cabeza —susurro. —Te han puesto cinco puntos en la cabeza —responde, acercándose, tocándome la frente como si temiera que desapareciera. Paso mi mano por el vientre. Un dolor profundo, ardiente, me atraviesa de lado a lado. Dimitri me observa, su mirada se oscurece. Sabe algo, pero guarda silencio. —Me duele demasiado la parte baja de mi vientre... es un dolor intenso —digo, intentando no llorar. —Voy a llamar al médico— Pasan solo unos minutos, pero para mí parecen horas. Entra el médico, con una expresión grave. —Los cólicos son normales ahora mismo. Ha sufrido una caída fuerte, y ha tenido un sangrado vaginal considerable —dice. Noto cómo la voz se me apaga, siento un frío recorrerme el cuerpo—. Le hemos hecho un examen de beta GCH. Según los resultados, su embarazo sigue... pero en estos momentos no podemos garantizar nada, hasta pasadas veinticuatro horas— —¿Eso quiere decir... que aún podría perderlo? —pregunto, con la voz rota. —Desgraciadamente, sí —dice el médico—. Ha tenido muchísima suerte, pero ahora lo que necesita es reposo absoluto— Cuando se va, me quedo a solas con Dimitri. Lo miro, intentando leer algo en su rostro. —Lo siento... —susurro, sintiéndome pequeña, rota, culpable. —No tienes que sentir nada —responde, pero su voz suena tensa. Me besa suavemente en la frente. Puedo notar que está enfadado, aunque intenta ocultarlo. Cierro los ojos, acariciando mi vientre, rogando que el bebé siga allí, que me dé la oportunidad de ser madre. ⸻ Veinticuatro horas después. El médico regresa, trayendo un aparato para el ultrasonido. Aplica el gel frío sobre mi vientre, y el corazón me late tan rápido que me mareo. Entonces... un sonido. Un latido pequeño, firme, como un tambor. Me tapo la boca con la mano. Lloro. Lloro de alivio, de miedo, de amor. El médico insiste en que me quede ingresada unos días más, pero al final me dan el alta. Al salir del hospital, noto que algo ha cambiado entre Dimitri y yo. Él está serio, más distante. Al llegar a casa, cuando intento subir las escaleras, él me detiene, me coge en brazos como si pesara nada, y me lleva directamente al dormitorio. Me deja sobre la cama, mirándome fijo, como si me desnudara el alma. —¿Estás enfadado, verdad? —pregunto, con un hilo de voz. —Sí —dice, sin dudar—. Creo que dejar de tomar las pastillas era una decisión que teníamos que haber tomado juntos. Yo también tenía derecho a decidir, Elizabeth— —Nunca llegué a tomarlas... porque no creía que pudiera quedarme embarazada —susurro, bajando la mirada. —¿Que no creías? —su voz sube, entre incredulidad e irritación—. Si tienes sexo sin protección, lo más probable es que quedes embarazada— —Lo sé... pero hacía años aborté dos veces. Los médicos me dijeron que si abortaba de nuevo, las posibilidades de volver a quedarme embarazada serían casi nulas— Él se queda quieto, procesando mis palabras. —¿Por qué lo hiciste? —pregunta, más suave, pero con un filo de dureza. —Porque no eran deseados... tener esos bebés me habría condenado a una vida que no quería. Habría sido miserable— —¿Y el padre? —De ambos era diferente... no era amor. No puedo explicarlo fácil, Dimitri— —¿Y ahora? ¿Qué cambia?— —Que este es deseado. Es contigo... eso lo cambia todo— Él me observa, su respiración se vuelve más lenta. Pone la mano sobre mi vientre, su pulgar dibuja círculos sobre mi piel. Su cercanía me estremece, me da calor. —¿Qué pasó el día en casa de mis padres? —pregunta de pronto, su mirada se endurece. Intento recordar. Imágenes fragmentadas me golpean: la madre de Dimitri diciéndome palabras hirientes, su cuñada con los ojos fríos, la sensación de alguien cogiéndome del brazo... el vacío... la caída. Pero niego. —No lo recuerdo bien... creo que resbalé —miento. En mi pecho arde algo más fuerte que el dolor: deseo de venganza. —Sabes que puedes contar conmigo para todo —dice él, acercándose. Aparta un mechón de mi cara, su mano roza mi cuello, mi clavícula. Su tacto me enciende. —¿Entonces no estás enfadado porque estoy embarazada? —pregunto, buscando en sus ojos algo de ternura. —No. Estoy decepcionado porque no me lo contaste. Pero no por el embarazo. —Su voz se suaviza—. Incluso... creo que si es niño, tengo un nombre perfecto: Ethan— Mi cuerpo se tensa. Trago saliva. —No... no es un buen nombre —digo rápido, intentando sonar natural—. Ethan era el nombre de... uno de mis ex— Veo cómo sus ojos se oscurecen. Siento celos arder en él. —¿Tenías un ex llamado Ethan? —pregunta, con los labios apretados. —¿Estás celoso? —pregunto, forzando una sonrisa. Él niega, pero su mirada lo delata. —¿Por qué lo dejaron? —Dimitri... eso es pasado. Deberíamos pensar en el futuro. —Cambio de tema bruscamente—. Además... nunca me has dicho exactamente en qué trabajas. A veces llevas un arma... ¿blanqueas dinero? —pregunto, medio en broma, medio buscando distracción. Su expresión cambia, más fría, más dura. —Mi familia tiene cadenas de hoteles. Y, además, dirijo uno de los casinos más grandes de Grecia. Por eso llevo un arma. —Dice, levantándose. —¿A dónde vas? —pregunto, con un nudo en la garganta. —Tengo cosas que hacer. —Sale del dormitorio. ⸻ Cuando la puerta se cierra, me quedo sola. Acaricio mi vientre, donde late una pequeña vida que no debería existir... pero existe. Cierro los ojos, y la imagen de Ethan, mi hermanastro, aparece en mi mente: su sonrisa, su promesa de protegerme... y su muerte, tan repentina, tan incomprensible. Me había prometido salvarme de un hombre. Un hombre peligroso. Estoy segura de que ese hombre lo mandó a matar. Y aunque no recuerdo todo de aquella noche, una cosa sé con certeza: la madre de Dimitri o su cuñada intentaron matarme. Mi mano tiembla sobre mi vientre, pero mi corazón late fuerte. .
Lectura gratis para nuevos usuarios
Escanee para descargar la aplicación
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Autor
  • chap_listÍndice
  • likeAÑADIR