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Sí, mi señor

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Descripción

En El Juego del Dominio, Howard Cole, un exitoso abogado especializado en patentes, vive una doble vida como dominador profesional para mujeres. Su rutina cambia cuando conoce a Mónica Peterson, una ejecutiva inteligente y sumisa que busca liberarse de las presiones de su vida a través de la sumisión s****l. Lo que comienza como un acuerdo profesional se transforma rápidamente en una conexión profunda y emocional. Mientras exploran juntos los límites del placer, el control y la confianza, ambos descubren que sus deseos más oscuros pueden ser la clave para una relación genuina. Sin embargo, el riesgo de exponer sus secretos y enfrentar sus miedos más íntimos los pondrá a prueba. ¿Podrán encontrar el equilibrio entre el dominio y la entrega, o sus mundos colisionarán de manera irreversible?

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Capitulo 1
CAPÍTULO UNO La inocencia está en todas partes, pero el disfrute honesto de la perversión es raro. En una cálida y soleada tarde de sábado, pelotones de mujeres apresuradas en coches de lujo transportaban a sus hijos elegantemente vestidos por las calles de un barrio de clase alta cerca de Seattle, Washington. Cada casa ocultaba su historia única tras una cortina de altos árboles perennes y un elegante paisaje forestal. Una casa en una calle suburbana en particular tenía una energía especial. Esta energía provenía de las mujeres que cruzaban la pesada puerta negra hacia la residencia de Howard Cole. No había nada inusual en la casa contemporánea de una sola planta. Tres niños pequeños de familias cercanas jugaban ruidosamente a menos de quince metros de la conservadora fachada pintada de gris. El agradable espacio abierto entre las grandes casas estaba protegido del sol de verano de la tarde por un dosel de abetos Douglas de veinticinco metros. De repente, uno de los niños lanzó un grito agudo y repetitivo en respuesta a una injusticia cometida por un hermano. Los ocupantes de la casa gris, como en otro mundo, ignoraban por completo el alboroto exterior. Aislado en el sótano insonorizado de su espaciosa casa, Howard Cole retrocedió un paso para apreciar su trabajo. Como fotógrafo talentoso, apreciaba los detalles más sutiles de la composición, el color y la iluminación. Se acarició la barba corta un momento y luego se arremangó la camisa de seda negra de cuello abierto. Estiró su robusta figura de casi un metro ochenta para relajar los hombros y se ajustó las gafas redondas de montura metálica. La habitación cálida, espaciosa y de techos altos parecía un estudio fotográfico. Lo había sido hasta que descubrió un pasatiempo más atractivo. Una música electrónica inusual sonaba desde un sofisticado sistema de sonido, creando un aire de misterio y ritual erótico. Alrededor del suelo de madera, en penumbra, se extendían muebles de formas peculiares bajo sábanas negras. En el centro de la habitación, una camilla de masaje con una superficie de cuero marrón bien acolchada reposaba bajo un haz de luz. Era de construcción robusta, con herrajes de latón en las uniones de sus gruesas vigas de madera. Cole no apreciaba la habitación tanto como a la chica. Kristina era una de sus últimas favoritas; una auténtica masoquista que soñaba con ser esclava. Esta era su cuarta visita a la íntima mazmorra del sótano. Aún no había encontrado a una chica que le robara el corazón para siempre, pero las disfrutaba a todas por sus cualidades individuales y sus variados atributos físicos. El único rasgo que todas tenían en común era la necesidad de sumisión. Para Cole, era un tesoro invaluable y extremadamente hermoso. Cada chica sumisa que conocía le llamaba la atención, al menos por un tiempo. Kristina era una joven y talentosa diseñadora de software que trabajaba a tiempo parcial como bailarina desnuda. Podía apreciarlo en sus piernas de bailarina y su perfecto trasero. En ese momento, pensó, estaba muy bien exhibida. Tenía un talento especial para posar a las chicas en las posturas más favorecedoras y eróticas. Creía que era fruto de su experiencia fotográfica. Kristina notó su mirada de admiración y contoneó su trasero, bien curvado, para hacerle saber que estaba lista. Mostró su esbelto cuerpo desnudo y su frágil juventud mientras se inclinaba seductoramente sobre la mesa que le llegaba a la cintura. Los focos del techo la iluminaban a la perfección, y ella lo sabía. Sonrió mientras pensaba: —Krissy, llevas semanas necesitando esto. Confía en el Maestro Cole, él sabe lo que necesitas. Sintió la tensión en los brazos por las suaves esposas de cuero que tiraban de sus muñecas hacia el extremo de la mesa. Otras ataduras sujetaban sus tobillos a las robustas y pulidas patas de la mesa, haciéndole un poco difícil tocar el suelo con los dedos de los pies. Fue otro de los sutiles toques de Cole lo que le recordó su deliciosa vulnerabilidad. —Parece que esta noche voy a sacarle el máximo provecho —se dijo a sí misma. Escuchó atentamente mientras Cole hablaba en un tono bajo e hipnótico que le llegó al alma: —Krissy, es hora de que te disfrute. Si necesitas parar, ya sabes cómo decírmelo. Pero si paras, será todo por hoy y te irás a casa sabiendo que no me has satisfecho. ¿Entiendes? —Sí, Amo Cole —dijo con voz soñadora. Lo miró y vio a un apuesto hombre de cuarenta y un años, de pelo corto y oscuro. Su barba y bigote, perfectamente recortados, le daban un aspecto sofisticado y siniestro a la vez. Sus penetrantes ojos grises eran casi hipnóticos. En ese estado deliciosamente sumiso y sensual, su atractivo era irresistible. No deseaba nada más que estar cerca de él y entregarse a él de todas las maneras posibles. Cerró los ojos un minuto para concentrarse en la música hipnótica y sintió que se deslizaba hacia ese estado de trance que tanto apreciaba. El estrés de su vida estresante se desvaneció poco a poco. Kristina estiró sus músculos sensualmente mientras Cole colocaba las manos sobre su espalda bien formada y comenzaba a masajearla para aliviar la tensión. Sus dedos expertos recorrieron los firmes músculos que se ocultaban bajo su piel bronceada. La brillante luz halógena del estudio hacía brillar la pelusilla apenas visible de sus diminutos vellos rubios y provocaba una calidez lánguida que penetraba su cuerpo. Cuando sus músculos estuvieron bien relajados, sintió que él desplazaba su toque hacia las provocativas curvas de su trasero. Los primeros golpes de su robusta mano derecha fueron delicados, para medir el alcance y comprobar la sensibilidad de su piel. Kristina empujó su trasero un poco más hacia afuera para indicar su necesidad. Cole fue aumentando gradualmente la intensidad de los azotes y pronto sintió el impacto punzante de sus grandes manos empujándola contra la mesa. Su rostro se vio forzado a acercarse a la superficie acolchada y aspiró el dulce aroma a cuero curtido que aumentaba su excitación. —¿Te gusta esto, Krissy? —Sí, Maestro Cole, ¿puedo hacerlo más duro, por favor? —Movió la cabeza para extender su gloriosa cabellera rubia hasta los hombros, que sabía que le gustaba. Él sonrió: —Por supuesto que puedes. Tu lindo trasero se está poniendo muy rojo, pequeña, y sabes que eso me excita. —Lo sé, lo sé —gimió ella, y continuó recibiendo la fuerza de sus manos en sus nalgas. Podía notar que la intensidad era cuidadosamente medida, incrementándose en intervalos precisos que debieron de haberle llevado años perfeccionar. Poco a poco, un creciente cosquilleo s****l se hizo sentir en su clítoris. —Está empezando —pensó con un gemido audible. Kristina no era ajena a la escena sadomasoquista. Le encantaba el juego doloroso, cuando se hacía bien, pero también le encantaba someterse. —Tengo muchos amigos que me darían una buena nalgada —pensó—, pero ¿por qué Howard Cole es el único al que puedo someterme? Normalmente juego porque lo disfruto, ¡pero con él parece que lo hago porque él lo disfruta! Una oleada de excitación más intensa interrumpió sus pensamientos, recordándole la indefensa situación en la que se había metido. Estaba sujeta con las piernas abiertas y sabía que él debía tener una vista perfecta de su v****a. Lo había ignorado por completo y la estaba volviendo loca esperando el primer toque. La maravillosa sensación de piel desnuda rozando piel desnuda creó una conexión casi espiritual entre ellos. Las fuertes manos de Cole eran instrumentos ideales para azotar, y cada golpe contundente impactaba con un fuerte crujido. Krissy juraría que podía oír los agudos sonidos resonando en las paredes. Él cambiaba de mano con frecuencia, usando la mano libre para acariciar suavemente su espalda de arriba abajo, fortaleciendo el vínculo emocional. —Oooh, mmmm, ay —susurró Krissy. El dolor se intensificaba, y Cole había empezado a golpear la parte posterior de sus largos y delgados muslos. Tras varios minutos de fuertes azotes, cuando su respiración se volvió más pesada y la sangre circulaba furiosamente por sus nalgas inflamadas, Cole arrastró las uñas suavemente sobre la piel enrojecida y caliente. La brusca inhalación de Kristina indicó que estaba bien calentada. Sus pequeñas caderas se ensancharon por la presión del borde de la mesa y las suaves curvas exteriores de sus pechos se hincharon al presionarse contra el cuero. Cole se echó un poco hacia atrás para observar con atención entre sus piernas abiertas, donde sus labios inferiores, fruncidos, se perfilaban de forma encantadora bajo una mata de fino vello rubio bien cuidado. Sabiendo que podría penetrarla más tarde si así lo deseaba, comenzó a ponerse erecto, pero se detuvo para concentrarse en la escena. Moviéndose silenciosamente hacia la cabecera de la mesa, se inclinó para hablarle suavemente. —Abre la boca, Krissy. Necesitarás este bocado de goma. Para protegerle los dientes y la lengua, Cole le colocó una barra de goma en la boca, como un bocado de caballo, que se doblaba detrás de la cabeza. Para demostrarle su completo control, se agachó para abrirle el sexo con los dedos y acariciar suavemente sus sensibles labios menores. Kristina se sintió avergonzada por la repentina tensión que sentía contra sus ataduras y gimió al sentir una abrumadora sensación de sumisión e inevitabilidad. Su corazón latía más rápido y la excitación crecía en su interior. Podía sentir el primer hilillo de humedad entre sus piernas. Observó cómo Cole tomaba un bastón de ratán largo y recto y se lo mostraba. Tenía un grosor de 6 mm y un extremo estaba cubierto con un fino cuero n***o a modo de mango. Mientras lo observaba, su respiración se volvió dificultosa e irregular. Sosteniendo el bastón con reverencia, Cole la rodeó y entró en un espacio reflejado por un gran espejo de pared. Kristina pudo ver su cuerpo indefenso, atado a la pesada mesa, y se dio cuenta de que podría ver exactamente lo que le estaba sucediendo a su hermoso trasero. Su propia mirada, con los ojos abiertos, en el espejo le recordó la mirada de un ciervo ante los faros de un vehículo que se aproxima.

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