El trío de amigas se instaló en los asientos del recibidor de la habitación que estaba ocupando Diana. Ellas la observaban intrigadas y a las vez con una inquietud que empezaba a rodearlas mientras esperaban que comenzara a contarles aquello tan importante. La notaban muy nerviosa, se frotaba el brazo o tocaba sus dedos intranquilos cuando fijaba su mirada en ellos. Ella no era así.
—¿Qué sucede? —Preguntó Corina tomando una de sus manos. Presintieron que algo no andaba bien.
—No sé cómo empezar... —Habló entrecortado y alzó finalmente la mirada, pasándola por los rostros preocupados de Avril y Corina.
En ese momento brotaron lágrimas incontrolables de sus ojos y llevó las manos a su rostro para cubrirse, no lograban salir más palabras de su boca por aquel llanto desesperado. Definitivamente algo andaba mal. Esto encendió las alarmas en las chicas, ya que Diana no era una mujer que derramara lágrimas tan fácilmente y menos de esa manera tan ahogada, lo que significaba que lo que estuviera ocurriéndole era muy grave.
Pasó largo rato desahogando ese dolor que llevaba por dentro a través de ese sollozo cargado de sentimientos. Sus amigos no hicieron más que consolarla, comprimiendo su propia angustia por no saber la razón. Esperaron con paciencia que se calmara.
Mientras que Avril se quedó con ella acunándola en sus brazos, Corina fue por un vaso de agua para Diana. Lo aceptó con manos temblorosas, sorbió algunos tragos, logrando así serenarse un poco.
—Lo siento. —Musitó entrecortado. —Sé que deben estar preocupadas. —Volvió a mirarlas, sus ojos estaban enrojecidos con algunas lágrimas aún escapando.
—Tranquila, ¿qué sucede? Buscaremos alguna solución. —Le dijo Avril mientras limpiaba una de esas lágrimas que salían sin permiso.
—Oh chicas, solo un milagro podrá hacerme salir de esta. —Hizo una pausa, inhala, aprieta sus ojos intentando conseguir calma y continúa.
—¿Por qué? —Corina indagó bajo, irguiéndose y abriendo sus ojos con desmesura. Conocía tan bien a Diana y a cada una de sus facetas, que estaba teniendo una amarga idea de qué se trataba.
—La semana pasada sentí muchas molestias en mi vientre. Fui al médico porque estaba preocupándome. ¿Y adivinen qué? —Comprimió sus labios e inhaló fuerte. —Las noticias no fueron las mejores... El cáncer ha vuelto, más agresivo...
Corina quedó estática y cerró sus ojos con fuerza, como si la noticia fuera parte de un mal mal sueño y así lo desvanecería, mientras que Avril pegó un brinco y cubrió su boca, impresionada, parecía que sus ojos saldrían de sus cuencas.
—Etapa tres, está en lo poco que quedaba de mi sistema femenino y más allá, de igual manera recibiré otra intervención quirúrgica y tendré mis tratamientos y quimioterapia; pero no creo que haya muchas esperanzas para mi esta vez. —Culminó encogiéndose de hombro y con aquella voz saliendo en un hilo tembloroso.
Avril y Corina se vieron bastante abatidas por la triste realidad de Diana, sus respuestas fueron abrazarla con fuerza y sollozar con ella, acompañarla en medio de ese dolor y angustia que durante varios días estuvo llevando sola sin contar nada a nadie. Diana había pasado por mucho en su vida y ese tiempo libre de cáncer pareció muy corto.
Las chicas se habían tirado en la cama t ahí estuvieron largo rato acurrucadas. Diana ya estaba más serena, fue reconfortante poder desahogarse una vez más con ellas. Sin embargo, estaba bastante pensativa.
De un momento a otro, Diana se incorporó, se sentó en el borde del colchón y observó a Corina fíjamente.
—Perdóname Cora... —Le dijo con algo de melancolía en su timbre. Corina se levantó confundida.
—¿Por qué? No entiendo, ¿por qué debo perdonarte?
—En los últimos días, desde que me dieron esta noticia, me he sentido realmente molesta contigo. —Corina se mostró aún más confundida. —Sé que no tienes la culpa de lo que me está sucediendo. Entiendo que ha sido muy doloroso para ti lo que hicieron el desgraciado de Rubén y Edmundo, pero no puedes pasar el resto de tus años viviendo como un zombie sólo para trabajar y además, aferrada a ese dolor, debes reescribir tu historia, seguir adelante y enterrar ese mal momento, déjalo ir. Eres es hermosísima, gozas de buena salud y puedes hacer lo que te propongas. Lo estás desaprovechando. Qué no daría yo por tener esa oportunidad en mi vida, quizás enamorarme de nuevo, tener hijos, no importa que sean adoptados, hacer locuras y conocer cuanto lugar pueda porque tendría muchos años por delante. —Diana tomó la mano de Corina y la miró fíjamente a los ojos. —Por favor Cora, te lo debes a ti misma. Florece, disfruta vivir, hazme ese regalo antes de partir, quiero verte feliz.
A Corina se le llenaron los ojos de lágrimas, apretó sus labios, desviando su vista hacia un lado para quedarse meditando cada palabra de Diana. Sabía que tenía razón y no era capaz de excusarse, porque la posición y batalla que estaba librando su amiga iba más allá de todo y en la que anhelaba salud y vida, lo cual ella tenía por mucho.
—Vas a estar con nosotras unos cuántos años más, no te rendirás fácilmente. ¡Prométemelo! —Pidió con labios temblorosos. —Y yo te prometeré que haré mi mejor esfuerzo por llevar una mejor vida. Pase lo que pase, seguiré estando para ti con el mejor ánimo como antes, o eso intentaré. Haremos lo posible por salir de ésta nuevamente.
—Gracias, lo intentaré... pero poner a andar tu mundo nuevamente, es lo que quería escuchar. —Diana y Corina se abrazaron fuertemente, luego estiraron sus brazos y halaron a Avril por uno de los suyos para que se uniera al emotivo abrazo.
—Por favor, no vayan a tratarme con lástima ni me sobreprotejan, no me hagan sentir inútil, ni como un bicho raro, nada que me haga recordar constantemente esta pesadilla... Quiero normalidad hasta donde pueda. Necesito que me acompañen a vivir el resto de mis días a plenitud.
—Entiendo... —Susurró Avril agachando la cabeza.
—¿Trato hecho?
—Trato hecho. —Respondió Corina, pero Avril no.
—¿Hecho, Av? —Repitió la pregunta, con mirada insistente. —Por favor...
—Okey. —Aceptó bajo, regresando su vista entristecida al rostro de Diana. —¿Qué te apetece hacer para empezar nuestro nuevo viaje? Contigo...
—Gracias... —Musitó Diana, ladeando una ligera sonrisa. Luego, soltó una fuerte bocanada de aire. —¿Qué les parece si vamos a comer lo que se nos antoje, sin remordimiento y después a la playita? Para empezar. —Les propuso Diana tratando de mostrar el mejor ánimo.
—¡Excelente! Pues, creo que todas necesitamos más colorcito. —Dijo Corina, tratando de mostrarse más animada, a pesar de tener todavía un nudo en la garganta, mientras se ponía en pie.
A su vez, Avril también lo hizo, ampliando una sonrisa que intentaba tapar el pesar, pero que igualmente le servía a Diana.
—¡En marcha! —Exclamó Avril.
Aunque Avril y Corina hicieron su mejor esfuerzo para mostrar un buen ánimo, por Diana, la preocupación por su situación permaneció latente. Pero consideraron que tenía razón en intentar sentirse cómoda y olvidarse por un rato de su padecimiento. Merecía distraerse y pasar un buen rato agradable.
***
Después de haber disfrutado de la comida, ellas conversaron por un rato más en el restaurante del hotel, con la compañía una copa de vino.
Se dispusieron a tomar el sol, antes de que éste se ocultara, eran pocas las horas que quedaban. Corina se quitó su vestido de tela ligera para echarse un refrescante baño de agua salada, hacía mucho calor y el sol era abrazador, además, había pasado mucho tiempo desde que la última vez que lo hizo.
—¡Por Dios, Cora! ¿Cómo es que sigues manteniendo tu figura? Te has alimentado muy mal últimamente, yo vivo con eternas dietas y si me descuido, hasta el agua hará que aumente unos kilitos, sobre todo mi trasero se pone más gigante. —Culminó Avril arrugando la cara y señalándose los glúteos.
—¡Vaya, es cierto! —Le apoyó Diana bajándose los lentes de sol y enarcando una ceja.
—¡Son un tanto exageradas! —Aseguró incrédula, su autoestima estuvo bastante agrietada. —Nadaré un rato...
Era una tarde radiante, el cielo tenía un azul brillante sin una sola nube que lo opacara, la arena era blanca, el mar se divisaba color aguamarina con destellos del sol que se reflejaba en él, el agua en la orilla estaba cristalina, con olas tan escasas y pequeñas que quien quisiera tomar un baño podría estar completamente relajado.
Corina caminaba distraída, con sus ojos puestos en el agua que parecía llamarla, pensaba en ese delicioso baño. No se percató de que un hombre trotaba por la orilla y ella estaba en su camino; él tampoco se dio cuenta de que ella justo se iba atravesando en su camino de forma repentina. Chocaron estrepitosamente. Corina cayó aparatosamente por la velocidad en que él se estrelló con ella, pero el agua y la arena mojada amortiguaron su caía; él casi cae también, sin embargo, recuperó la compostura rápidamente y continuó con su ruta como si solo hubiese tropezado con una piedra.
Con una mano en su nariz adolorida por el golpe inmediato con el sujeto, ella se levantó mojada y con arena en sus piernas, brazos, cara, cabello, en todas partes; un poco aturdida lo observó alejarse como si nada, lo cual le causó una gran indicación.
—¡OYE! ¡MAL EDUCADO...! ¡DETENTE! —Le gritó al desconocido.
Él no se detuvo, solo giró un poco su cabeza. Con sus lentes de sol puestos la observó ligeramente por encima del hombro, sonrió de medio lado y continuó hasta perderse de vista. Corina no logró verle la cara claramente.
Al poco tiempo de que el hombre se alejó, ella se percató que entre la arena y el agua había una Medalla Milagrosa o Medalla de Nuestra señora de las Gracias. Miró a su alrededor y, como no había alguien que fuera por ella la recogió, luego, se dirigió hacia las tumbonas en donde estaban sus amigas, necesitaba colocarse un poco de hielo en la nariz lo más pronto posible.
—¡Guau! ¿Qué te pasó? —Preguntó Avril.
Ambas chicas con sorpresa al ver a Corina volver tan rápido y hecha un desastre, quien se tiró brúscamente en su tumbona, después de coger un trozo de hielo y colocarlo en su nariz.
—Solo me atropelló un tipo y se dio a la fuga. —Refunfuñó.
Ellas no comprendieron mucho de qué hablaba, observaron a su alrededor y no había ningún vehículo.
—¿Dejan entrar autos?
—No importa. —Sacudió la cabeza. —¿Qué es eso? —Preguntó señalando un papel que las chicas estuvieron viendo con interés hasta que ella llegó.
—Es una invitación que nos han traído desde la recepción del hotel, dice que todos los huéspedes estamos invitados a la "Mega Rumba" ofrecida por Albert Bustamante en el gran salón a las 9:00 pm... —Le informó Diana sacudiendo el papel. —Y vamos a ir. —Aseveró observando fríamente a Corina, porque sabía que iba a decir que no.
—Hmmmm, vayan ustedes, a esa hora ya tengo sueño. —Habló sin interés.
—¡Hey! ¿Sobre qué habíamos hablado? Es una excelente oportunidad para que te sueltes, bailes, disfrutes y te diviertas. Además, me prometiste que lo intentarían y me acompañarías también en este nuevo episodio de mi vida. —Le recordó Diana, a lo que Corina suspiró con resignación.
—Ok, ok, tienes razón, haré mi mejor esfuerzo, te lo prometí.
—¡Siiii, excelente! Siempre quise saber cómo es una de las fiestas de éste hombre, mucha gente habla de ellas. ¡Y vamos juntas! ¡Esto será muy divertido Cora! —Exclamó Avril con mucho entusiasmo.
—¿Es el mismo Albert Bustamante que es empresario y heredero? ¿El que hace alocadas fiestas?
—Sip, ese mismo. Al parecer nos hemos topado con una de sus excéntricas celebraciones. —Respondió Diana recostándose en su tumbona nuevamente.
—¡Vaya! Realmente parece que será interesante. También ha despertado mi curiosidad...