Cecilia no se atrevió a decir nada más.
Hendry hojeó los papeles con expresión fea.
—¿Hendry? —dijo Cecilia tentativamente—. ¿Es dinero lo que quiere?
Hendry frunció los labios. Los términos eran bastante sencillos. Kaylah prácticamente no pedía nada.
Cecilia vio la expresión de Hendry y se volvió más decidida. —¿Qué he dicho? Una mujer como ella se casa contigo por tu dinero. Al ver que quieres tanto a Alondra, sabe que no tiene ninguna posibilidad. Por eso quiere divorciarse de ti. No puedes dejar que se salga con la suya.
Kaylah supuso que Hendry firmaría. Después de todo, su oferta era tan tentadora.
Para su sorpresa, justo cuando volvía a casa, recibió una llamada del abogado.
—Sra. Delgado, hablaré con usted de los detalles del divorcio en nombre del Sr. Lowery.
—¿De qué hay que hablar?
El abogado tomó el teléfono y miró al hombre que estaba a su lado tentativamente. —Sra. Delgado, el Sr. Lowery ha preparado 5 millones de dólares en efectivo y una propiedad para usted como compensación por el divorcio.
Kaylah se mofó —¿Está loco o qué? Dejé muy claro en el acuerdo que no quería nada de la familia Lowery.
El abogado nunca había visto un caso de divorcio tan absurdo en toda su carrera. De todos los casos que llevaba, la parte que pedía el divorcio siempre pedía dinero a la otra parte. Sin embargo, ahora, el hombre insistía en darle dinero a su mujer, mientras ella estaba tan decidida a decir que no.
Secándose el sudor de la frente, continuó —Está en el acuerdo prenupcial. Sra. Delgado, está obligada a aceptarlo.
—No. —Kaylah colgó el teléfono con decisión.
Durante los últimos años viviendo en casa de los Lowery, sólo era la esposa de Hendry de nombre. De hecho, era más bien una criada.
Era rica y no quería el dinero de Hendry. Si cogía su dinero, no sería diferente de una criada. El dinero sería como su salario. De ese modo, Hendry y su familia podrían pensar que ya no le debían nada.
Colgó el teléfono y tomó la llave del coche.
Ayer acordó con Aryan ir a la empresa para familiarizarse hoy con el negocio.
Al entrar en el garaje, Kaylah respiró hondo. Así debería haber sido su vida.
Todos los coches del aparcamiento subterráneo de 6.500 pies cuadrados formaban parte de las colecciones de Zion a lo largo de los años. La llave del coche que Kaylah tenía en sus manos le fue entregada esta mañana.
Mientras charlaba ayer con Zion, alabó lo bonito que era el nuevo Aston Martin de la exposición de coches. Y hoy, ella tenía uno.
Kaylah llegó al edificio ZiKay.
Salió del coche, lanzó la llave al portero para que aparcara el coche y entró.
—¡Eh! ¡Tú! ¿Quién es usted? ¿Qué te trae por aquí?
En cuanto entró en el vestíbulo, alguien la detuvo.
—Vengo a ver a Aryan —dijo Kaylah mientras se bajaba las gafas de sol.
La recepcionista examinó a Kaylah. La ropa que llevaba Kaylah ni siquiera tenía etiquetas, por lo que la recepcionista supuso que no debía de ser de ninguna marca famosa. Al ver lo informal que era Kaylah, la recepcionista puso cara larga y le dijo —Ven aquí.
Kaylah se dirigió al mostrador de recepción y vio a dos recepcionistas muy maquilladas. La mujer que la detuvo lanzó un cuaderno a Kaylah. —Regístrese.
Kaylah se sintió un poco extraña. Pensó, ¿por qué el Grupo ZiKay utiliza una forma tan primitiva como su registro? No creo que la información de los clientes pueda garantizarse de ese modo.
Kaylah terminó el registro y la recepcionista le quitó el cuaderno y el bolígrafo con brusquedad. Luego señaló el sofá de la esquina y dijo —Siéntese allí y espere.
Al darse la vuelta, Kaylah vio una hilera de mujeres con faldas cortas sentadas en el sofá. Parecían puras o salvajes, y todas miraban con impaciencia el ascensor exclusivo para el director general.
Kaylah se quedó boquiabierta. Pensó —Sé que Aryan ha sido una especie de playboy en los últimos años, aun así, esto es demasiado, ¿no?
Ahora lo entiendo. La recepcionista cree que soy uno de ellos.
Kaylah se mofó —Tengo algo de lo que hablar con Aryan. Son negocios. Nada más —explicó Kaylah pacientemente.
—Sí, claro. Vaya allí y espere —dijo impaciente la recepcionista.
Kaylah tenía buen carácter. Sin embargo, todavía le costaba aguantar más. Marcó un número y dijo —¡Mueve el culo hasta aquí!