4: El Ascenso al Escenario

1515 Palabras
Agnese. El día de la celebración De Rosa no es solo un evento; es una plataforma estratégica. Que las matriarcas, Valentina y Valeria, nos hayan invitado es un reconocimiento de nuestro trabajo y un impulso incalculable para nuestra marca en Italia. Mi vestido, de una suave tonalidad lila, cae en una falda fluida. El escote corazón y las mangas largas caídas dejan mis hombros y clavículas expuestos, un diseño que equilibra la modestia con la sutileza. El peinado es elaborado, mi rostro porta un maquillaje discreto. Por otro lado, Ágata viste un azul marino profundo, con un escote recto que acentúa su cintura angosta y dos atrevidas aberturas laterales. Su maquillaje es más marcado; su cabello rizado, suelto, refleja su naturaleza indómita, acentuada por los piercings en la lengua y la nariz. Yo, la niña delicada y casi etérea. Ella, la rebelde salvaje. Llegamos al salón de fiestas. Afuera, la barrera de seguridad apenas contiene a fotógrafos y periodistas. Tras esquivar las cámaras y entregar la invitación, cruzamos la puerta, observando a la élite del país: empresarios, políticos, figuras de alto patrimonio. Mientras navegamos entre la multitud, mi mente repasa rápidamente la información que logré recabar: Raffael: El primogénito, líder de la sombra, formalmente vinculado a los casinos de sus padres. Richard: El jefe de policía. Patrick: El cerebro legal, dueño del bufete. Oliver y Thomas: Los médicos, encargados del hospital. Nicholo y Angelo: Los administradores de las joyerías. Valenty y Arturo: Los policías, trabajando bajo Richard. Lance: El gestor de los clubes nocturnos, el socio de Raffael. Son la familia más rica y poderosa de Italia. No solo poseen negocios; poseen influencias. —¡Oh, por fin llegan! —Mamá Valentina nos abraza con afecto desbordante, y yo respondo con genuino cariño. —Están deslumbrantes. Todos se están girando por verlas. —No sea modesta. Sabemos que miran la belleza inigualable que proyectan ustedes con esos vestidos especiales —respondo, y Ágata sonríe con astucia. —Vengan, les presentaré a nuestros esposos —Mamá Valeria nos arrastra con elegancia hacia los cinco patriarcas De Rosa. —Chicas, ellos son Raffael, Nicholo, Thomas, Angelo y Richard, nuestros esposos. Los saludamos uno por uno. Cada hombre nos besa el dorso de la mano con impecable cortesía. —Es un honor conocer a las responsables de que nuestras esposas no dejen de hablar de sus vestidos y de sus hermosas diseñadoras —bromea el señor Angelo, y Mamá Valentina le reprende con un puchero afectuoso. —También es un honor. Valentina y Valeria no paran de hablar de lo apuestos que son sus maridos —Ágata devuelve el cumplido con facilidad, mostrando una camaradería instantánea. —Para qué negarlo —el señor Richard ríe. Me agradan. Son hombres poderosos pero amables, y ver la dinámica con sus esposas evoca una punzada de nostalgia. Me recuerdan a aquellos días, antes de que… —Señorita Agnese, ¿se siente bien? —La voz del señor Nicholo es gentil, teñida de preocupación. Mi rostro debió delatar la repentina tristeza. —Lo lamento —Miro a Ágata, que me devuelve una sonrisa de ánimo, una orden silenciosa de recomponerme. —Solo… un recuerdo. Nada de qué preocuparse, de verdad. Sus ojos, intensamente azules, permanecen fijos en mí. Noto que los hijos también nos observan. Son hombres apuestos, sí, pero la intensidad de sus miradas, en especial la de Raffael, me produce un escalofrío de advertencia. Es un cazador evaluando a su presa. —Bien, espero que disfruten la noche —dice el señor Raffael con su voz profunda, poniendo fin al incómodo silencio. —Sí, yo espero emborracharme —Ágata declara con una sonrisa traviesa, buscando aligerar el ambiente. Los cinco patriarcas ríen. Me uno a ellos, agradecida por el humor de mi hermana, mientras evito a toda costa la mirada de los diez hermanos que nos evalúan. Ágata. Observo a Agnese conversa ligeramente con los Señores De Rosa, la generación senior. Sé que ella valora el afecto paternal que a mí nunca me interesó. Desde pequeñas, Agnese siempre fue la vulnerable que necesitaba ser protegida, la niña de cristal que se asustaba con una herida. Yo, en cambio, fui el muro, la chica brusca, la defensora salvaje. Esa diferencia nos ha mantenido a salvo. —¿Gusta una bebida, señorita? —Un camarero se acerca con una bandeja. —¿No tienen algo más fuerte? —Él niega con una sonrisa. —Qué lástima. —Tomo una copa de champán. Siento una presencia grande e ineludible a mi lado. —¿Disfrutando de la noche, señorita Leone? Lo miro de reojo. Es Richard, el jefe de policía, el segundo hermano. —Aburrida. Estos eventos siempre son una muestra de lo superficial. —Pienso lo mismo. Compartimos ese desencanto —responde, su voz grave y varonil provocando un escalofrío que no me molesta. —Pero parece que su hermana sí lo disfruta —ambos miramos a Agnese, que ríe con los padres De Rosa. —Ella es sociable, amable, le encanta esta mierda —ruedo los ojos y bebo mi champán de un trago. Necesito algo más fuerte. Él se ríe, un sonido bajo. —Nadie imaginaría que habla con esa franqueza. —La gente piensa lo que quiere. Y a mí me importa una gran mierda —Me giro para verlo por completo. Es un ejemplar magnífico, como todos sus hermanos. —Sin duda, se llevaría bien con Angelo, Nicholo y Lance —comenta Richard. Él está intentando la "estrategia de acercamiento suave" que tal vez planearon. Pero yo no soy Agnese. —Déjame adivinar —sonrío de lado, aceptando el juego—. ¿Arrogantes, bromistas y de lenguaje vulgar? —Dio en el clavo. —Soy buena adivinando. Regreso la mirada a mi hermana. Ahora baila con uno de los hermanos. Es Arturo. Maldita sea, no pierde el tiempo. —Arturo es todo un caballero. De todos, él y Valenty son los más cariñosos y románticos —Richard me da información irrelevante, probando mi reacción. —¿Y a mí qué? —Bufo. —¿Gustas bailar? —¿Para dormirme en el proceso? No, gracias. Para eso me voy a mi casa. —Me dirijo a la barra. Llevo tres copas y el alcohol no me hace ni cosquillas. Observo a Agnese, la bailarina. Ha pasado por casi todos los hermanos. Solo le faltan dos: Thomas, el médico con cara de pocos amigos, y Raffael, el líder. Ese hombre me intriga y me aterra. No es su belleza, sino la única expresión que porta: la de un cazador que no tiene piedad. Ruedo los ojos. Preferiría estar en un club nocturno, bailando salvajemente sin que me miren como un bicho raro. Esta gente solo habla de negocios, lujos y marcas. No conocen lo que es la vida, ni el verdadero esfuerzo. Me acerco al grupo, notando la ansiedad en el rostro de Valentina. —¿Qué sucede? —pregunto, sintiendo una punzada de curiosidad. —Alissa —Agnese me mira. Alissa, la famosa cantante contratada para el evento. —Tuvo un accidente al bajar del auto. Se la llevaron al hospital. Se nos arruinará la celebración. Suelto una carcajada incontrolable. —¡Qué conveniente! Seguro se le atoró el cabello en la puerta. ¡Típico! Mamá Valeria sonríe con satisfacción. Claramente no le agrada Alissa. —El problema es que no tenemos quien anime el lugar. —Ágata las puede ayudar —Agnese me mira, y todos los De Rosa, hijos y padres, posan sus ojos en mí. Levanto una ceja. —¿Yo? —Agnese asiente. —Disculpa, hermanita, pero aquí la aburrida eres tú. —Eso dolió, tonta —Agnese dramatiza. —Y a nosotros —dice Mamá Valentina, frunciendo el ceño—. ¿Dices que nuestra fiesta es aburrida? —Todo el lugar es aburrido —respondo, encogiéndome de hombros. Mamá Valeria y algunos de sus esposos ríen. —Pero tranquilos, no creo ser la única en pensarlo. —¿Nos ayudarás? —preguntan ambas Señoras De Rosa al unísono, con un tono de súplica. —Les advierto: si canto, no será música para llorar. Si quieren eso, vean a la señorita aquí presente —señalo a Agnese. —Por Dios, Ágata, tú eres la indicada para esto —Agnese se cruza de brazos y me ofrece la carnada final—. Además... ¿No te gustaría ver la reacción de Alissa al saber que cantaste en su lugar? —Suena tentador —Ahora la idea me atrae. Es un escenario para mostrar mi fuerza. —Hecho. Pero no esperen que lo haga gratis. Los Señores De Rosa ríen y asienten. —Te invitaremos a cenar. Hago una mueca de disgusto. —Para eso cocino en mi casa. Vuelven a reír. —Me agradas, niña —dice el Señor Raffael, el patriarca. —¡Claro! Pero hace un momento estaban muy cómodos con Agnese. —Ambas son como las hijas que siempre deseamos tener —dice el Señor Nicholo con una sonrisa genuina. —Papá, eso dolió —bromea Lance, ofendido.
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