Capítulo 1
Elara estaba recostada sobre el colchón que le servía de cama. Era delgado, viejo, con manchas en las esquinas que ni siquiera recordaba de qué eran. Las paredes de piedra filtraban el frío, y el viento se colaba por la ventana sellada. Aquella habitación no era grande y tampoco cómoda, apenas cabía el colchón, una bandeja de metal y un pequeño estante donde guardaba su tesoro más preciado: los libros que Mara, la sirvienta, se los pasaba a escondidas.
Ese día estaba leyendo uno sobre reinos lejanos y princesas que encontraban su destino en castillos llenos de luz. Historias donde nadie las encerraba por ser diferentes, donde el amor era un puente y no una cadena.
Sonrió mientras pasaba la página, imaginando por un momento que ella también podría tener un final así. Que su padre, el poderoso Alfa Alaric, la abrazaría y le diría que estaba orgulloso y le daría su lugar apreciando cada aspecto de ella, sin ver solo un error. Pero en cuanto escuchó pasos acercándose al otro lado de la puerta, el sueño se desmoronó.
Elara reaccionó rápido. Cerró el libro, lo escondió debajo del colchón y se sentó en medio del suelo, con la espalda recta y las manos sobre las rodillas. La habitación quedó en silencio, solo se escuchaba el golpeteo de su propio corazón.
La puerta se abrió con un chirrido. Aún no era el momento en que Mara viniera con la comida, ya sabía perfectamente el horario y sus pasos, incluso su presencia y está definitivamente no era la de Mara.
Y justo cuando terminó de abrirse la puerta apareció un hombre grande, de hombros anchos y barba espesa, con la mirada dura de quien no conocía la compasión. No necesitaba que nadie le dijera quién era. Lo reconoció de inmediato, aunque habían pasado años desde la última vez que lo vio.
—Padre… —susurró ella, apenas audible.
Él no respondió. La observó con frialdad, como si evaluara una pieza defectuosa. Luego frunció el ceño y habló con voz grave.
—Levántate. —Elara obedeció, temblando—. Mañana saldrás de este lugar.
Sus labios se separaron con sorpresa. No entendía. Su padre nunca la dejaba salir, ni siquiera para caminar por el jardín.
—¿Salir? —preguntó, sin poder ocultar la duda.
—Sí. —contestó él firme —. Te bañarás, te arreglarás el cabello y te verás presentable. No quiero que me avergüences así que espero que te comportes.
Elara bajó la cabeza. Quiso decirle que no tenía ropa decente, que sus vestidos estaban gastados y pequeños.
—No tengo nada que ponerme… —murmuró.
El Alfa miró a su alrededor, con evidente disgusto.
—Alguien traerá ropa. —Se giró hacia la puerta y antes de irse, agregó sin mirarla—. Espero que al menos sepas comportarte.
Elara dio un pequeño salto del susto cuando escuchó la puerta cerrarse. Por unos segundos no se movió. Se quedó allí, en medio de su habitación vacía, sin entender lo que acababa de pasar. Su padre acababa de entrar a esa habitación y le dijo que iba a salir.
Salir… ¿a dónde? ¿Por qué ahora?
Su respiración era agitada cuando oyó que volvían a abrir la puerta. Esta vez entró Mara, la sirvienta de cabello oscuro que siempre la cuidaba. Pero no venía sola. Detrás de ella caminaba el mayordomo, rígido, observándolas con severidad.
—El baño está listo —anunció él—. Acompáñala y asegúrate de que esté presentable.
Mara asintió sin levantar la mirada. En cuanto el mayordomo se retiró, ella suspiró y se acercó a Elara con una sonrisa triste.
—Vamos, pequeña. Hoy tienes un buen día, tocará baño con agua tibia.
Elara la siguió en silencio por el pasillo. No recordaba la última vez que se bañó fuera de esa habitación. Cuando llegaron al baño, el vapor la envolvió, y por un instante sintió que el encierro desaparecía. Mara le ayudó a desatar el cabello, a frotarse los brazos con jabón perfumado, y hasta se permitió bromear.
—¿Y bien? —preguntó la sirvienta mientras enjuagaba su cabello n***o—. ¿Te está gustando el libro que te traje?
Elara sonrió sintiendo el masaje en su cabeza, cerró los ojos disfrutando del momento.
—Me encantan los cuentos —sonrió —. Es sobre la princesa de larga cabellera que una bruja la encerró en una torre alta.
—¿Y lo logra escapar?
—Sí, encuentra su libertad y contrae matrimonio con un príncipe.
Mara soltó una risa suave. Trataba que la literatura de Elara fuera variada, pero odiaba los libros complicados como los de estudio, pero le encantaban los cuentos sencillos, así que se los mezclaba para que tuviera un amplio conocimiento.
—Ojalá todas las princesas tuvieran ese final —suspiró Elara cerrando los ojos con una sonrisa.
Mara siguió masajeando la cabeza también con una sonrisa.
—No creas todo lo que dicen en los cuentos, no siempre una historia termina en un matrimonio con un príncipe.
—¿Ah no?
Mara negó tomando un poco de agua para retirarle el jabón.
—A veces es tan solo el comienzo.
Cuando terminaron, Mara le ofreció un vestido azul claro que apenas rozaba el suelo. No era nuevo, pero estaba limpio. Luego trenzó su cabello y lo dejó caer sobre un hombro.
—Te ves hermosa —dijo con ternura—. Tu padre no sabrá qué decir.
Elara bajó la mirada.
—¿Sabes por qué quiere verme?
Mara dudó antes de responder.
—Escuché que habrá una cena familiar importante. Supongo que querrá presentarte.
—¿Presentarme? —repitió ella, confundida.
—Sí. —La mujer acomodó un mechón de su cabello—. Eres su hija, no olvides eso. Una hija de un Alfa y recuerda los modales que te enseñé, ¿de acuerdo? No mires a los ojos, no hables sin que te pregunten y come despacio,además…
—Usa los cubiertos, lo sé.
Elara asintió y Mara le sonrió. Por suerte, los libros le habían enseñado más etiqueta de la que cualquiera en esa casa imaginaba.