Capítulo 3

1066 Palabras
El auto con cristal blindado se encontraba frente a la mansión Grimm, habían guardias y la mayor seguridad posible, esa alianza era posiblemente la más importante en años, nada podía salir mal y claramente habían demasiados alrededor que querían que saliera mal. Cuando llegaron al lugar, Elara no supo en qué momento la mano de su padre había envuelto su brazo. —Camina erguida —dijo él, tan bajo que solo ella lo escuchó. Alaric Grimm, el lobo cuya presencia doblegaba habitaciones enteras, estaba esa mañana impecable y, para el absoluto desconcierto de Elara… muy amable y paternal. Su traje n***o era perfecto, la caída del saco agresivamente recta, como si incluso la tela obedeciera su autoridad. Su cabello oscuro, peinado hacia atrás, dejaba ver ese mismo rostro que ella había visto toda su vida y que, sin embargo, hoy parecía otro. —Padre… —murmuró ella sin poder ocultar la sorpresa. Él no respondió. Siguió caminando con ella hacia la entrada principal, donde periodistas, consejeros, vampiros, lobos y criaturas de todo tipo ya aguardaban como si aquel evento fuera el tratado de paz más frágil jamás firmado. Esa alianza era la más importante ahora mismo, sus conflictos habían empezado a dañar otras especies como a los Elfos, brujas e incluso a los humanos, hoy era el día que esas diferencias iban a terminar. Elara sintió el miedo en el aire como electricidad estática. Cuando intentó respirar hondo para calmarse, Alaric se detuvo, giró hacia ella, levantó la mano y… besó su frente. El gesto sorprendió a Elara, nunca creyó que su padre pudiera darle tan siquiera una demostración de afecto en algún momento. —Recuerda quién eres hoy —murmuró él. Los ojos de Elara se abrieron. No supo si quería llorar o salir corriendo. ¿Quién era hoy? ¿La hija que escondió durante años? ¿La carta que estaba usando para una tregua? ¿O alguien que, por primera vez en toda su vida, estaba siendo vista en público? —Lo haré —logró decir aunque no tenía la menor idea de cuál era la respuesta. Alaric asintió, sin añadir más y la dejó ir, entonces las puertas del gran salón se abrieron, primero vio la fila de personas en los asientos, se distinguían muy bien, un lado los vampiros y al otro los lobos, adelante había un par de Elfos, brujas y humanos atentos, seguramente los más importantes de su especie. Entonces lo vio, fue totalmente absurdo, aunque no lo conocía estaba segura que ese era el vampiro con quien iba a contraer matrimonio, resaltaba entre todos ellos y era demasiado irreal. ¿Los vampiros podían ser rubios? pensó. Darius Valen se encontraba al inicio, esperandola en el altar. Alto. Imposiblemente. El tipo de alto que hacía que el mundo se organizara a su alrededor. Resaltaba entre ellos de una forma atrayente y magnética. Su cabello era dorado casi como el mismo sol, estaba perfectamente peinado hacía atrás y lo hacía ver aún más atractivo.. Esos tonos que no parecen reales, ni siquiera en una persona real… aun menos en un vampiro letal. Pero lo que realmente la dejó sin pulmones fueron sus ojos verdes. Verdes de bosque después de la lluvia, de vidrio pulido, de promesas peligrosas. Verdes que no deberían existir. Podías quedarte hipnotizada por mucho tiempo en ellos, perdida entre ese fascinante color, se obligó a bajar la mirada cuando sintió que se estaba quedando sin aire. El traje oscuro le quedaba de maravilla, marcando su esbelto cuerpo con ligeros músculos. Hombros rectos, postura perfecta, manos enguantadas en cuero n***o, mandíbula apretada como si detestara la sola idea de existir allí. Y sin embargo, nadie en la sala era capaz de mirar a otro lado. Elara sintió el jalón en el pecho antes de entenderlo. No fue mariposas. Estaba segura que no era cómo que había leído antes, era algo en el interior que impedía que pudiera quitarle los ojos de encima, de alguna forma quería que él la tocará. Cuando llegó al altar, el oficiante, un vampiro anciano vestido de blanco ceremonial, sonrió con solemnidad. —Estamos reunidos hoy… No supo qué dijo después. Porque Darius Valen estaba ahí, a centímetros de ella, mirándola como quien examina una decisión equivocada. Sus ojos verdes bajaron. Subieron. Lentamente. Ella sentía que tan solo ese gesto le quemaba todo el interior, penetraba hasta su alma conociendo cada parte de ella. Como si la leyera, la midiera, la rechazara y aun así se viera obligado a registrar cada detalle. Elara no respiraba. —Elara Grimm —dijo el oficiante—. ¿Aceptas a Darius Valen como tu legítimo esposo y Rey consorte en alianza de paz? Ella tragó saliva. —Acepto. La palabra salió más firme de lo que se sentía. —Darius Valen —el anciano giró hacia él—. ¿Aceptas a Elara Grimm como tu legítima esposa y Reina consorte en alianza de paz? Hubo una pausa mínima, casi imperceptible. Pero allí estuvo. —Acepto. Su voz era baja. Controlada. Fría, como mármol n***o bañado en noche. —Entonces, por el poder del pacto de sangre y luna, los declaro Rey y Reina consorte —alzaron un cáliz, lo inclinaron ambos, y sellaron la alianza sin beber—. Puede besar a la novia. Todos empezaron a aplaudir esperando el beso, Elara casi se queda sin respiración al verlo creyendo que él se acercaría y ella no sabía qué hacer, pero Darius alzó la mano de inmediato. —No será necesario. Un silencio filoso atravesó la sala. El murmullo colectivo no llegó a formarse, porque él no les dio tiempo. Giró hacia la audiencia entera, como el rey que era. —La ceremonia ha terminado. Pueden retirarse. Y sin esperar respuesta, tomó el brazo de Elara. No de forma cuidadosa era más bien de forma posesiva y autoritaria. Ella apenas logró mantener el equilibrio cuando él la arrastró hacia la salida lateral. —M-Mi… ¿mi padre? —susurró sin aire. —No me importa —respondió. El viento frío de la noche la golpeó al salir. Él la condujo a una camioneta negra blindada con vidrios oscuros. Sin protocolos. Sin cortesía. La puerta se cerró con un sonido pesado. El auto arrancó. Adiós cortejos. Adiós apariencias. Darius no se molestó ni siquiera en mirarla, solo se dejaron llevar por la oscura carretera y un silencio absoluto.
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